Literatura
Luto en la literatura universal ante la muerte de Kenzaburo Oe, Nobel de Literatura 1994
El novelista falleció en Tokio a los 88 años el 3 de marzo, pero por respeto a su familia se dio a conocer hasta ahora.CIUDAD DE MÉXICO (apro).- El escritor japonés Kenzaburo Oe, premio Nobel de Literatura 1994, murió a los 88 años.
Oe fue despedido de manera íntima por parte de su familia, y ya habrá un momento para despedirlo de manera pública, según dio a conocer su editorial Kodansha.
El novelista murió en Tokio a los 88 años el 3 de marzo, pero por respeto a su familia se dio a conocer hasta ahora.
Autor de obras como Una cuestión personal, nació en la isla japonesa de Shikoku, sobre la cual recordó sus primeros años:
“Desde niño tengo interés en cómo nuestro limitado cuerpo encaja el sufrimiento. De pequeño, yo iba a pescar. Y me fijaba en el pez con el anzuelo clavado, que se movía mucho. Sufre horrores, pero en silencio: no grita. El niño que yo era pensaba: ¡cuánto dolor inexpresado! Ese fue el primer estímulo que me llevó a ser escritor, porque pensé que los niños tampoco podíamos hacernos entender bien.
“Me hice escritor para reflejar el dolor de un pez. Y hoy me siento, sobre todo, un profesional de la expresión del dolor humano, al que persigo mostrar con la mayor precisión posible”.
Quizá una metáfora de su sentir de pequeño frente a la vida, pues aunque en algún momento describió a su madre como una “mujer tierna”, cuando le dieron el Nobel a Oe los periodistas la buscaron, y ella refirió: “En Asia ha habido dos escritores muy buenos y sólo uno de ellos, Tagore, obtuvo el Nobel. Comparado con él, mi hijo es una basura”.
El existencialismo francés –producto de sus estudios en Letras Francesas en la Universidad de Tokio– le permitió reformular la realidad japonesa. Así escribió en 1957 La presa, novela en la que narra la captura de un piloto norteamericano negro en Japón durante la II Guerra Mundial, por la cual obtuvo el prestigioso Premio Akutagawa, galardón instituido en honor del escritor Ryunosuke Akutagawa, que se suicidó en 1927.
Con múltiples influencias que van desde Dante Alighieri, Francois Rabelais, Honoré de Balzac y Edgar Allan Poe a Jean-Paul Sarte, Albert Camus, William Butler Yeats o Wystan Hugh Auden, el trabajo del japonés --como él mismo reconoció-- se sostuvo en tres pilares vitales:
El nacimiento de su hijo discapacitado en 1963, el viaje que realizó a Hiroshima ese mismo año, y el que hizo a Okinawa, dos años después. De ahí surgieron obras como Una cuestión personal (1964), Notas de Okinawa (1970), ¡Despierten, oh jóvenes de la nueva era! (1983), Salto mortal (1999), y las novelas Renacimiento (2009) y Cuadernos de Hiroshima (editado en español en 2011).
En Notas de Okinawa indagó en los “suicidios en masa” de civiles en las islas okinawenses, antes de la llegada de las tropas norteamericanas, cerca del fin de la guerra, pero ahí precisó que las tropas imperiales, en repliegue, ordenaban a civiles, con granadas en mano u obligando a jefes de aldea a llevar a la población hasta acantilados para que se arrojaran al vacío.
Oe sostuvo que en realidad fueron muertes inducidas, y con su libro y obras como La guerra del Pacífico de Saburo Lenaga, los manuales de historia japoneses cambiaron ese episodio a “suicidios en masa inducidos por el ejército imperial”.
También rechazó la Orden de Cultura de Japón, premio codiciado porque daba una pensión por parte del Imperio Japonés. En 2005 dijo al diario español La Vanguardia:
“Cuando era pequeño, viví cómo se consideraba al emperador una deidad, en el marco de un nacionalismo muy fuerte. Y eso me da miedo, es lo opuesto a la democracia. Para mí, rechazar ese premio era rechazar la potestad del emperador para reconocer mi obra y darme un galardón. ¿Quién es él para decir que soy un buen escritor? A pesar de que renuncié a mi paga, grupos de ultraderecha y de derecha se manifestaron frente a mi casa: ‘¡Usted no es japonés!’, gritaban”.
Denunció a la industria nuclear japonesa vía The New Yorker por “falta de respeto por la vida humana” y calificó como “la peor traición posible a la memoria de las víctimas de Hiroshima”. En sus últimos años y amante de la paz, se esforzó por promover los intercambios culturales y amistad entre Japón y China.