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Cine: Muestra de la Cineteca "Sobre hierbas secas"
Los colaboradores de la sección cultural de Proceso, cuya edición es ahora mensual, publican en estas páginas, semana a semana, sus columnas de crítica (Arte, Música, Teatro, Cine, Libros).CIUDAD DE MÉXICO (proceso.com.mx).-El de Nuri Bilge Ceylan es el plato fuerte de esta Muestra Internacional de la Cineteca; de contenido denso y profundo como todas su cintas anteriores, “Sobre hierbas secas” (Kuru Otlar Üstüni; Turquía/Alemania/Suiza/Francia, 2023) contrapone al sujeto con la realidad, historia y política turcas, y recurre, como de costumbre, a la naturaleza en condiciones extremas: la nieve, por ejemplo, para mostrar el paisaje interior del individuo.
Aunque diálogos y discusiones son intensos y prolongados, no fabrica discursos políticos; temas como la larga permanencia de un gobierno, o siniestros como el terremoto en la frontera con Siria, se tocan de manera alusiva asociada a estados afectivos y a una visión apabullante de la naturaleza.
Inconformes, los personajes se hallan dislocados; Samet (Deniz Celiloglu), profesor de arte, vive como exiliado en un pueblo de fuerte presencia kurda, y sólo anhela regresar a trabajar a Estambul; o su compañero de casa y trabajo, Kenan (Musab Ekici), lamenta no haber recibido una promoción merecida; incluso, Nuray (Merve Dizdar), mujer de izquierda combativa, tuvo que regresar a trabajar de maestra a este su pueblo natal porque perdió un pierna en un ataque terrorista.
Es este fuera de lugar, geográfico y social, de los protagonistas, que contrasta con situaciones y espacios precisos lo que transmite el estado de desasosiego que los habita. “Sobre hierbas secas” comienza con un paisaje totalmente cubierto de nieve, el escenario es bello en su vastedad, aunque anulado por la blancura que tapa meras hierbas secas calcinadas por el sol de verano. Ceylan se declara pesimista cuando lo critican por su falta de optimismo; en realidad, a mi modo de ver, se trata de un artista melancólico que aprendió a utilizar el color blanco para transmitir el negro.
El estilo de Ceylan, de largas tomas fijas y sorpresivos deslizamientos de la cámara, junto con el recurso constante al paisaje y a la naturaleza, o a espacios concretos, en situaciones reales, puede hacer pensar que se trata de un director naturalista; lejos de eso, en una entrevista menciona las discusiones que tuvo con su esposa, Ebru Ceylan, colaboradora del guion, que insistía en diálogos realistas, y él optó por presentar el monólogo interior de Samet en off, con lenguaje poético, una especie de lirismo filosófico, y diálogos cargados de alusiones y metáforas, todo con un cierto humor.
La reprimenda que reciben Samet y su compañero Kenan por un supuesto comportamiento abusivo o impropio con las alumnas, sacude un tanto la actitud de fastidio y superioridad del primero, que irritado contra los alumnos les refriega que para qué se gasta en enseñarles arte si van a dedicarse a sembrar papas.
Con Sevim (Ece Bagci), la alumna favorita de Samet, enamorada de él, Ceylan enfoca el delicado equilibrio de poder entre el educador que se piensa arando tierra bruta y su miopía frente a la sutileza y complejidad de jóvenes, como ella, con dimensión propia. En vez de caer en una intriga MeToo, el director de “Erase una vez en Anatolia” (2014) o de “Sueño de invierno” (2014) apunta al núcleo del conflicto del gastado patriarca frente al elemento femenino.
Quizá el aspecto más bello y original de la obra de Bilge Ceylan sea el lenguaje visual que ha logrado en el manejo de la llamada falacia patética, algo así como la personificación de la naturaleza, para expresar el paisaje interior de sus personajes, a la vez que invitar al espectador a la contemplación de la naturaleza.