LIBROS

Las batallas políticas y culturales de Ireneo Paz

Ángel Gilberto Adame aborda en Siglo de las luces … y las sombras, las batallas, derrotas y fervores del abuelo del Nobel de Literatura. Fue general durante los conflictos bélicos de su generación; a lo largo de su vida, la batalla sería su bandera.
lunes, 17 de julio de 2023 · 15:20

CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Fue encarcelado y varias veces condenado a muerte. Se desempeñó como magistrado, dirigió los periódicos El padre Cobos y La Patria; luchó contra la reelección de Benito Juárez, combatió contra la Intervención Francesa y como apunta Ángel Gilberto Adame, en Siglo de las luces … y las sombras, Ireneo Paz fue el último liberal.

“Es la personalidad más importante de este mundo familiar”, decía Octavio Paz al recordar a su abuelo.

Ireneo Paz fundó y editó los periódicos El payaso, El padre Cobos, La Patria y La Patria Ilustrada. Apoyó el Plan de Tuxtepec. Secretario de Gobierno en Sinaloa, Jalisco y Colima. Fue juez y magistrado, diputado y regidor del Ayuntamiento de la Ciudad de México.

Fue general durante los conflictos bélicos de su generación. A lo largo de su vida, la batalla sería su bandera. Además de ser decano del periodismo fue presidente de asociaciones políticas, jurídicas y culturales.

Durante siete años, Gilberto Adame, quien es un estudioso de la obra y vida de Octavio Paz, se dedicó a revisar archivos, fondos reservados y diarios de la época para delinear los andares de Ireneo. Entre uno de los detalles que destaca, es que cuando muere en 1924, se quedaron sin publicar algunas obras que ya habían sido anunciadas como Memorias de un viejo periodista, Las posadas de flora y La noche triste y ¡Zapata!.

Su diario La Patria fue el primero en publicar las catrinas de José Guadalupe Posadas. Alguno de los pasajes más curiosos de su vida fue el duelo que tuvo con otro periodista, Santiago Sierra —hermano de Justo Sierra—, a quien dio muerte de un balazo en los campos de Tlalnepantla.

"No me gusta encasillar a un hombre por un solo acto, pero si tuviéramos que elegir uno, su momento más brilloso fue su participación en el Plan de Tuxtepec", dice Ángel Gilberto Adame en entrevista con Proceso.

El Plan de Tuxtepec fue una declaración que buscaba destituir al gobierno de Sebastián Lerdo de Tejada, anunciado el 10 de enero de 1876 y elaborador por Porfirio Díaz, en el municipio de Ojitlán, Tuxtepec, Oaxaca. En ese episodio Ireneo Paz realizó un apoyo para la causa antirreeleccionista:

"Con el plan listo, el editor se apresuró a imprimir por lo menos doscientas copias, advirtiendo a Carrillo que no se trataba de la versión final sino de un borrador, empero, aquel instrumento viajó y fue el que se terminó proclamando; tiempo después, el 21 de marzo, recibió los últimos ajustes en el campamento de Palo Blanco, Tamaulipas, incluyendo la reforma más importante para el movimiento: la posibilidad de que Díaz ocupara el Ejecutivo en cuanto Lerdo de Tejada renunciara. Para enero de 1976, Díaz y la mayor parte de los generales ya habían abandonado la capital con la intención de movilizarse desde diferentes puntos del país. La pretensión de reelección oficial ya había sido confirmada, a pesar de haber sido desaprobada por el mismo José María Iglesias, presidente de la Suprema Corte. Ante tal contexto, el 10 de enero, Díaz proclamó en el municipio de San Lucas Ojitlán, Tuxtepec, Oaxaca, el plan apenas redactado y para el 30 de enero El Padre Cobos se sumó a la causa al publicar el ahora reconocido Plan de Tuxtepec, firmado tanto por Díaz como por Donato Guerra". 

Con este trabajo de investigación, Ángel Gilberto Adame, espera dar luces a la vida de uno de los hombres más prolíficos del siglo XIX y del que poco se ha estudiado su labor y contribución a uno de los pasajes históricos más importantes del país. 

La huella de Ireneo en Octavio fue tal, que aparece en dos de sus poemas más famosos: Canción Mexicana y Elegía Interrumpida, en este último, el futuro Nobel de Literatura abordó el momento de la muerte del patriarca familiar.

Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
Al primer muerto nunca lo olvidamos,
aunque muera de rayo, tan aprisa
que no alcance la cama ni los óleos.
Oigo el bastón que duda en un peldaño,
el cuerpo que se afianza en un suspiro,
la puerta que se abre, el muerto que entra.
De una puerta a morir hay poco espacio
y apenas queda tiempo de sentarse,
alzar la cara, ver la hora
y enterarse: las ocho y cuarto.

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