El 'acuerdo del siglo”: un mayor desencuentro entre Palestina e Israel
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Durante dos años y cuatro meses, Donald Trump proclamó con voz sonora que él sabía cómo resolver el conflicto israelo-palestino, y que lo lograría rápidamente, con el concurso de las dos partes. Como encargado de conseguirlo puso a su yerno, Jared Kushner, que prometió convencer a todos con un gran “acuerdo del siglo”.
Al “taller” de gobernantes y empresarios donde finalmente lo presentó, en Manamá, Bahréin, el martes 25 y el miércoles 26, ni siquiera se presentaron los principales involucrados. Los israelíes, porque los palestinos boicotearon la reunión: “Hacen falta dos para bailar tango, y ahí no habrá dos”, dijeron, y no llegaron ni para que se viera lleno el evento que protagonizó su amigo Jared.
Y los palestinos, porque en voz de Saeb Erekat, su negociador en jefe, denunciaron que, a cambio de empleos, lo que Kushner les pedía era simple y llanamente una declaración de rendición.
No los desmintieron. Al contrario: Danny Danon, el embajador israelí ante las Naciones Unidas, les puso el tema bien claro en un artículo de opinión, publicado en el New York Times, titulado con la franqueza más transparente: “¿Qué hay de malo con que los palestinos se rindan?”
El atrevido Kushner
“El ‘acuerdo del siglo’ no fue más que una venta de liquidación fracasada”, escribió el periodista Martin Chulov, en The Guardian. “Jared Kushner llegó a Bahréin vendiendo principios fundamentales a precios con descuentos insostenibles. Y aún así, no hubo compradores”.
Nadie se sorprendió porque los palestinos no quisieran ir. El gobierno Trump ha erradicado todos los elementos base de la política estadunidense sobre el tema del último medio -seguidos por nueve presidentes desde Lyndon B. Johnson-, incluida la pretensión de poder actuar como mediador entre los adversarios. Rompió con la legalidad internacional al reconocer a Jerusalén como capital israelí –y ordenar el traslado de su embajada desde Tel Aviv- así como la soberanía de ese país sobre los territorios que ocupa en el Golán, que pertenecen a Siria.
Ha castigado financieramente a los palestinos y a las entidades de la ONU que les prestan ayuda humanitaria, ha maltratado a sus diplomáticos y en cambio, ha apoyado al primer ministro israelí Binyamin Netanyahu en todas sus decisiones. A tal grado que una colonia israelí ilegal en el Golán, en mayo, fue bautizada Donald Trump.
En la familia Trump, sin embargo, se pensaba que los palestinos podían funcionar como las personas con las que está acostumbrada a lidiar, entregando la dignidad a cambio de dinero.
Kushner se presentó en Manamá como el joven atrevido que rompe los moldes con nuevas ideas: la Iniciativa de Paz Árabe de 2002, que le ofrece a Israel concesiones clave sobre la base de la llamada “solución de dos estados”, uno judío y otro palestino, conviviendo en paz y colaboración, “ya no es viable”, afirmó.
Entre líneas: olvídense de Estado palestino.
En cambio, para los habitantes de Cisjordania y de Gaza, que han sido estrangulados económicamente (el desempleo supera el 30%), y a muchos de los refugiados en países vecinos, lo que sí se puede hacer es darles trabajo. Un millón de nuevas plazas, ofreció, bajo el lema del taller: “Paz hacia la prosperidad”.
Para eso, se construirán fuentes de empleo que no sólo los beneficiarán a ellos, sino también a los países vecinos.
Todo, con una inversión de 50 mil millones de dólares en infraestructura, turismo y educación.
Si los palestinos ya no tendrán Estado propio, ¿qué pasará con sus derechos políticos? ¿A votar, a ser votados, a tomar las decisiones fundamentales de sus propias vidas? No lo mencionó. ¿De qué Estado tendrán ciudadanía? Tampoco lo dijo. El futuro que dibuja es el de un pueblo sin nacionalidad, a pesar de que, según el artículo 15 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, todos los seres humanos deben tener una, es un derecho inalienable.
“Si ellos en verdad quieren mejorar la vida de su gente, hemos diseñado un gran marco dentro del que se pueden comprometer para tratar de lograrlo”, les dijo Kushner a los reporteros en Manamá. “Lo que (el liderazgo palestino) ha hecho es culpar a Israel y a todo el mundo por todos los problemas de su gente, cuando de hecho el tema común que emerge es que todo esto se puede conseguir si los gobiernos quieren hacer estas reformas”.
La rendición
Pero no sólo fueron los palestinos los que no le hicieron caso. Ni sus más cercanos aliados y beneficiarios del “acuerdo del siglo”, los israelíes, le siguieron el juego.
Durante el “taller” de Bahréin hubo paneles y plenarias con grandes personalidades de los negocios, y figuras como Christine Lagarde, del Fondo Monetario Internacional, y el exprimer ministro británico Tony Blair.
Además, acudieron representantes de varios gobiernos árabes (como Arabia Saudí, Egipto, Jordania y los anfitriones), a pesar de que los palestinos les enviaron una advertencia el lunes 24: “Algunos van con delegaciones de bajo nivel, pero la mera participación sería equivalente a apoyar la conspiración contra los derechos del pueblo palestino”, declaró Issa Qaraqae, del oficialista partido Fatah. “Participación es colusión con la ocupación”, sostuvieron manifestantes en sus mantas, en una protesta ese mismo día, en la ciudad palestina de Ramalá.
Los lazos con el gobierno de Trump fueron más fuertes, en todo caso.
Lo que no se aclaró es de dónde podrían salir los 50 mil millones de dólares que promete Kushner. No hubo compromisos ni propuestas, ni gestos que permitieran hacer ver que, más allá de cumplir cortésmente con la obligación de presentarse en la fiesta del yerno presidencial, alguien se esté tomando en serio el “acuerdo del siglo”.
El plan “carece de todo contenido político y deliberadamente se ha rehusado a tocar las aspiraciones políticas fundamentales de los palestinos, las de la autodeterminación nacional” sostuvo en un tweet Harry Reis, del grupo judío progresista estadunidense New Israel Fund. “Eso se debe a que no fue diseñado para los palestinos. No fue diseñado para ser llevado a la práctica. Fue diseñado con la intención de producir un ‘no’ de los palestinos. ¿Para qué? Para sentar las bases de una anexión unilateral israelí”.
En Nueva York, el embajador de Israel ante las Naciones Unidas no ve por qué no debería admitir que eso es así, por qué esconder la perspectiva del gobierno Netanyahu que lo nombró, ajena a la idea de admitir que los palestinos tienen derecho a la soberanía, la nacionalidad y el territorio: “Rendirse es reconocer que, en una competencia, mantener el rumbo será más costoso que someterse. Aplicando esto al contexto israelo-palestino, el señor Erekat toma la posición inversa: negociar con Israel es más costoso para los palestinos que las líneas políticas y económicas tomadas actualmente por la Autoridad Palestina. Es un punto de vista absurdo”.