LIBROS
Libros: Anne Pingeot y Juliette Drouet, los amores escondidos de Victor Hugo y François Mitterrand
Beatriz Rivas, autora de Voces en la sombra explora una historia sobre la pasión y las consecuencias del amor. En entrevista con Proceso habla sobre su recién libro publicado por Alfaguara.CIUDAD DE MÉXICO (proceso.com.mx).–Las eternas amantes, esa es la historia de Voces en la sombra, la nueva novela de Beatriz Rivas. En ella narra el amor escondido de Anne Pingeot y Juliette Drouet; las mujeres del amor en secreto, una amó al presidente de Francia, François Mitterrand y la otra al escritor Victor Hugo.
"Lo que me interesa no es la infidelidad, son las mujeres", dice la escritora mexicana en entrevista con Proceso.
Rivas lo ha dicho en otras ocasiones, la naturaleza del ser humano no es la monogamia. Y aunque pareciera que su obra gira alrededor de este tema, lo cierto es que la infidelidad es un tema que toca todo, y la literatura, tanto como la política no son ajenas a ello.
La historia de su nuevo libro la encontró en Francia.
"Fue de casualidad, fui al museo de Víctor Hugo y de pronto en una de las habitaciones había un retrato al óleo. Nada más de verle la cara me transmitió abandono y melancolia. Pero su esencia estaba en la casa del escritor y entonces busqué sobre ella".
La obra publicada por Alfaguara, recrea la historia a partir del archivo de Victor Hugo. Cartas y libros. El registro del amor.
Rivas apunta de una manera natural sobre el imaignario de los personajes en el adulterio.
"Los términos que se repiten con frecuencia, día a día, son: Te amo y Anne. La eterna amante nunca quemó las cartas ni el diario. Sabe que Madeleine destruyó las de André Gide; Catherine Pozzi, las de Paul Valéry. Pero sí trascendieron las palabras de amor de Wilde, Balzac, Flaubert. De Heidegger a Hannah Arendt. De Napeolón a Josefina. De James Joyce a Nora Barnacle y las de Rosa Luxemburgo a Leo Jogiches. Y claro, entre muchos nombres, aquellas que se enviaron cotidianamente Juliette Drouet y Víctor Hugo".
El lector encontrará una vairante imaginativa, no muy habitual en la literatura actual; un "encuentro" entre Mitterrand y Hugo, una conservación para brindar por el amor.
Juliette Drouet vivió la caída de Napoleón. Pero su mundo colisonó el l 6 de febrero de 1833 cuando al autor de Los Miserables le declaró su amor. Entre sus cartas y diarios, dejaría constancia; un eco de la pasión.
"El 26 de febrero de 1802 nací a la vida. El 17 de febrero de 1833 nací para la felicidad en tus brazos. La primera cita es solo vida, la segunda es amor. Amar es más que vivir".
Cuestionada al respecto, Rivas reflexiona sobre el proceso creativo de su novela.
"La gente ya no se escribe, ya no hay cartas manuscritas. Se escrie de una manera rápida e inmediata. Sin ningún tipo de poesía. Bueno, a veces no se cuida de la ortografía. Nos estamos quedando sin material los escritores, no hay de donde sacar la información".
Adèle Foucher fue la esposa de Victor Hugo. Se casaron en octubre de 1822, aquel enlace provocó un colapso mental a Eugène Hugo, el hermano del autor de Nuestra Señora de París, también amaba a Adèle. Cuando él inició su relación con Drouet, ella decidió ser la amante del amigo de su marido, el crítico Charles Augustin Sainte-Beuve.
François Mitterrand gobernó Francia por 14 años y contrajo matrimonio en 1944 con Danielle Émilienne Isabelle, se conocieron en la Resistencia, durante la Segunda Guerra Mundial. Por más de 30 años, Anne Pingeot fue la amante del mandatario francés y tuvieron una hija llamada Mazarine Pingeot. Un secreto a voces; las mujeres se encontraron y fueron fotografías en los funerales de Estado cuando Mitterrand murió.
Rivas estudió derecho y periodismo. Imagina sus siguientes novelas con un whisky al lado. Es autora de La hora sin diosas, Viento amargo, Todas mis vidas posibles y, a cuatro manos, Amores adúlteros (2010) y Amores Adúlteros... el final (2011). Libros publicados bajo el sello Alfaguara de Penguin Random House.
Proceso comparte con sus lectores un fragmento de Voces en la sombra:
Los separan no sólo las fechas de nacimiento (veintisiete años de diferencia), sino su estado civil: él está casado, muy casado desde 1944, con una mujer que fue miembro de la Resistencia francesa, y a pesar de todo el amor escrito y confesado, jamás se atreverá a pedir el divorcio. Danielle es la madre de sus hijos; es la esposa “oficial”. Un lazo irrompible los unió con el temprano fallecimiento de su primer bebé: Pascal (el escritor Victor Hugo y Adèle, su cónyuge, también perdieron a Leopoldo, su primer hijo, a los tres meses de nacido). Le conviene políticamente, pues es una mujer inteligente, sensible, volcada en causas humanitarias. Interesada en política, informada. Sale en las fotos, a su lado, elegante y digna.
Anne (su amante) en cambio es y permanecerá soltera. Siempre. Hasta el final, que fue el final de un hombre quien, al acceder a la presidencia de su país, ya estaba tocado por el cáncer. El doctor habla de metástasis y me da entre tres meses y dos años de vida, le confiesa a Anne el 9 de noviembre de 1981. Una información esencial de la que ni su esposa está enterada. Secreto de amor convirtiéndose en secreto de Estado. ¿O viceversa?
A mí, de ellos me separa el océano Atlántico (9,196 kilómetros si me piden exactitud), la fecha en la que llegué al mundo y una geografía muy distinta. Sin embargo, hay algo que nos une. Lo primero: Anne estudió un año en la Academia Charpentier, el mismo lugar elegido por Camille Claudel. Yo también lo hice en 1982, aunque sólo durante dos meses; después se me acabó el dinero. Mi ilusión era estudiar dibujo y fotografía. Lo segundo, precisamente durante mi estancia de un año en París, como joven estudiante de francés, François Mitterrand ya era mandatario: el hombre que abolió la guillotina, suprimió la homosexualidad como delito, respetó la independencia de los medios de comunicación, fue pieza clave para la construcción de la Unión Europea y la consolidación de una economía liberalizada, estable y competitiva.
Una tarde lo vi saliendo de la brasserie Lipp, en el boulevard Saint Germain, portando un sombrero color gris alforja. Un coche blindado y de un negro recién pulido, lo esperaba, pero él, con una discreta señal de la mano, indicó que prefería caminar. ¿Hacia dónde? Una niña de entre ocho y diez años lo acompañaba. ¿Mazarine, tal vez? No lo sé. La pequeña jalaba del manubrio, feliz, una bicicleta roja. Se me perdieron de vista cuando doblaron hacia la derecha, en la rue de Rennes. En ese momento nada se sabía de su relación escondida. Menos todavía de que el exalcalde de Château-Chinon era el padre de una chiquilla que no podía llevar su apellido, pero a quien arrullaba con cuentos casi todas las noches. Que se sabía muy querida y, al mismo tiempo, portadora de un secreto. Alguna vez la directora de su escuela, madame Dubost, preocupada, mandó llamar a su mamá. “Su hija está inventando historias; es una mitómana. Incluso afirma que es la hija del presidente de la República. ¡Imagínese!”, le dijo la maestra. “Mazarine nunca miente”, respondió Anne, impasible, mientras se levantaba del asiento sin dar otra explicación ni mirar hacia atrás al cerrar la puerta.
Haber visto a Mitterrand una sola vez en mi vida, aunque fuese desde la misma acera, no me da el derecho de apropiarme de su historia, de la mágica alquimia de su amor. ¿Ser novelista y creer en el poder de la ficción sí? Hay que decirlo ahora mismo (para que no se sientan engañados) y advertirlo en voz alta: no pueden ni deben creer nada de lo que aquí se afirme. O, bueno, tal vez sólo un poco.
Lo complicado es encontrar la voz narrativa. Sé que Anne es absolutamente discreta y celosa de su historia de amor. Le ha cerrado la puerta en la nariz a reconocidos periodistas. A David Le Bailly, incluso, lo amenazó: “Llegaré hasta donde sea necesario si no deja sus investigaciones. Será perseguido por la justicia”, pronunció con su voz tímida, casi dulce, pero inflexible.
Por lo tanto, me es imperativo elegir a otra protagonista. Muerta, de preferencia. Por ejemplo, a la mujer con quien Anne se identifica debido a las muchas coincidencias: compartieron sueños, tristezas, esperanza y desencantos. Tuvieron que acostumbrarse a vivir en las sombras. Discretas, amorosas, siempre solidarias, decidieron acallar sus voces. Mimetizarse para sobrevivir.
Anne Pingeot y Juliette Drouet se conocieron en un museo. La amante de François ama los museos. Y el retrato de Juliette cuelga de un museo situado en la antigua casa de su gran amor, en la Place des Vosges, a donde, en este mismo instante, nos dirigimos.