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Cazzu en México: así fue su primer concierto ante 10 mil asistentes

La artista argentina desplegó en la Ciudad de México un espectáculo sin artificios visuales, sostenido en la fuerza de su cuerpo y su voz. Entre el trap y la teatralidad, Cazzu confirma su tránsito hacia una escena más madura y libre.
martes, 14 de octubre de 2025 · 23:48

CIUDAD DE MÉXICO (apro).-El escenario del Auditorio Nacional se convierte en un bar minimalista. No hay pantallas ni efectos visuales: la historia se sostiene en su presencia. En Mala suerte, atiende un teléfono de cable, antes de recuperar su identidad artística más pura: una mujer sola, magnética, que se basta para llenar el espacio.

Cazzu prescinde de teloneros y preámbulos. Entra sola, directa, con la urgencia de quien regresa a un amor interrumpido. Detrás de un decorado que simula una ventana, su sombra apenas se distingue hasta que un grito del público rompe la penumbra. En la oscuridad comienza Ódiame, una interpretación intensa, corporal, sobre una mesa. Un hombre intenta danzar con ella; Cazzu lo aparta sin titubeos. Esa independencia será el hilo conductor del concierto.

En esta puesta, los hombres orbitan a su alrededor como piezas de un tablero que ella controla con movimientos medidos. Los músicos, actores y bailarines masculinos la acompañan, pero es Cazzu quien marca el ritmo y los límites. En Toda se recuesta sobre la barra del escenario, desbordando sensualidad sin aspavientos. Cada gesto está calculado, pero conserva una naturalidad que la vuelve creíble.

Su vestuario acompaña el relato: del negro al rojo, del misterio al deseo. Las transparencias y el brillo ceden protagonismo a sus piernas —la única parte de su cuerpo sin tatuajes—, convertidas en un nuevo punto de atención. Para el cierre, adopta un atuendo de aire gitano que le devuelve una libertad visible. Entre risas, dedicatorias, Cazzu articula un discurso sobre el placer y la autonomía más cercano y directo con la mayoría de las fans femeninas que le escuchan atentamente.

A sus 31 años y con casi dos décadas de trayectoria, el regreso a los escenarios la encuentra reflexiva. “Parece que solo quieren que cante”, dice entre risas, cuando la pista amenaza con cubrir su voz. Habla del paso del tiempo, de las expectativas y de la resistencia a ser domesticada. Su control escénico es absoluto: Cazzu no pide permiso.

El repertorio se centra en Latinaje, su nuevo disco, pero incluye momentos de relectura. Mucha data reaparece despojada de artificio, más sobria y precisa; Loca, el himno que marcó el despegue del trap argentino, se transforma en una versión casi irreconocible, menos provocadora. En Inti y Pobrecito mi patrón, de Facundo Cabral, surge una emoción contenida, sostenida por una mueca y el aplauso, seguido del tributo de la noche a una intérprete femenina mexicana con el tema No me enseñaste de Thalía.

En el tramo final, con Con otra, el Auditorio se rinde. Cazzu ya no busca demostrar poder, sino habitarlo. No necesita un estadio abierto para confirmar su estatura: desde el coloso capitalino, reafirma que su reinvención no es renuncia, sino evolución. Ya no es solo “la jefa del trap”, sino una artista que entiende el deseo, la escena y el tiempo como territorios que le pertenecen.

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