Cine/Aún no
Cine/Aún no: "El joven chamán"
La directora Lkhagvadulam Purev-Ochir concibe la historia a partir de una experiencia personal, cuando descubrió la corta edad de un chamán en una ceremonia.CIUDAD DE MÉXICO (apro).-Sorprende la vitalidad del chamanismo en Mongolia, a pesar de la enrevesada historia del país, cuya espiritualidad sobrevivió a las masacres y purgas en la era de Stalin contra los lamas tibetanos, pues la tradición budista se había fusionado prácticamente con las de orden chamánico del fascinante país de Gengis Kan. Música y vestuario, junto con las imágenes de la inmensidad de cielo y desierto, son lugares comunes en las pocas películas de Mongolia que se exhiben en Occidente.
El joven chamán (Ser Ser Salhi; Francia/Mongolia/Portugal/Holanda/Qatar, 2023) evita la explotación folklórica para escenificar un conflicto esencial: la tensión entre tradición y modernidad.
De 17 años, Ze (Tergel Bold-Erdene) cursa el último año de su educación preparatoria, y como tantos jóvenes de su generación aspira a convertirse en un ejecutivo exitoso; Ze también es chamán, de acuerdo a la tradición de su familia y mucho por aptitud propia, capaz de convocar a espíritus ancestrales: Cuando le encargan una ceremonia para ayudar a Maralaa (Nomin-Erdene Aryumbiamba), una joven a punto de ser operada del corazón, la perspectiva sobre su ser se ve perturbada. No que de ahí se derive un melodrama a la Love Story, porque Maralaa es fuerte y lo toma por un timador, por eso cuando él la visita en el hospital comienza a verla de manera diferente.
La directora Lkhagvadulam Purev-Ochir concibe la historia a partir de una experiencia personal, cuando descubrió la corta edad de un chamán en una ceremonia. ¿Cómo experimenta los contrastes entre una tradición milenaria y el ritmo de desarrollo económico en Ulán Bator, un joven que asiste a la escuela con otros de su edad que compiten por tener el celular a la moda y se burlan de su espiritualidad?
Con Maralaa descubre discotecas, modas, intimidad; es una joven que piensa por ella misma. Podría afirmarse que para un chamán o cualquier mongol de la era soviética la tradición representaba la forma más auténtica de resistencia de la cultura mongola, como ilustra el estupendo drama Una perla en el bosque (2008), que habla abiertamente del sufrimiento de la población en esa etapa; pero para un joven actual en la situación de Ze la decisión ya no es clara: la manera en que se interioriza el desgarre cultural ocurre en la psique del personaje, no por represión política, sino entre ser normal de acuerdo a la nueva imagen de éxito o negar la tradición que él representa.
Para la directora, por supuesto, el joven chamán encarna esa urbe moderna en la que se debate la tradición nómada con el sedentarismo, dos formas comunitarias constantemente contrapuestas; esto sin que se trate de dos bloques homogéneos; así como el joven chamán aspira a conquistar esa sociedad de moda, de neón y edificios altos, la escéptica Maralaa sueña con habitar en uno de esos yurts, cabañas tradicionales en medio de valles y montañas. El joven chamán deja implícito, sin explorar a fondo, que no se trata simplemente de seguir el paso del progreso capitalista, que cada lado pierde a su manera.
El espíritu del antepasado que posee a Ze en sus trances, es un espíritu compasivo que sólo se manifiesta para ayudar a curar a la gente de la comunidad que lo solicita, no hay afán de lucro en primera instancia, pero el joven puede perder la capacidad de ver cuando se sumerge en la modernidad… Una imagen interroga al espectador de manera directa cuando muestra a un grupo de jóvenes ladrando frente a la cámara.