Estela Leñero Franco
Teatro/Danza: Wim Vandekeybus en México
Los colaboradores de la sección cultural de la revista Proceso –cuya edición ya es mensual– publican en esta página, semana a semana, sus columnas de crítica (Arte, Música, Teatro, Cine, Libros).CIUDAD DE MÉXICO (apro).– Danza, teatro, interdisciplina es la propuesta del coreógrafo y cineasta Wim Vandekeybus, quien con su compañía Ultima vez ha recorrido mundo. Ahora estuvo en el Teatro Esperanza Iris con la pieza “Trace” (Huella).
En México han transitado variadas propuestas de estos creadores belgas, y cada vez con arriesgues diferentes. En 1987 fue cuando realmente nos sorprendieron con su danza de impacto, energética, violenta y al límite. Por primera vez, o casi, veíamos una danza en la que los bailarines usaban botas juveniles y brincaban, se arrastraban o volaban por los aires. Nosotros los conocimos con “What the body does not remember” (Lo que el cuerpo no recuerda), la primera pieza de la compañía, y quedamos maravilladas y maravillados de lo que en la danza se podía hacer.
En esa pieza, el ladrillo o tabique era el elemento en juego. Se lo aventaban unos a otros y se exponían al límite, porque un ladrillo caía desde arriba y sólo hasta el último momento el bailarín se movía, o algún otro lo movía para librarse del golpe. La tensión en el espectador era constante.
El ladrillo se repite en la pieza “Huella” como eso, como reminiscencias de lo que ha quedado de ellos mismos, un ladrillo con el que la maravillosa bailarina Maureen Bator juega y resignifica. Sus movimientos espectaculares, ese fraccionamiento de cada parte de su cuerpo en una acción continua; los rompimientos y continuidades que nos emocionan, aunque no así el resto del espectáculo, que más bien es un tanto frío y dinámico. Maureen Bator se relaciona con el oso en escena y es un chango o se mimetiza con su grandiosidad; o llega hasta amamantarlo.
En “Huella” lo que está expuesto es el vínculo del ser humano y la naturaleza, vegetal y animal; la destrucción y la interferencia. Aquí, como en “Lo que el cuerpo no recuerda” los bailarines van de un lado a otro, se cargan y se avientan entre sí, caen y se levantan; una energía vital transmitida principalmente en las coreografías grupales.
Octavio Iturbe, pintor y videasta mexicano, introdujo por el 86 a Wim Vandekeybus a nuestro país, cuando surgía la compañía. Con él se le vino el nombre de Última vez, porque fueron las primeras palabras que aprendió en español y cuyos significados nos remiten a ese sentimiento de lo único. En 1987 lograron traer su primera pieza y tuvieron gran éxito. Trabajaron juntos en el video y en la concepción del siguiente espectáculo que conoceríamos: “Siempre las mismas mentiras”, donde las hamacas y la ropa colorida fueron de los elementos eje. Esta pieza se presentó cuando existía el Festival de la Ciudad de México.
En 1992 era su cuarta emisión y todavía lo extrañamos; aunque como un garbanzo de a libra, atesoramos estas dos funciones en la Ciudad de México y otras en San Luis Potosí en el Festival Internacional de Danza. En “Siempre las mismas mentiras” seguían siendo novedosos los elementos que participaban: actos cotidianos como comerse un huevo, mecerse en la hamaca, hervir agua y barrer el cochinero. Danza de impacto, acciones repetitivas, dislocadas, sin continuidad y azarosas.
“Huella” es una coproducción del Festival Europalia en Rumania, donde se estrenó en 2019. Vandekeybus se inspiró en los bosques primigenios de Rumania y en los gitanos que vivían en sus bordes. Sin ese contexto nosotros imaginábamos que aquellos gitanos podían ser migrantes, pordioseros, seres humanos marginales. En el espacio escénico sólo las líneas blancas de una carretera, unas llantas viejas y otros elementos de referencia, como unas sierras para indicar la devastación. El espacio manifestaba la intervención humana justo en los lugares donde habitaban los animales. Por eso los osos deambulan entre los humanos y chocan y luchan hasta llegar a la muerte… de los humanos. Una crítica a la destrucción de la naturaleza y a la sobrevivencia; una postura política que cuestiona nuestro presente; a lo que hemos llegado. Los humanos se transforman en ciervos, y se pintan los brazos y bailan sobre sus cabezas; regresan a su origen y vuelve la danza. Los temas son múltiples y a veces inapresables.
Estuvieron en México en 2004 y presentaron en el Palacio de Bellas Artes “Blush” (Rubor), y ahí la multimedia era un eje, y el instinto del cuerpo la constante. Y por qué presentar en México sus obras en inglés, si los títulos en español resultan tan sugerentes.
Última vez cumple 37 años de trabajo en el que sus creaciones implican largos periodos de exploración. Wim Vandekeybus los guía y se sumerge en temas que importan a nuestro presente. Nos propone una danza contemporánea, energética e impulsiva; una búsqueda del yo interno y de su vinculación con el exterior, donde la naturaleza está siendo exterminada y, por lo tanto, no tardaremos en desaparecer.