Migración

Tan dañina la pandemia como el odio

La pandemia a causa del covid-19 ha arrasado como el gran problema que ha trastocado la vida en las sociedades de todos los países, pero los estragos de ese virus se agravan con el del odio que están enfrentando los migrantes.
domingo, 17 de enero de 2021 · 11:23

“Esa es nuestra tierra y estamos en nuestro derecho de poder regresar a nuestros hogares”, expresó un emigrante sirio de Idlib. Y es que el exilio no es la mejor forma de vida, como lo experimentan los desplazados y refugiados, entre ellos 33 millones que sufrieron hambre en 2020. Esa es una de las razones por la que algunos piensan en regresar.

La pandemia a causa del covid-19 ha arrasado como el gran problema que ha trastocado la vida en las sociedades de todos los países, pero los estragos de ese virus se agravan con el del odio que están enfrentando los migrantes. La crisis migratoria va a la par del rechazo, principalmente por parte de los europeos y de Estados Unidos, que crece al parejo de airados nacionalismos y expresiones xenofóbicas. Como la que llevó al gobierno de Donald Trump en Estados Unidos a cancelar muchas de las ayudas a los refugiados, en particular a los palestinos de Gaza.

Y en ese contexto, recientemente Mike Pompeo, su secretario de Estado, sentenció: “cualquiera que haga negocios con el régimen de El-Asad, esté en el lugar del mundo que esté, se halla potencialmente expuesto a restricciones de viajes y sanciones financieras”. Actitud que se ha extendido afectando a muchas personas que no tendrían que ser quienes sufran las consecuencias de los malos gobiernos.

Pese a los 50 millones de desplazados de sus hogares en 2020, apenas los organismos internacionales pudieron gestionar los reasentamientos de 50 mil refugiados. Y solamente de la región de Idlib, en el noreste de Siria, 700 mil personas fueron desplazadas en menos del último año debido a los conflictos y secuelas de la guerra. En días pasados pudo observarse todavía a gente que huye simplemente porque la ciudad ha sido destruida y miles de personas ni siquiera tienen un techo para cobijarse. 

Los autos destartalados, sin funcionar, a la orilla de las carreteras, albergan a familias completas. Trascendió la historia de una familia que debió dejar su vivienda, después de un bombardeo, en una motocicleta. El padre conducía, mientras la madre embarazada compartía con sus tres hijos un improvisado sidecar; hasta que encontraron albergue en otra vivienda en donde nació el cuarto hijo, para huir de nuevo en su vehículo a quién sabe dónde, porque resulta difícil encontrar en Siria dónde encontrar algo más que muros derruidos, restos de lo que fue un hospital, una mezquita o un hotel en donde albergarse, y para dar cuenta de la destrucción se ha calculado que la reconstrucción después de la guerra se eleva a 400 mil millones de dólares.

Por otra parte, de los más de 6 millones de sirios refugiados en el mundo, se afirma que un alto porcentaje –de más de 75%– quiere regresar a su país. Sin embargo, aunque algunos miles ya lo han hecho, como los 7 mil que volvieron de Líbano en los primeros meses del año pasado, muchos no se atreven a hacerlo por el temor a la policía del gobierno de Bachar el-Asad y no quieren conocer algunas de las sórdidas cárceles del régimen.

Algunos no pueden hacerlo simplemente por falta de recursos y otros porque no logran complementar el periplo; por ejemplo, en este año el gobierno de Jordania ha enviado a decenas de refugiados que permanecían en su país hacia un desolado campo en la frontera entre ambos países, donde permanecen en condiciones deplorables pese a las protestas de las agencias de defensa de los derechos humanos. La voz del papa Francisco también se ha escuchado este diciembre para pedir a la comunidad internacional realizar esfuerzos con el propósito de garantizar la seguridad y las condiciones económicas para que los migrantes puedan regresar a sus hogares.

Ante las escasas posibilidades de ser aceptados en otros países, los migrantes no encuentran acomodo. Son mal remunerados, con sueldos muy inferiores a los de los nacionales. Muchos realizan trabajos que no corresponden a sus niveles de conocimiento. Y hay que recordar que una de las características de los nuevos migrantes es que entre ellos hay médicos, ingenieros; hombres y mujeres profesionistas.

Si al inicio de la crisis humanitaria en 2015 los refugiados encontraron el apoyo en varios países, como Turquía o Alemania, las reticencias han aumentado. Se ha encontrando el pretexto de los terroristas islamistas con sus acciones esporádicas, tal como ha sucedido en Francia, que en la secuela del juicio de quienes atentaron contra el semanario Charlie Hebdo, han dado motivos a fuertes polémicas por las medidas que el gobierno quiere llevar a la práctica. 

Por otras razones, Arabia Saudita regresó a Etiopía a más de 5 mil migrantes, por considerarlos en situación irregular. Los 3 mil migrantes procedentes de Afganistán, Congo y Somalia que se quedaron sin refugio luego del incendio de su campamento en Moria, en la isla de Lesbos, desde septiembre fueron desplazados a Kara Tepe, un antiguo enclave militar, sin las condiciones mínimas de supervivencia, más en las bajas e inclementes temperaturas de la temporada. Condiciones que en Líbano también se han agudizado ante la imposibilidad legal de construir viviendas en los campos, donde hombres, mujeres y niños deben cubrirse en tiendas de campaña que no logran aislarlos de la nieve y la humedad del invierno.

Por otra parte, sobre los refugiados de siempre, el titular de la ONU, Antonio Guterres, pidió el 29 de noviembre a los países que den urgentemente los pasos necesarios para que las agencias otorguen ayuda a los refugiados palestinos, y puedan reafirmar así su compromiso de defensa de sus derechos. Máxime ahora con los difíciles tiempos de la pandemia.

Y aun más, los refugiados no deseados son las mujeres y los hijos de los terroristas del Estado Islámico que, confinados en campos-prisión luego de la derrota del grupo jihadista, aguardan su destino en condiciones deplorables mientras se resuelve su situación. Cinco campos en el noreste de Siria, donde viven 70 mil personas, están bajo vigilancia kurda.

El campo de Al Hol, el más grande, aloja a 65 mil 500; cerca de 34 mil son menores de 12 años. Se trata de 25 mil sirios, 30 mil 500 iraquíes y otros 10 mil de diferentes nacionalidades, europeas algunas de ellas. En tanto se resuelven los dilemas éticos que el asunto supone, en el interior se enfrentan mujeres radicales con las que desean volver a la normalidad, y entre ellas las que no se deciden.

Las condiciones son difíciles y aunque algunas reciben ayuda en euros de sus familias en el extranjero, otras se someten a la exigencias de los traficantes que siempre aparecen en estos casos. Por cifras muy elevadas que pagan sus parientes, les prometen que serán llevadas a otro país, pero a menudo las dejan plantadas.

Algunos niños han sido ya reinsertados en Francia y en España, pero son miles los que habitan esos hogares desolados, en la condena de las acciones de quienes cometieron a mansalva asesinatos, secuestros y saqueos, principalmente en la región de Siria e Irak. El Colectivo de Familias Unidas busca repatriar juntos a las madres –cuando las hay– con sus respectivos hijos, aunque muchos de los niños que se busca repatriar son huérfanos. 

Las malas condiciones de vida de todos esos emigrantes y de los refugiados se han exacerbado con la pandemia del covid-19 (que ellos llaman corona), pero aún faltan los estudios para entender las razones por las que los contagios y muertes han sido proporcionalmente menores al resto del mundo.

Hubo extrañeza en que los contagios en los campamentos fueron tardíos. Y mientras la tasa de letalidad en la mayoría de los países ha llegado hasta 3%, como en Brasil, en el conjunto de los 22 países árabes no ha alcanzado 2%. Sin proponérselo, la naturaleza ha permitido hasta ahora  que la situación sea menos drástica de lo que se hubiera pensado y afectara de manera frontal a los millones de desplazados y de refugiados en aquella región.

Este análisis forma parte del número 2306 de la edición impresa de Proceso, publicado el 10 de enero de 2021 y cuya versión digitalizada puedes adquirir aquí

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