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Pese al abandono, sin ley, sobrevive la arquitectura vernácula

El arquitecto Francisco López Morales, dedicado toda su vida, aquí y en el extranjero, al estudio de este tipo de construcción de escasos recursos, expone la carencia de una legislación protectora, no obstante su importancia esencial como tradición y expresión libre.
lunes, 13 de noviembre de 2023 · 05:00

Ciudad de México (Proceso).- Aunque aparentemente “sin pedigrí”, la arquitectura vernácula mexicana es una expresión libre que tiene “presente el alma de los habitantes”, y sus antecedentes se remiten a la época prehispánica e inciden en la actualidad. No obstante su conservación no está claramente especificada en la Ley Federal de Monumentos.

Así lo considera el arquitecto Francisco Javier López Morales, egresado del posdoctorado en Ingeniería y Arquitectura sobre Países en Desarrollo por la Escuela Politécnica Federal de Lausana Ginebra, y exdirector de Patrimonio Mundial del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), quien rememora en entrevista con Proceso su paso por la institución suiza, donde estuvo becado por la propia escuela:

“En un país tan adelantado y con tanto dinero como Suiza, el sistema de enseñanza se basaba en un estudio tipológico de todas las arquitecturas vernáculas del mundo. Porque comprender el funcionamiento de la arquitectura moderna obedece a un entendimiento y conocimiento del espacio tradicional. Es decir, la forma precede a la función”.

López Morales. Alerta / Foto: Miguel Dimayuga

Como resultado de su proyecto de investigación en aquella época, en enero de 1987 publicó por primera vez el libro “Arquitectura Vernácula” (Editorial Trillas), prácticamente con su esfuerzo personal, si bien --rememora-- contó con un apoyo económico de mil dólares por parte del Fondo para la Promoción de la Cultura de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), ya desaparecido.

Dice que en aquel momento empezaba a acuñarse el término arquitectura vernácula, pues las expresiones arquitectura tradicional o popular, con las cuales era conocida, estaban desgastándose. Se quedó la voz popular para la arquitectura de las periferias de las ciudades, por ejemplo Cuautitlán Izcalli (adyacente a la Ciudad de México), y la tradicional para las zonas rurales, aunque no sea necesariamente de orígenes ancestrales.

En mayo pasado, el arquitecto López Morales fue reconocido con el Doctorado “Honoris Causa”, por la Universidad Autónoma del Estado de Morelos, dadas sus aportaciones al estudio de la arquitectura vernácula de la entidad, y especialmente de Tepoztlán, donde inició su proyecto, al volver a México tras su posdoctorado.

Con un grupo de alumnos de la Escuela Nacional de Conservación, Restauración y Museografía (ENCRyM) del INAH, en donde daba clases en una maestría patrocinado por la Organización de los Estados Americanos (OEA) y la Unesco, donde estudiaban alumnos de varios países, fue a Tepoztlán.

Ahí --dice entusiasta como si el descubrimiento hubiese sido ayer-- se dio cuenta que el templo que corona el basamento piramidal, ubicado en la cima del Tepozteco, y el conjunto conventual, tienen la misma planta arquitectónica:

“En el poblado están las capillas y los barrios. Y en medio del caserío empezaron a surgir de manera inesperada, los restos de lo que fue el poblado prehispánico, sus construcciones estaban reutilizadas por la nueva traza reticular española”.

Casa en Cuernavaca / Foto: Adalberto Ríos Szalay

Comenzó a hacer el levantamiento del convento, las capillas y todos los lotes, y le aparecía la planta del basamento piramidal. Lo que vio es una arquitectura tipológica que permite “dar lectura” de todo el pueblo y da “como resultado final las casas tradicionales”. Se hizo un levantamiento minucioso de todas las casas y lotes. Las fotografías y dibujos fueron realizados por él y/o por sus alumnos.

El estudio se amplió a todo el país en donde abundan ejemplos de arquitectura vernácula chiapaneca, las fincas cacaoteras en la región de Tabasco --con sus patios de secadero donde se produce el chocolate como en Comalcalco, por mencionar sólo dos entidades del sur--. Incluye “un fósil de la arquitectura llamada de maguey, en el Valle del Mezquital (Hidalgo), cuyas techumbres se hacen con pencas de maguey dobladas”.

En el norte de México visitó estados como Tamaulipas y Baja California. En este último documentó los ranchos, los presidios (fortalezas coloniales) y las misiones.

Zona arqueológica de Paquimé / Foto: Adalberto Ríos Szalay

El libro recibió en 1987 el Premio Juan Pablos. A la distancia considera que no sólo fue una aportación al estudio de la arquitectura vernácula, que muestra a Morelos como un ejemplo de una continuidad de siglos. La publicación constituye, a la vez, un catálogo en el cual aparecen construcciones que tal vez ya desaparecieron o pudieron resultar dañadas durante los sismos de 2017 o por abandono a través del tiempo.

Retos y desafíos

Según el estudio “Vulnerabilidad sísmica y la pérdida de la vivienda de adobe en Jojutla, Morelos, México, tras los sismos de 2017”, de los investigadores de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, Adrià Sánchez Calvillo, Elia Mercedes Alonso Guzmán y María del Carmen López Núñez, los daños causados por el fenómeno en las construcciones de tierra fue resultado de la desprotección de las autoridades, el olvido de los sistemas tradicionales y malas prácticas.

López Morales considera que sucumbieron las viviendas mal construidas, “porque la arquitectura tradicional tiene la característica de que en general se conserva bastante bien, está construida con base en la sabiduría del tiempo, incluso están hechas de acuerdo con los temporales”.

El punto le da oportunidad para señalar que las construcciones tradicionales se apegan al entorno. En el libro hay un capítulo al respecto dedicado al norte de México, donde se muestra cómo hacían los adobes, y cómo la población de la Península de Baja California ha construido fundamentalmente en las zonas donde había agua, que son oasis en medio del desierto.

Esto pudo verlo en expedientes del Archivo General de la Nación, donde se cuenta que un grupo de japoneses naufragó en el Pacífico, llegó a la península y pudo elaborar los planos para asentarse. Asimismo documenta cómo vivían los indios seri en refugios de Sonora:

“O sea, también es un estudio antropológico, aquí está la choza maya, los cementerios, la arquitectura popular de Yucatán, cómo vivían, ¡viven todavía!, con las hamacas. En fin, hay un afán por comprender verdaderamente las diferentes arquitecturas vernáculas del país”.

Están las viviendas de la Huasteca, Oaxaca, Guerrero. Justo en los dos últimos estados se incluye un croquis de Miguel Covarrubias, “el gran conocedor del México rural”, sobre la vivienda de origen africano en la Costa Chica.

--¿Ha desaparecido mucha de esta arquitectura?

--Ha venido desapareciendo, porque si bien resiste al paso del tiempo, el crecimiento urbano se la ha tragado de alguna manera. Tiene muchos desafíos y retos, evidentemente, el problema es que las leyes mexicanas no siempre están acordes con la necesidad de preservar la tradición.

Recuerda que entre 1984 y 1996 tuvo a su cargo la Dirección de Catálogo y Zonas de Monumentos en el INAH, y asevera que la Ley Federal sobre Monumentos y Zonas Arqueológicos, Artísticos e Históricos no es clara respecto a su conservación, pues los términos arquitectura tradicional, popular o vernácula no estaban reconocidos como patrimonio en términos de la ley.

--No aparecen como tal, son monumentos arqueológicos, artísticos e históricos (en 1986 se agregó un artículo para los bienes paleontológicos)…

--Y párale de contar. No se habla de ese capítulo tan importante, que es la arquitectura vernácula. Entonces, una parte del reconocimiento que me han dado lleva implícita la valoración del esfuerzo que hemos hecho, quizá de manera silenciosa, para difundir el conocimiento de una arquitectura anónima o vernácula.

“Como decía Amos Rapoport (pionero en el estudio de la arquitectura vernácula), es ‘una arquitectura sin pedigrí’. Me encanta el término, ¿sabes? Porque no es la arquitectura académica o que sigue cánones perfectamente bien establecidos, es aquella arquitectura que se expresa libremente y que tiene muy presente el alma de los habitantes”.

A Rapoport, junto con otro experto australiano, Paul Olivier, los invitó a dar un curso de arquitectura vernácula en 1987 para el Infonavit, con el propósito de interesar a las autoridades de dicho instituto de la vivienda, de los porqués en la creación de viviendas dignas para los trabajadores, con base en la tradición popular.

Casa en Amatlán, Morelos / Foto: Adalberto Ríos Szalay

Son pocos, en realidad, los arquitectos que han llevado a la práctica estas ideas. Se pueden mencionar a Carlos González Lobo, ya fallecido, quien realizaba una arquitectura social y comunitaria, y a Óscar Hagerman, cuyo trabajo se ha centrado particularmente en la arquitectura rural, no sólo en casas para las comunidades, sino en escuelas, hospitales y centros comunitarios.

En 2019, el entonces pasante de arquitectura Rafael Espín trabajó con un grupo de estudiantes y egresados de la UNAM en la reconstrucción de casas de adobe en Tlalnepantla, Estado de México, que habían resultado dañadas por los sismos de 2017.

Vestigios de adobe / Foto: Adalberto Ríos Szalay

Sin embargo, pese a la falta de protección específica legal o el abandono en algunos casos, también hay ejemplos de rescate: en el Centro Histórico de la Ciudad de México es reconocido el caso del Centro Cultural Manzanares, hecho de adobe y rescatado en su totalidad. Y en el Centro de Coyoacán, la famosa Casa de la Malinche, donde vivieron los pintores Rina Lazo y Arturo García Bustos, rescatada por el empeño de su hija Rina García Lazo.

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