Notas Culturales

Cine: “El Conde”

Los colaboradores de la sección cultural de Proceso, cuya edición ahora es mensual, publicarán en estas páginas, semana a semana, sus columnas de crítica (Arte, Música, Teatro, Cine, Libros).
martes, 26 de septiembre de 2023 · 13:02

CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Curiosidad y recelo provoca de entrada el estreno de El Conde (Chile, 2023), cinta de Pablo Larraín, estrenada en Netflix apenas este 15 de septiembre, que coincide con la conmemoración del golpe de Pinochet de 1973. Una historia imaginada en el guion de Larraín en colaboración con Guillermo Calderón, según lo cual el infausto dictador, quien habría fingido su propia muerte, seguiría aún vivo, como vampiro de 250 años, alimentándose de la sangre de los chilenos. 

Irresistible la curiosidad de asomarse a esta sátira ácida que asimila vampirismo a dictadura, política de extrema derecha a la imagen del muerto en vida que sólo puede sostenerse mediante la sangre fresca del pueblo al que somete; recelo por el riesgo de elevar, y hasta trivializar, la figura de un dictador que vuela, y que posee el poder de eternizarse que sugiere el mito, básicamente moderno, del vampiro.

Por terroríficos, decadentes y pestíferos que parezcan, Drácula y sus descendientes en el cine se tornan cada vez más fascinantes, incluso románticos, como ocurre con Sólo los amantes sobreviven (Jim Jarmusch) o la divertida Lo que hacemos en las sombras del neozelandés Taika Waititi.

A Pablo Larraín (1976) hay que darle crédito sin más pues, aunque proviene de familia conservadora, creció bajo el régimen y padeció su penuria cultural.

Películas que ha realizado, como Tony Manero (2008), Post Mortem (2010), No (2012) o El club (2014), aparte de revelarlo como uno de los grandes talentos del cine latinoamericano, logran transmitir el horror de la dictadura, una especie de lepra que consume el cuerpo y el alma de sus protagonistas.

Poner a volar a Pinochet con su capa y gorra de general sobre Santiago de Chile para encontrar a sus víctimas, sacarles el corazón para luego batirlo en la licuadora y beberlo, significó echar una moneda al aire, un volado en su doble acepción, la del riesgo y la del efecto de una droga.

Este Pinochet habría descubierto su vocación de vampiro durante la Revolución Francesa, habría lamido la sangre de la guillotina cuando decapitaron a María Antonieta; de ahí se ha hecho presente donde hay que exterminar revolucionarios y comunistas, hasta llegar a Latinoamérica, campo fértil para la represión y con sangre disponible. Si el mensaje político suena obvio, el tratamiento no es nada complaciente.

La sátira de Larraín no cae en la caricatura; la estilizada fotografía en negro y blanco de Edward Lachman, que aprovecha la extensión del paisaje de la Patagonia, donde vive recluido este vampiro, aparentemente dispuesto a dejar de beber sangre y a dejarse morir de verdad, evoca imágenes del Nosferatu de Murnau y del Vampiro de Dreyer, o menos familiar, el ritmo y las tomas del húngaro Béla Tarr (El caballo de Turín).

Jaime Vadell encarna al este decadente vampiro, al borde de la decrepitud, pero capaz de renovar su fuerza si se alimenta de sangre joven.

A este Pinochet no le importa que lo tilden de asesino, no faltaba más, pero le ofende que el pueblo chileno lo acuse de ladrón; negocios multimillonarios y privilegios que involucran a sus hijos se examinan en las entrevistas directas que una moja, enviada para exterminar al demoniaco personaje, hace con los vástagos del dictador, recurso dramático para que el espectador se entere de hechos y manejes durante la dictadura.

Habrá que esperar hasta dónde penetra, con el tiempo, la crítica política de este trabajo de Larraín, pero es indudable que con esta mezcla de géneros aporta mucho al cine de vampiros.

La actuación de Alfredo Castro, en el papel del fiel Fyodor, un ruso blanco encargado de organizar la tortura, es tan bien lograda que pasa casi inadvertida; este actor fetiche del cineasta (Tony Manero) compendia el perfil de muchos esclavos del típico tirano en el cine y en la historia, material que sintetiza en un estilo propio.

 

 

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