Twitter y la ley de la selva
El poder relativo de las redes sociales radica en el número de usuarios, el inevitable en las cualidades tecnológicas y el social-legal en la libertad que permiten.CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Las redes sociales se encuentran en el epicentro de la polémica. Haber etiquetado los comentarios y después haber suspendido (sí, fue un acto de censura porque la libertad de expresión no es absoluta) la cuenta de Trump después de incitar a la insurrección y el asalto al Capitolio, ha desatado discusiones sobre su poder como plataformas, la validez de sus normas privadas, como espacios virtuales del debate público y la libertad de expresión. Pero hay que entender cómo funcionan antes de pretender regularlas.
El poder relativo de las redes sociales radica en el número de usuarios, el inevitable en las cualidades tecnológicas y el social-legal en la libertad que permiten.
Las plataformas tienen más suscriptores que habitantes de la mayoría de los países más poblados. Facebook tiene 2,449 millones de usuarios, casi una tercera parte de los habitantes del mundo. TikTok tiene 800 millones. Eso es mucho poder porque además es global.
Pero Twitter tiene 340 millones de usuarios, de los cuales sólo monetiza 152 millones. En México tiene 9.5 millones de usuarios activos en un país de 126 millones. No es tanto poder pero existe la teoría de la ilusión de la mayoría en redes sociales.
Investigadores de la Universidad del Sur de California (Kristina Lerman, Xiaoran Yan, Xin-Zeng Wu) descubrieron que las redes sociales crean la ilusión de la mayoría. Percibimos que algo es popular cuando en realidad no lo es. Pero los comportamientos sociales sí son contagiosos y se propagan a medida que los individuos imitan a los demás.
“La ilusión de la mayoría puede facilitar la propagación de contagios sociales en las redes y explicar por qué surgen sesgos sistemáticos en las percepciones sociales, por ejemplo, de conductas de riesgo. La ilusión mayoritaria depende de la estructura de la red.”
Aquí entra la tecnología de microblogging de Twitter. Es una forma de comunicación que destaca por la simplicidad, inmediatez, brevedad y el poco tiempo que implica su preparación y lectura. Es idónea para anunciar hechos (o llamar a la sedición, como hizo Trump), promocionarse rápidamente (para que este artículo se lea más hay que postearlo en redes), crear amistad (seguimos y nos siguen), construir redes profesionales de contactos en segundos (crear comunidades con intereses comunes) y para elaborar estrategias comerciales y políticas gracias a la inmediatez (hacer publicidad y propaganda).
Al mismo tiempo entran en acción tendencias tecnológicas irreversibles e inevitables (repito: inevitables) propias de la estructura de Internet y lo digital: acceder, fluir, compartir, filtrar, interactuar y monitorear (vigilar).
Gracias a estas tendencias tecnológicas y al microblogging de Twitter conseguimos cosas extraordinarias, como que nos atienda rápido un banco, nos resuelvan un problema de Internet, interpelar a un político o solicitar una cama de hospital.
Logramos esto y más porque existe una ilusión de la mayoría ¡que es real! ¡Funciona quejarse en Twitter! Porque lo ve más de uno: las reacciones sociales y la pérdida de reputación hacen actuar a los burócratas. Porque las instituciones (incluidas las empresas) o no funcionan o los procedimientos son intencionalmente lentos, porque están concebidos para tener control sobre los recursos y las personas.
La innovación de Trump como presidente de Estados Unidos fue gobernar a través de las redes sociales, particularmente Twitter. Todos los mandatarios del mundo lo entendieron y lo imitaron como un rebaño. Como las instituciones o no funcionan o son lentas, los dirigentes “gobiernan” a través de sus cuentas de Twitter aprovechando la inmediatez.
Hacen anuncios saltándose las áreas de comunicación social y los comunicados oficiales. Dan instrucciones sin firmar decretos. Emiten felicitaciones carentes de formalidad. Adelantan cambios legislativos sin que esas leyes hayan sido escritas, discutidas y aprobadas. Emiten declaraciones irresponsables sirviéndose de la impunidad de poder hacerlo en sus redes sin que quede por escrito. En el mejor de los casos corrigen sus dichos pero sin publicar los acuerdos en el Diario Oficial de la Federación. Ordenan construir obras públicas sin procesos de licitación. Compran vacunas sin haber firmado el contrato.
Todas estas acciones están al margen de la ley. Gobiernan fuera del gobierno utilizando una plataforma privada. La ley no los obliga a usar Twitter, pero se molestan cuando la red social aplica sus reglas privadas. Hasta que alguien como Trump rebasa los borrosos límites de la impunidad virtual y entonces las redes sociales actúan etiquetando o suspendiendo cuentas y el Congreso de Estados Unidos abre un procedimiento de juicio político. Pero el (des)gobierno virtual duró cuatro años. La falta de responsabilidad virtual saca lo peor de los gobernantes.
Twitter es una maravillosa ley de la selva virtual que permite hacer todo aquello que no haríamos en el mundo físico, donde sí existen leyes y responsabilidades. Incluye la esquizofrenia de la opinión (opinar diferente si se es persona, político, funcionario, dirigente de una organización o periodista, algo que no ocurre cuando declaramos ante el Ministerio Público), compartir noticias falsas o trollear a una persona.
La polémica en torno a las redes sociales, el etiquetado de contenidos y la suspensión de cuentas no es sólo un problema de libertad de expresión. Son plataformas virtuales por encima de los Estados cuya popularidad depende de un funcionamiento social en ausencia de toda ley. Se impone la tiranía de la ilusión de los más influyentes potenciada por las tendencias tecnológicas inevitables de las propias redes sociales.
Aún así, Twitter tiene reglas extremadamente básicas tomadas del mundo legal y el sentido común: no hacer amenazas violentas, no fomentar el terrorismo, cero explotación sexual infantil, no dirigir acosos, no incitar al odio, no fomentar suicidio y autolesiones, no contenido excesivamente morboso, no promover actividades ilegales, no publicar información privada de otras personas, no suplantar identidad, no compartir contenido falso que cause daños graves, no infringir derechos de autor. La pregunta es si Twitter debe actuar de oficio (vía Inteligencia Artificial), por denuncia de usuarios y si es un tribunal.
Tampoco es un problema de algoritmos, para quienes desean tener acceso a ellos o regularlos. Los algoritmos son instrucciones y resuelven problemas específicos. Cuando nos llega un anuncio o el comentario de alguien, es porque previamente nos interesó. El algoritmo sólo nos está ayudando. Los algoritmos no emiten órdenes ni nos manipulan, no toman la decisión de a quién seguir ni mueven nuestro dedo para darle “me gusta” o retuitear una noticia falsa. Si le deseamos el mal a los adversarios políticos, seguramente Twitter nos seguirá mostrando publicaciones de ellos. Las nociones morales no radican ni en la plataforma ni en la tecnología, son inherentemente humanas.
Twitter contribuirá a la confianza y la privacidad cuando combata el anonimato en la creación de cuentas. La confianza requiere identidad. La identidad asume derechos y obligaciones. El anonimato es una forma de evitar la responsabilidad en un espacio virtual donde nos aprovechamos de la ley de la selva. Ese anonimato contribuye al acoso, el odio y la desinformación en redes sociales. En mayo y junio de 2018 Twitter suspendió más de 70 millones de cuentas falsas. Debe suspender todas y evitar que se creen nuevas sin autenticación.