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“Las memorias del caracol”
Esta película no se trata de un novela de Dickens, sino de la animación del australiano Adam Elliot, autor cuyo trabajo se conoce poco en México, mucho porque no está dirigido a niños, y más por la densidad de sus temasCIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- La madre de Grace muere dando a luz a ella y a su hermano mellizo, Gilbert; lo gemelos quedan a cargo de su padre, un francés alcohólico, acróbata callejero que queda paralítico por un accidente de tráfico. Pese a todo, los hermanos viven una infancia tranquila y divertida: ella dedicada a coleccionar caracoles, y él a leer literatura seria, por lo menos hasta que el padre muere.
Los chicos, dados en adopción, separados, van a vivir en extremos opuestos del continente australiano, uno con una familia de fanáticos religiosos que abusa de él, y la otra con una pareja alocada de swingers que no le presta la más mínima atención.
No se trata de un novela de Dickens, sino de la animación del australiano Adam Elliot, autor cuyo trabajo se conoce poco en México, mucho porque no está dirigido a niños, y más por la densidad de sus temas; a diferencia de las animaciones de Tim Burton, incluso algunas de Miyazaki, que por oscuras que sean resultan accesibles para menores, bajo control parental, Las memorias del caracol (Memoir of a Snail; Autralia, 2024) con temas de alcohol, mariguana, piromanía, sexo libre, depresión, muerte, por nombrar algunos, no es nada recomendable para niños.
La paradoja es que el arte de Adam Elliot, ese universo que construye a base de plastilina, papel y pintura, mantiene el punto de vista de un niño, niña en este caso; Grace, coleccionista compulsiva de figuras y objetos relacionados con los caracoles, se identifica con ellos para sobrevivir pérdidas irreversibles, amontonamiento aparente que Elliot organiza visualmente como si se ocurriese al interior del caracol.
Eventualmente, Grace conoce a Pinky una excéntrica octogenaria que se convierte en amiga y mentora, y la anciana no sólo la acepta sino que entiende la complejidad de su mundo interior; figura sustituta materna que por supuesto, pierde. La historia justo comienza con Grace expandiendo las cenizas de su amiga en el jardín.
Los personajes de Elliot aprenden y crecen gracias a la pérdida y la frustración, como los protagonistas de las novelas que lee el mellizo de Grace, El señor de las moscas de Golding o El guardián del centeno (The Catcher in the Rye) de Salinger; la heroína se construye a base de quebrantos que la guían hacia una forma de revelación de las cosas esenciales de la vida. Parte de su pasión por el caracol es que éste sólo puede caminar hacia adelante, a lo más se retrae en su concha. El labio leporino, del que operan a Grace al nacer pero del que siempre lleva la marca, implica malformación desde el vientre materno, una forma de destino.
El trabajo de Adam Elliot es auténticamente artesanal, con cero efectos digitales, hecho por seres humanos que anuncian los créditos al final; la técnica del stop motion que el director-escritor bautiza con el sustantivo compuesto de clayography (clay, plastilina; biografía, un portmanteau como brexit) trasmite el calor y el movimiento de las manos del equipo de Elliot que se llevó más de siete años en modelar y animar los? siete mil objetos (fabricados con arcilla, papel, vidrio y latón) para crear el universo vivo de Grace. La coherencia entre objetos entre sí asociados a la psicología de los personajes es magistral, cada artículo de ese bricolaje tiene un significado para ella, tal como Sylvia, su caracol mascota favorita, bautizada en honor a Sylvia Plath.
Con pocas animaciones, principalmente cortos, apenas un par de largometrajes (Mary y Max, 2009), el trabajo de Adam Elliot se extiende por casi tres décadas, evoluciona lentamente a la manera del caracol que sirve ahora de metáfora, cada vez más oscuro y a la vez luminoso en la forma de cuidar y respetar a sus personajes excéntricos y marginados, y en la habilidad para proyectar su propia biografía como ocurre desde la estupenda trilogía familiar (Uncle 1996, Cousin 1998 y Brother 1999 -Tío, Primo, Hermano-; Hollywood reconoció ya su talento con el Óscar que recibió en 2015 por su memorable corto Erni Biscuit (2015).
Memorias del caracol compite ahora contra Wallace and Gromit: Vengeance Most Fowl, otro gran éxito de Aardman también stop motion, más ligera, de humor apto para niños y adultos. El resultado dará cuenta de la línea que seguirá Hollywood en estos tiempos de incap/endios y de piromanía política.