Adelanto de Libros
“Los herederos”, del Nobel 1983 William Golding
El tema de esta novela versa sobre los neandentales (“Homo neanderthalensis”, también a veces conocidos por el nombre en desuso de “Homo sapiens neanderthalensis”), quienes en la alborada de la humanidad cohabitaron la tierra con los primeros “Homo sapiens”.CIUDAD DE MÉXICO (proceso.com.mx).- A 30 años del fallecimiento de William Golding, autor de la tremenda narración “El señor de las moscas”, el Fondo de Cultura Económica publica el número 828 de su Colección Popular con la segunda novela que redactara el afamado escritor británico, Premio Nobel de Literatura 1983, “Los herederos”.
El tema de esta novela versa sobre los neandentales (“Homo neanderthalensis”, también a veces conocidos por el nombre en desuso de “Homo sapiens neanderthalensis”), quienes en la alborada de la humanidad cohabitaron la tierra con los primeros “Homo sapiens”. Como los humanos, ellos vivían en comunidad y aunque en un comienzo ninguna de ambas ramas de aquellos primos lejanos sabía de su existencia mutua, pronto descubren que sus modos de sobrevivir paradójicamente son similares y a la vez, muy distintos, al punto que hay acercamientos y reyertas.
“Una novela genial e inquietante que completa huecos históricos y antropológicos, al mismo tiempo que ahonda en el lado oscuro de la naturaleza humana”, traducción para el FCE de Luis Jorge Moone y revisión de la traducción por Fausto José Trejo.
A continuación, para nuestros lectores, fragmentos del comienzo de esta segunda novela que publicara hacia 1955 William Golding, bajo el título “The Inheritors”. El novelista falleció el 19 de junio de 1993 en Tullimaar House, Perranwell, Reino Unido.
Del primer capítulo
“Sabemos muy poco del aspecto del hombre de Neandertal, pero eso […] parece sugerir que tenía una abundante pelambre, una fealdad o una rareza repulsiva más allá de su frente pequeña, sus cejas profusas, su cuello simiesco y su escasa estatura… En un estudio acerca de la aparición del hombre moderno incluido en ‘Views and Reviews’, dice sir Harry Johnston: ‘La débil memoria racial que se conserva de estos monstruos semejantes a los gorilas, de mente astuta, andar desgarbado, cuerpo peludo, dientes fuertes y, probablemente, tendencias caníbales, puede ser el origen del ogro folklórico’.”
H. G. WELLS
(“Esquema de la historia universal”)
*
LOK corría tan rápidamente como podía. Llevaba la cabeza baja y el espino en posición horizontal para mantener el equilibrio, y con la mano libre apartaba los montones de coloridos brotes de hierba a la deriva.
Liku iba montada en su espalda, y reía; con una mano se sujetaba de los rizos castaños que le caían a Lok por el cuello y hacia abajo; con la otra sostenía a la pequeña Oa, que iba apretada fuertemente bajo el mentón de Lok.
Los pies de éste eran hábiles. Veían. Lo mantenían lejos de las raíces expuestas de las hayas, saltaban, cuando un charco de agua se atravesaba en el camino, Liku espoleaba el vientre de Lok con los pies.
--¡Más rápido! ¡Más rápido!
A Lok le dolían los pies, derrapó y bajó la velocidad. Alcanzaban ahora a escuchar el rio que corría paralelo, pero aún oculto, a la izquierda. Las hayas empezaron a espaciarse, los matorrales se terminaron y entonces llegaron al breve claro del fango en el que estaba el tronco.
--Allí, Liku.
La pantanosa agua color ónice se extendía ante ellos y se ensanchaba al adentrarse en el río. El sendero que corría junto al río reaparecía en la orilla opuesta, en el terreno que se elevaba hasta perderse entre los árboles. Lok sonrió, satisfecho, avanzó dos pasos hacia el agua y se detuvo. Su sonrisa desapareció y se quedó boquiabierto con el labio inferior colgando. Liku se deslizó hasta sus rodillas y bajó de un salto. Se acomodó la cabecita de Oa en la boca y miró detenidamente.
Lok rio, perplejo.
--El tronco se ha ido.
Cerró los ojos y frunció el ceño al evocar la imagen del tronco. Había estado tendido de una orilla a la otra, gris y podrido. Cuando uno llegaba a la mitad podía sentir el agua lavándolo por debajo, agua horrible, tan profunda que en algunos lugares alcanzaba a cubrirle los hombros.
El agua no estaba despierta como el río o la cascada, sino dormida; de ahí se esparcía hacia el río y entonces despertaba, derramándose hacia la derecha, rumbo a un yermo de intransitables pantanos, matorrales y ciénegas. Estaba tan seguro de que ahí debía estar ese tronco que la gente usaba todo el tiempo que abrió los ojos de nuevo y esbozó una sonrisa, como si despertara de un sueño; pero el tronco había desaparecido.
Fa llegó trotando por el sendero.
El nuevo dormía sobre su espalda.
Ella no tenía miedo de que fuera a caerse porque sentía las manitas bien agarradas al pelo que caía sobre su cuello y sus pies sujetos del pelo que le crecía en la espalda baja, pero trotaba suavemente para que no despertara. Lok la escuchó aproximarse antes de que apareciera bajo las hayas.
--¡Fa! ¡El tronco se fue!
Fa se acerco directamente a la orilla, observó, olisqueó y luego volteó hacia Lok con mirada acusadora. No necesitaba hablar. Lok empezó a sacudir la cabeza.
--No, no. Yo no quité el tronco para hacer reír a la gente. Se fue.
Extendió los brazos ampliamente para indicar la magnitud de tal ausencia, vio que Fa comprendía la situación y los dejó caer.
Liku lo llamó.
--Empújame.
Ella trataba de alcanzar la rama de un haya que descendía del árbol como un largo cuello y, viendo al sol, se alzaba con montones de brotes verdes y pardos. Lok se olvidó del tronco que no estaba y propulsó a Liku hacia la dobladura. Dio empujones a los lados, luego jalones, retrocediendo un poco a cada paso mientras la rama crujía.
--¡Basta!
Lok dejó soltar la rama y cayó de pantorrillas. La rama se partió en dos. Encantada, Liku se carcajeó de forma escandalosa.
--¡No! ¡No!
Pero Lok volvió a tirar una y otra vez, y, sobre todo, el puñado de hojas que la llevaba a lo largo de la orilla del río, Liku iba gritando, riendo y protestando. Fa miraba alternadamente al agua y a Lok. De nuevo tenía el ceño fruncido.
Fa llegó por el sendero, deprisa, pero sin correr.
Como era más juicioso que Lok, se trataba de alguien capaz de afrontar emergencias. Cuando Fa lo empezó a llamar él no respondió enseguida, sino que miró el agua desnuda y luego dirigió la vista hacia el río que asomaba a la izquierda, más allá de la bóveda de hayas.
Enseguida, echando mano de su oído y su olfato, escrutó el bosque que lo rodeaba en busca de intrusos, y sólo cuando estuvo seguro de encontrarse a salvo puso su espino en el suelo y se arrodilló cerca del agua.
--¡Miren!
Señaló con el dedo las huellas que había dejado el tronco debajo del agua al ser removido. (…)