Feminismo
A la conquista del poder y la toma de decisiones
Con permiso de la editorial Urano Proceso reproduce el primer capítulo del libro Tiempo de mujeres, que reúne textos de diez autoras, entre ellas de la coordinadora Karina Vaquera, quien firma el siguiente texto titulado “La masculinización de las mujeres en el ejercicio del poder”.Feminismo vs. sistema patriarcal
El patriarcado data aproximadamente del año 600, e inició con las primeras civilizaciones que dejaron de ser nómadas para establecerse geográficamente en un lugar, controlar la agricultura y con ello imponer restricciones y control a las mujeres, a través de instituciones como el matrimonio, la ley y la religión,1 lo que provocó que las posiciones de poder y decisión se consideraran, a partir de entonces, espacios exclusivos para hombres.
Las mujeres, a pesar de que contribuimos de forma importante en esta y las subsecuentes épocas de la historia, hemos estado alejadas y relegadas del ejercicio del poder en todos los sentidos.
Tal y como se ha escrito en la historia del mundo, el siglo xix fue importante porque se gestó un movimiento que sigue luchando hasta nuestros días por reivindicar los derechos de millones de mujeres: el feminismo.
El feminismo desafió (y lo sigue haciendo) el orden social y los códigos dominantes de la subordinación a la ideología patriarcal. Las principales demandas de las mujeres de aquella época se basaron en exigir el reconocimiento de sus derechos político-electorales. (Hoy, paradójicamente, con todo y la paridad total que se tuvo que crear en México, seguimos exigiendo prácticamente lo mismo.)
Con el feminismo surgió el sufragismo que demandaba el reconocimiento de las mujeres como ciudadanas para votar, pero también para ser votadas. Leer la Declaración de sentimientos de Seneca Falls, a través de la cual se expresó tal exigencia, nos hace ver que la demanda es la igualdad; en esta declaración las mujeres expresaron: “Todas las leyes que impidan que la mujer ocupe en la sociedad la posición que su conciencia le dicte, o que la sitúe en una situación inferior a la del hombre, son contrarias al gran precepto de la naturaleza y, por lo tanto, no tienen ni fuerza ni autoridad”.
Ya en el siglo xviii mujeres como Mary Wollstonecraft, con la publicación de su libro Vindicación de los derechos de la mujer, habían sentado bases importantes del movimiento. Pero fue hasta inicios del siglo xx cuando Clara Zetkin, política y activista alemana, puso de manifiesto la necesidad de contar con un Día Internacional, como lo es el 8 de marzo, para reivindicar los derechos de las mujeres trabajadoras. Virginia Woolf, feminista británica, expuso la necesidad de la independencia económica femenina y el género como concepto; Simón de Beauvoir, francesa e iniciadora del feminismo moderno, escribió sobre la misoginia de la sociedad y del sistema patriarcal. Todas ellas en su activismo y lucha dejaron claro que no se trata de un enfrentamiento de sexos sino de la emancipación de la mujer, de la libertad y de la igualdad para poder hacer exactamente lo mismo que los hombres, entre lo cual están el ejercicio del poder y la toma de decisiones. Así, con gran tenacidad y fuerza, el feminismo ha continuado. Sin bajar la guardia, miles de mujeres han dado continuidad a la lucha de las primeras sufragistas y feministas de los siglos xix y xx; a ellas nos seguimos sumando muchas en la actualidad.
Gracias a ese constante esfuerzo femenino, los derechos que tenemos se han rescatado, se han contrapuesto a la hegemonía masculina, venciendo obstáculos con resultados positivos, tales como el acceso de nosotras a la vida pública; sin embargo, estos espacios, hay que decirlo, están creados bajo la óptica de los hombres, con códigos y símbolos androcéntricos, bajo los cuales las mujeres, cuando incursionan, son obligadas a tener una actitud más masculina si no quieren ser criticadas y sometidas al escarnio y exclusión.
Masculinización de las mujeres que ejercen cargos de poder
El camino recorrido por las mujeres para poder ejercer cargos de poder ha estado minado por los hombres, por la construcción de una hegemonía machista-patriarcal impuesta por el género masculino, cuyo contenido radica en decir cómo debe percibirse y ejercerse el poder.
Esto es parte del patriarcado, que es mucho más que una cultura androcéntrica de encierros aislados y diferenciados, que excluye a las mujeres y disciplina sus cuerpos. Es una visión antropológica del mundo, una manera de ser y entender las relaciones en sociedad, que se materializa en el propio diseño societario, desde las propias instituciones del sistema político (que respaldan tácitamente la reproducción de este tipo de esquemas) hasta sus justificaciones filosófico-morales y religiosas. El patriarcado, por tanto, prefigura las relaciones sociales desde la subordinación y desvalorización de lo femenino, porque opera como un sistema de ingeniería social y control sobre la reproducción social de las mujeres.2 Lo hace mediante la distribución de funciones e instituciones sociales en distintos espacios. Uno de ellos es el del hogar, la reproducción y la crianza diseñado para las mujeres; otro, el espacio público: el Estado y la política como un lugar exclusivo para hombres, espacio que el feminismo ha trastocado con mucho esfuerzo, para que las mujeres formemos parte de la vida pública desde la igualdad que tenemos.
Con esa reivindicación de nuestros derechos como mujeres y ciudadanas, muchas han logrado ejercer espacios de poder de alto nivel; sin embargo, hay un fenómeno evidente que sucede prácticamente en todos los niveles: la transformación que hay en las mujeres cuando arriban a los espacios de toma de decisión y de poder. Me refiero a esa masculinización que se da y que daña de manera profunda la lucha feminista, y a la necesaria modificación de la visión de poder. La masculinización consiste en la transformación de las mujeres que se han visto obligadas a adoptar costumbres, formas y modelos de ejercicio del poder no siempre acordes al género femenino sino al masculino, acordes con las estructuras machistas.
Un ejemplo clásico de este proceso fue el ascenso de Margaret Thatcher, ex primera ministra del Reino Unido (1979-1990), quien tuvo que mostrar características de líder dura, muy asociadas con la masculinidad, para cumplir con la exigencia de la estructura política dominante de una líder más masculina para ejercer el cargo. 3
Ante los obstáculos y escenarios machistas, un número importante de mujeres han debido adoptar esas formas, conductas y modelos masculinos, por causa de lo preponderante del ejercicio del poder desde una visión masculina. A pesar de que a las mujeres se nos reconocen ya derechos civiles y políticos y de que muchas ejercen ya el poder, no se ha dado una ruptura con el sistema patriarcal, una ruptura con la división espacio-género 4 en donde se debe exigir una transformación de la lógica operante sobre cómo deben ser las relaciones humanas en el ejercicio del poder; hay sumisión y miedo de las mujeres al castigo de no ser parte de grupos, de esos grupos de poder controlados aún por hombres.
Si en Occidente esto ha sido una permanente lucha con avances importantes en América Latina ha sido más tardía la inclusión de las mujeres en los espacios relevantes de poder.
América Latina es sumamente machista, desde su conformación se ha caracterizado por tener una herencia patriarcal no hay que olvidar que la colonización por parte de la iglesia católica (100 % patriarcal) relegó del ámbito político a la mujer y la confinó a los cuidados y tareas de hogar, de los hijos, de la esposa, roles de género y estereotipos que lamentablemente se mantienen vivos en pleno siglo xxi.
Por ello, la inclusión de mujeres en los espacios del Estado ha tenido que pasar por establecer mecanismos de pro-cuotas y cuotas en prácticamente todos los países. Argentina fue uno de los primeros con la Ley Cupo. Costa Rica y Colombia también. En México iniciamos con las pro-cuotas que establecían que ningún género podía excederse de contar con más del 70 % de los espacios en el Congreso; por supuesto, ese porcentaje era ocupado por hombres y solo daban oportunidad a las mujeres del restante 30 %.
Sin duda, llevar la discusión al ámbito internacional ha dado buenos resultados. Tanto las recomendaciones surgidas de la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer, realizada en Beijing en 1995 por las Naciones Unidas, como el Consenso de Quito en la Décima Conferencia Regional de las Mujeres, de la Comisión Económica para América Latina de las Naciones Unidas (CEPAL), han abonado a cerrar la brecha de género existente y han obligado a los países a abrirse a los temas de paridad. Por ejemplo, en 2007 se introdujo el concepto de democracia paritaria, mismo que en 2015 se refrendaría con la aprobación de la Norma Marco para Consolidar la Democracia Paritaria, en el Parlamento Latinoamericano y Caribeño.
Aunque existen estos esfuerzos y en México poco a poco se ha logrado que las mujeres ocupen de forma paritaria espacios en el Congreso de la Unión, y que paulatinamente esté aumentando el número de mujeres a cargo de las presidencias municipales, sindicaturas y regidurías, la masculinización de las mujeres en el ejercicio del poder es un tema que debe ocuparnos de manera preponderante. En esa masculinización se reproducen prácticas y patrones masculinos que, si no se cumplen, generan escarnio público y duras críticas al desempeño de las mujeres, quienes, además, tienen una presión adicional: al ser mujeres se tienen altas expectativas de su ejercicio del poder en favor del género femenino (lo que casi no ocurre, ya que en sus mandatos prevalecen las costumbres machistas y las decisiones no autónomas e independientes, lo que a su vez afecta incluso esa lucha feminista que inició en el siglo xix).
A pesar de lo anterior, en nuestro continente más de 10 mujeres han logrado desde los años 70 arribar al máximo cargo de su país. Son ejemplo de ello los casos de María Estela Martínez, en Argentina (1974-1976); Lidia Gueiler Tejada, en Bolivia (1979-1980); Violeta Barrios, en Nicaragua (1990-1997); Mireya Moscoso, en Panamá (1999- 2004); Cristina Fernández, en Argentina (2007-2015); Laura Chinchilla, en Costa Rica (2010-2014); y Dilma Rousseff, en Brasil (2011-2016). 5 Sin embargo, no hay que perder de vista que en la gran mayoría de sus gestiones fueron criticadas de forma severa, algo que generalmente no ocurre con las figuras presidenciales masculinas. Aunado a ello, sus triunfos estuvieron ligados al respaldo político y apoyo de sus antecesores hombres, quienes expresaron su apoyo de forma abierta y contundente, lo que siempre generó suspicacias. En algunos casos, recibieron críticas tan duras que pusieron en una seria reflexión la autonomía e independencia del ejercicio de su cargo.
Ejemplo de ello fue Laura Chinchilla, en Costa Rica, quien había ejercido los cargos de ministra, diputada y vicepresidenta del expresidente Óscar Arias Sánchez, personaje que, en múltiples ocasiones, refieren, expresó que “soñaba con verla como presidenta” y quien le dio todo su apoyo y espaldarazo político para que ganara la presidencia en el periodo 2010-2014.
Sus detractores la llamaron “marioneta de Arias”, a pesar de que ella se plantó como una mujer firme y honesta durante su gestión. Algunos medios internacionales y encuestas que valoran el desempeño de las labores de los presidentes la evaluaron como la peor presidenta de América Latina. 6 Algunos de los comportamientos que se describen de ella es que no buscó contar con acompañamiento de otras mujeres y que, a lo largo de su gestión se rodeó de hombres que, se dijo, estuvieron implicados en casos de corrupción; lejos de castigarlos, los justificó y perdonó. Ante su imagen deteriorada, el propio expresidente Óscar Arias, quien la había apoyado e impulsado, la criticó refiriéndose a su administración como la peor de la historia de Costa Rica. 7
A pesar de que ella en 2015 hizo públicos los sesgos mediáticos que existen para las mujeres y resaltó que las mujeres que ejercen cargos de poder se enfrentan a un juicio más riguroso y que los hombres (porque son juzgadas conforme a patrones masculinos y se les discrimina por no encajar en ellos), su mandato fue altamente criticado. 8 Es cierto: cuando las mujeres logran acceder a altos cargos de toma de decisiones, sus logros son minimizados, y más aún si tratan de romper con el esquema hegemónico dominante.
Por ello el tema de la masculinización de las mujeres en el ejercicio del poder debe reflexionarse con profundidad, debatirse y visibilizarse. Hay que ponerlo en evidencia para erradicarlo, porque la masculinización de las mujeres en espacios de poder sigue formando parte de la opresión y exclusión masculina, del yugo que quieren que permanezca y que, lamentablemente, de forma consciente o inconsciente es reproducido por muchas mujeres, como veremos a continuación.
Sumisión y prácticas masculinas
Con las costumbres, modelos y formas de ejercer el poder desde el androcentrismo, adoptadas por las mujeres que ocupan espacios de poder y toma de decisiones, lo que se protege y se mantiene vigente es el sistema patriarcal. Las mujeres que son sumisas y dominadas lamentablemente lo que hacen es perpetrar el patriarcado a costa incluso de otras mujeres. Y es que la visión de género no se adquiere por ser mujer. Hemos visto que las mujeres que han ocupado y ocupan espacios públicos de poder en gran medida han hecho prevalecer sus habilidades duras para no ser criticadas, pero sí reconocidas por el grupo masculino, que es quien ejerce el control de los espacios y de la política; es ahí donde inicia el proceso de masculinización de muchas mujeres.
Cuando algunas logramos arribar a espacios de toma de decisión, se hace presente una potente fuerza del sistema patriarcal para controlarnos y, en caso de no aceptar ese control, no solo somos juzgadas por los hombres sino por las propias mujeres; aquellas que desafortunadamente velada o explícitamente permiten el control y también lo ejercen en esta masculinización que se da.
Otro rasgo es la sumisión que muchas practican al ejercer cualquier cargo público ante la necesidad cultural del reconocimiento varonil y de promesas de apoyo para tener otros cargos públicos después del que ejercen. Esta es una cruda realidad. Son sumisas con el grupo de hombres que ejercen el control político de la institución, entidad, asociación, organización o grupo social. En esta masculinización de la que son parte, no les importa pisotear y pasar por encima de los derechos de otras mujeres con acciones u omisiones en su actuar, no así de los hombres con quienes tienen vinculación, lo que genera un círculo vicioso que solo reproduce el ejercicio del poder androcéntrico.
Ejemplos de lo anterior hay varios en diferentes esferas públicas y niveles de gobierno, al igual que en organismos autónomos. Particularmente he sido testigo de votaciones en contra del género femenino y torceduras a la ley con el único objetivo de hacer prevalecer a hombres en espacios como el Congreso local de una entidad; sin que les correspondan esos lugares, hacen a un lado a las mujeres, y con ello el principio constitucional de paridad total, todo ello a través de un grupo mayoritario de mujeres cuya justificación es la interpretación de las normas, pero a favor del género masculino.
Las Juanitas y Manuelitas son ejemplos también de mujeres que fueron obligadas a renunciar a sus cargos de elección popular para dar espacio a hombres. Debemos evitar que haya más Juanitas y que las mujeres que continúan con sumisión logren darse cuenta de que, si llegaron a un espacio de toma de decisión, deben ejercerlo sin presión alguna, y con una visión política que contribuya con la democracia, la igualdad, para que se eliminen los patrones masculinos y los estereotipos de género.
Es claro que el camino que las mujeres hemos tenido que recorrer para ser consideradas en un cargo público ha sido tortuoso, particularmente por la exigencia de grandes segmentos de una sociedad en la que perdura que las mujeres deben estar exclusivamente ligadas al hogar, a los cuidados de los niños, enfermos y adultos mayores y no en la política.
Se suma a lo anterior el actuar de los hombres que constantemente ponen en duda nuestra capacidad para ejercer el cargo, decidir y resolver, lo que provoca que, cuando al fin llegamos a los puestos de poder, ante este tipo de escenarios hostiles y aciagos, las mujeres asumamos actitudes que no son propias de nuestro género femenino o de la forma en la que realmente consideramos que debe ejercerse el poder; es ahí en donde inicia el proceso de masculinización.
Lo hacemos ante la fuerte presión de la estructura patriarcal y machista que no permite que las mujeres tomen decisiones autónomas, pues de hacerlo se hacen presentes las críticas; somos culpabilizadas por nuestra propia condición de género. Un ejemplo muy actual es cuando Xóchitl Gálvez (excandidata a la presidencia de México por la coa- lición integrada por PAN, PRI y PRD) denunció públicamente en junio de 2024 que Marko Cortés le gritó en dos ocasiones: una al término del primer debate, cuando Marko le dijo “eres un desastre”, y otra cuando se anunciaron los resultados del conteo rápido por el INE, que daba como ganadora virtual a Claudia Sheinbaum Pardo, a quien Xóchitl llamó para felicitarla por el triunfo.
Ante diferentes medios de comunicación, Xóchitl Gálvez expresó lo siguiente: “Marko Cortés me reclamó de manera muy agresiva y fuera de lugar”. 9 Explicó que el líder panista le recriminó y expresó: “Marko se enoja, me reclama con demasiado tono alto, no sé si a los hombres en general les gusta gritar, pero se pueden resolver los problemas o se puede dialogar sin gritar y sí, sí levantó la voz». 10 “Me dijo que era indigno de mi parte felicitar a Claudia porque había sido una elección de estado”. 11 Este es un claro ejemplo de hombres ejerciendo el poder y queriendo ejercer control absoluto de mujeres que participan en política.
Esto se reproduce más de lo que creemos, y muchas mujeres deciden no hacer nada o no interponer ningún tipo de recurso legal por miedo a no figurar más en ese espacio público diseñado por hombres. Muchas más lo hacen por sumisión y porque creen que es mejor para sus propios intereses; hay quienes quizás lo hacen inconscientemente (aunque, creo, son los casos más excepcionales).
Por ello, es fundamental que más mujeres comprometidas con la consolidación de la igualdad arriben a cargos públicos y de toma de decisión con una idea clara de esa necesaria ruptura de espacio-género, con esa transformación real que la politóloga Arlene B. Tickner contempla en su teoría en cuanto a la forma de percibir y ejercer el poder desde el feminismo.
La tesis de Arlene Tickner contempla que el cambio de la percepción de poder tomará otro aspecto cuando las mujeres, como grupo, sean quienes ejerzan puestos de poder. A mayor número de mujeres en el mundo ejerciendo cargos relevantes, se podrá generar una masa crítica que permita dar al mundo una visión del poder y su ejercicio más femenina y con resultados distintos a los que tenemos.
La masculinización de las mujeres en el ejercicio del poder, al igual que el patriarcado, invisibiliza a las mujeres y les roba espacios y tiempos propios.
La gran expectativa que tenemos las mexicanas de Claudia Sheinbaum
Por ello, después de un proceso electoral en el que vimos a dos mujeres y solo un hombre en la contienda por la presidencia de la República, muchas mujeres consideramos que es un gran acierto que, por fin, la sociedad mexicana, patriarcal y machista en la que vivimos haya logrado gestar que una de nosotras esté hoy al frente del cargo más importante del país. Empero, ello no significa que solo nos quedemos aquí, con esta lucha ganada, pues a la vez existe una amplia expectativa sobre la forma en la que Claudia Sheinbaum ejercerá el poder, ese poder que 35 millones de personas le han conferido, en un país que después de 200 años de instaurada la República por primera vez tiene a una mujer en el Ejecutivo.
Hay que reconocer que no ha sido nada fácil que Claudia Sheinbaum sea la primera presidenta de México. Ella misma tuvo que pasar adversidades y vicisitudes antes de ser designada como la candidata de Morena y partidos aliados. Recordemos que fue la única mujer contendiendo internamente con cuatro hombres que históricamente creen y piensan que el poder les pertenece a ellos exclusivamente. Pero como ha ocurrido en otras latitudes, el respaldo que mostró Andrés Manuel López Obrador para muchos ha sido decisivo, y ello se enmarca también como parte de ese sistema patriarcal que debe ser erradicado, y por lo cual existe hoy una alta expectativa de las mujeres (por supuesto, me incluyo) de lograr autonomía absoluta en la toma de decisiones de poder y de contar con una visión de género real, porque falta mucho por hacer en este sentido y mucho por materializar.
Desde septiembre de 2021, en la inauguración de sucursales del Banco del Bienestar en Tláhuac, 12 el entonces presidente Andrés Manuel López Obrador levantó la mano de Claudia, lo que muchos consideraron una clara señal política de la sucesión presidencial. Este fenómeno se reproduce en muchos círculos políticos, donde los espacios de poder vacíos comienzan a generar especulación, cuando las mujeres que deberán ocuparlos, por temas de género, comienzan a ser ligadas a hombres que ejercen poder. La realidad es que así llega a ocurrir, aun cuando hay perfiles de mujeres más destacadas y con trayectorias sobresalientes, en la mayoría de las ocasiones lo que se privilegia es justo ese respaldo político.
En el caso de la actual presidenta hay una amplia trayectoria que la respalda, desde su participación en temas políticos en la propia UNAM, cuando ella era muy joven, pero lamentablemente no es el caso de muchas mujeres que además reproducen prácticas androcéntricas y no dejan de lado el yugo patriarcal.
Claudia Sheinbaum fue blanco de muchas críticas por parte de actores políticos que ocuparon sus espacios para violentarla, por ejemplo, Jesús Zambrano, quien durante años declaró varias veces que Claudia Sheinbaum, cuando era jefa de gobierno de la Ciudad de México, no actuaba como tal, sino que era una “regenta”. 13 (Con ello indicaba que se sometía a las órdenes del presidente.) Este personaje afirmó en una entrevista en radio que “Claudia, como siempre, muñeca de ventrílocuo, acompañando todo lo que López Obrador dice”, además de burlarse de su aspecto físico.
Este término de “regenta” fue usado contra Claudia por otros y otras políticas, particularmente panistas —Andrés Atayde Rubiolo (presidente del PAN en la CDMX), Jorge Triana y Kenia López— y perredistas, como Silvano Aureoles, además de Zambrano. Se sumaron Mariana Gómez del Campo, Beatriz Pagés y Javier Lozano, con un adjetivo más: “Es Titina”.
Esto es el reflejo de la sociedad machista y patriarcal, en la que, como se observa, de manera indistinta participan hombres y también mujeres, lo que resulta aún más lamentable, porque de lo que se trata en una democracia es de poder criticar y debatir del trabajo que realizan hombres y mujeres, de sus resultados y de sus deficiencias en la generación y materialización de políticas públicas; sin embargo, para las mujeres que están en política la crítica es más dura. Es difícil que lo que se llegó a decir de Claudia se hubiera dicho así de un hombre. Esto mismo lo afirmó una publicación del diario Milenio el 11 de agosto de 2023 en la nota titulada “Sheinbaum recibe 6 veces más ataques machistas que Xóchitl Gálvez”.
Todo esto que se relata y que vivió la actual presidenta de México lo viven muchas mujeres en política; otras somos criticadas y denunciadas sin razón alguna: se trata de ensuciar nuestra trayectoria y el trabajo que hacemos cuando decidimos ser parte de la vida pública de nuestra localidad, entidad y país.
Por supuesto que las expectativas que tenemos son grandes, porque de lo que se trata es de modificar el sistema patriarcal que subsiste hasta el día de hoy; se trata de transformar los espacios modificando las lógicas relacionales que hay en cada célula de lo político.
Se trata a propósito de hacer una transformación estructural del sistema en la que se logre una igualdad real entre hombres y mujeres y se supere el feminismo como discurso-fragmento.
El actuar tuyo, presidenta Claudia, será decisivo para que muchas mujeres logren desligarse totalmente de los yugos patriarcales y de esa sumisión que ha generado la masculinización de las mujeres en el ejercicio del poder.
Es un momento muy importante para muchas niñas, adolescentes, jóvenes, mujeres, mujeres mayores y de la segunda juventud, para que desarrollemos una conciencia de nuestra condición de género y que, a través de ti como presidenta, se vivan cambios reales en la estructura del Estado.
En 2024 tú lograste romper un techo de cristal, por ello la expectativa es grande, tan grande como ese quiebre social que se dio con el arribo de una mujer al cargo más importante del país: saber que las mujeres podemos optar por y ejercer cargos de poder de manera autónoma, independiente y sin tener que masculinizarnos.