Fernandomanía
“Nunca dio molestias, comía lo que había”, así recordaba doña Hermenegilda a su hijo Fernando Valenzuela
Con motivo del sentido fallecimiento de Fernando Valenzuela, la leyenda mexicana de beisbol, Proceso recuerda una entrevista que esta casa editorial realizó a sus padres, Avelino y Hermenegilda, en 1981.ETCHOHUAQUILA, SON.– “Ya lo traía de nacencia. Por eso no quiso seguir en la escuela y comenzó a irse de la casa”. Así recuerda don Avelino aquellos calurosos días de mayo de 1973, cuando su hijo, Fernando Valenzuela, era apenas un endeble adolescente, aspirante a jugador de beisbol.
Fernando se fue del ejido poco a poco, como la lluvia: primero se iba a Navojoa, con el equipo Mayos de la liga del estado. Desaparecía por unos ocho días y regresaba, hasta que una vez lo contrataron en Guanajuato y volvió luego de cinco meses. Apenas tenía 16 años.
“Sentí sus ausencias –agrega don Avelino–. Es el más chico de 12 hijos, pero el que menos ha estado en la casa. A veces me intranquilizaba porque era muy callado y no sabía cómo le hacía para vivir. Además, aquí siempre se necesitan brazos para trabajar la tierra”.
Ahora, cuatro años después y en sólo 28 días, Fernando Valenzuela está convertido en el pelotero mexicano más destacado en las Ligas Mayores de beisbol. Sus siete victorias sin derrota, cinco blanqueadas, porcentaje de 0.28 en carreras limpias y 61 ponchados en igual número de presentaciones, lo colocan como el pitcher más consistente de su equipo, Dodgers de los Angeles, de la Liga Nacional, y de la Americana. Aunque la temporada apenas comienza, el novato es también el jugador más entrevistado en ambos circuitos.
Su contrato para esta temporada es de 45 mil dólares (1,035,000 pesos)
Y así, de pronto, el ejido de Etchohuaquila, municipio de Navojoa, con 35 casas y 267 habitantes, apareció en la geografía deportiva.
La casa de don Avelino es visitada diariamente por periodistas, camarógrafos y aficionados, que quieren conocer el sitio donde nació y se crió Fernando Valenzuela.
Esto llena de satisfacción a la familia, sobre todo a la madre del pelotero, Hermenegilda Anguamea, de origen mayo, y de quien Fernando heredó su carácter introvertido.
La señora nació en el ejido. Más envejecida que su esposo, no recuerda su propia edad y, al igual que él, no sabe leer. Es ella la que con más cariño y nostalgia habla de su hijo:
Lo extraño mucho porque fue un muchacho que nunca dio molestias. Comía lo que había. No era chiquión para nada. Ni desobediente. Por eso cuando nos dijo que se iba a jugar, lo dejamos ir...
En esta casa –paredes de adobe, techo de argamasa y zacate– doña Hermenegilda utiliza un rincón de la única recámara, donde improvisó un “santuario” en el que coloca recortes y fotos de Fernando.
Esta práctica la comenzó desde que su hijo llegó a los Dodgers y comenzó a ser publicado en los periódicos. Inclusive hay recortes en inglés que le obsequiaron periodistas estadunidenses.
Después de años convencionalmente solitarios, los esposos Valenzuela se han convertido en el matrimonio más importante para la comunidad. Ninguno es aficionado al beisbol y se sorprendieron por lo que ha obtenido Fernando. Dice don Avelino:
“¿Usted cree? Yo ni sabía que fuera a ser tan bueno. Y pos ya ve: hasta entran a la recámara para ver las fotos. El otro día vino una familia, creo de Obregón, y me preguntaba si de veras era mi hijo porque pensaban que era de otro planeta. ¿Cómo ve? Si aquí anduvo siempre desde chiquito”.
Lo bautizó mi compadre Eduardo Mendívil, que vive allá en aquella casa, aunque ahora no vive con mi comadre, vive con otra mujer.
En el rostro de Avelino Valenzuela se acentúan las grietas de esta tierra calurosa y reseca. Comparte lo arduo del trabajo cotidiano con su esposa, ocho de sus doce hijos y su nuera Agueda Aguilar, esposa del hijo mayor, Rafael. A los 72 años, don Avelino no tiene queja alguna de la vida.
Colindante con uno de los cuatro valles “dorados” del Yaqui, donde el trigo crece vigoroso en tierras de riego, Etchohuaquila cuenta con dos mil 300 hectáreas. Carece de drenaje, pero cuenta con un pocito de agua potable y luz eléctrica, desde hace apenas cinco años. Sobre las cosechas, don Avelino recuerda:
“Hay mucha tierra, es cierto. Pero sólo tenemos un pocito para regar 300 hectáreas. Las demás dan utilidad sólo si Dios quiere y llueve bonito. No recuerdo cuándo me trajo mi padre, pero debe haber sido hace unos 55 años. Aquí conocí a mi esposa. Aquí me casé y aquí quiero morir. Antes, cuando nuestros hijos eran chicos, las cosas estaban muy difíciles. Ahora, con su ayuda, nos va mejor porque sacamos más provecho de la tierra.
Todos los hijos del matrimonio Valenzuela fueron sanos, sobre todo Fernando, quien nunca tuvo enfermedades graves. Doña Hermenegilda narra que la única vez que la desobedeció fue cuando tenía ocho años, se llevó el caballo y éste lo derribó, pero el niño salió ileso.
La señora nos muestra cuatro fotos de Fernando, una de ellas con el uniforme de los Mayos y otra con el de los Dodgers. Se nota que Valenzuela era un chico delgado y, ahora, está “pasado de kilos” y con voluminoso vientre.
–¿A Fernando le gusta la cerveza? Porque en Ciudad Obregón y Navojoa dicen que cuando toma, se bebe un cartón de cerveza casi sin pestañear.
–Sí le gusta la cerveza –responde don Avelino–. A mí también y a mis hijos. Además, aquí la bebemos porque hace mucho calor, pero no lo hacemos para emborracharnos. Hay mucha mentira con Fernando. Mire: dicen que nos invitaron a Los Angeles para verlo jugar y eso no es cierto. También que los gringos nos van a regalar un rancho y ni siquiera han hablado con nosotros.
Aunque no han recibido dinero de su hijo, los padres de Fernando saben esperar: lo han hecho toda su vida. Esperan que llueva, que les perforen pozos, que el garbanzo, el trigo, y el cártamo se les den bien. Siempre ha sido así: “Yo creo que todavía no es tiempo de que nos ayude. Ya nos escribió y dice que como para septiembre u octubre viene y que nos construirá una casa más grande. Él es buen hijo”, dice doña Hermenegilda con orgullo.
"No dejó novia aquí"
Durante su vida en el ejido convivió poco en la comunidad. Sin embargo, Fernando conserva buenos amigos, quienes con frecuencia visitan a sus padres para pedir informes de él, sobre todo Concepción Mendívil, una joven de 18 años con quien acostumbraba salir a dar la vuelta.
“No dejó novia aquí, pero creo que con Concha se lleva muy bien. Cuando viene mi hijo se la pasa con ella mucho tiempo. Yo no me voy a meter para aconsejarle con quién se case, ya ve usted, el otro día una muchacha se brincó la barda para darle un beso en la boca. Quién sabe dónde irá a quedar mi hijo –dice con voz apenas audible su madre-”.
Entretanto, Valenzuela, a pesar de su temporal lejanía, provoca cambios sustanciales en esta comunidad a la que se llega por un polvoriento camino de cinco kilómetros adentro de la carretera que va de Navojoa a Ciudad Obregón. El gobierno estatal envió hace unos días dos motoconformadoras para que reparen la terracería. Además, se remozarán las fachadas de las casas porque si todo sigue como hasta ahora, cuando visite a sus padres irán a verlo más aficionados que al estadio de los Dodgers.