arquitectura

Por una arquitectura comprometida

La aberración no puede ser mayor: la arquitectura no es sólo la más conspicua de las artes, aquella de la que nadie puede sustraerse; no es sólo, tampoco, la que conforma con mayor claridad uno de los rostros de determinado grupo humano y tiempo histórico.
domingo, 23 de octubre de 2022 · 19:31

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).–No es una perogrullada el afirmar que lo más importante de este libro es el hecho de su existencia misma.

En efecto, son innumerables las ocasiones en las que se habla de la cultura mexicana del siglo XX sin mencionar siquiera a la arquitectura. La aberración no puede ser mayor: la arquitectura no es sólo la más conspicua de las artes, aquella de la que nadie puede sustraerse; no es sólo, tampoco, la que conforma con mayor claridad uno de los rostros de determinado grupo humano y tiempo histórico, la que define con mayor contundencia la identidad del hogar colectivo: en el caso particular de México, además de todo eso, la arquitectura ha sido un fiel espejo de nuestras pasiones, contradicciones, de nuestras autotraiciones y aciertos, de nuestras más nobles pesquisas intelectuales y nuestras más flagrantes injusticias sociales. (…)

¿Existe de verdad, o ha existido una arquitectura contemporánea mexicana? Pienso que sí, tanto como han existido una pintura, una literatura o un cine mexicanos, aunque obviamente con modalidades propias. (…)

La arquitectura nacional ha sido capaz de levantar notables edificios y conjuntos de éstos; en contrapartida, no ha logrado preservar ni crear ciudades armónicas. Con muy pocas excepciones –por lo común aquellas en las que el pasado sobrevive, y en las que la arquitectura de hoy ha intervenido limitadamente–, nuestras urbes mayores y pequeñas son ya verdaderos pozos de fealdad, desorden e incoherencia.

La falta de adecuados controles de edilicios, la aplicación laxa de leyes y reglamentos, la sumisión ante los poderosos, la enajenación del mercado, el individualismo exhibicionista de muchos profesionistas y la falta de compromiso y de talento, han consumado el desastre.

Las intervenciones de arquitectos “modernos” en ámbitos o en edificios históricos, en las que yo tengo tanta fe, han sido muchas veces desafortunadas, cuando no francamente destructivas. Por si esto fuera poco, comúnmente nuestra arquitectura y nuestro urbanismo ni han respetado a la naturaleza ni han sabido sacar provecho a sus múltiples dones.

Igualmente, se ha desarrollado una arquitectura “prestigiosa” que sólo parece ser capaz de buenos logros cuando tiene a su disposición caudales ilimitados, violentando la dimensión ética y social de su quehacer. Así, la arquitectura mexicana también ha cometido errores gordos, sin menospreciar la aplicación extralógica y servil de modas espurias. Por ésas y otras culpas, han pagado justos por pecadores: el asolamiento y la adulteración de los productos arquitectónicos de nuestro siglo, incluso en sus ejemplos destacados, se ha llevado a cabo víctima del desprecio a la arquitectura porfiriana, vista por muchos como algo abominable, como producto desnacionalizante de una era prácticamente maldita, edificios de “mal gusto” que convenía quitarnos de encima.

De Mérida a Guadalajara y a la Ciudad de México, barrios enteros cuya única falta era reflejar el clima de su momento, fueron destrozados para abrir paso a la nada, fracturando gravísimamente la continuidad de nuestro legado. Pero no sólo esa arquitectura ha sido diezmada: la especulación inmobiliaria y los proyectos de “urbanismo político” han acabado con verdaderos tesoros más recientes, y la ignorancia, la soberbia y la estulticia han desfigurado a muchos otros.

En estas tierras desasosegadas, la naturaleza ha sido también implacable devastadora: ciclones e inundaciones, y sobre todo terremotos, han echado abajo edificios cuyas excelencias estéticas y funcionales eran, por lo visto, mayores que sus virtudes constructivas. Particularmente, el macrosismo de 1985 en la Ciudad de México demolió o dañó sin remedio piezas clave de nuestro acontecer arquitectónico y cultural. Y la oportunidad irrepetible de enderezar ciertas áreas de la capital a partir del estragamiento, no fue aprovechada cabalmente.

Este libro nació con tres propósitos: primero, el de desagraviar a una actividad crecientemente vista con el más chato pragmatismo, y que por lo contrario constituye, como dije al principio, un precioso, contradictorio, complejísimo y apasionante testimonio de la vitalidad de nuestra cultura; segundo, intentar una lectura fresca de la arquitectura mexicana del siglo XX, un acercamiento crítico y desprejuiciado a ella, y tercero, poner en su lugar épocas, tendencias, áreas geográficas o individuos que han merecido poca atención o que han sido de plano mal valorados. (…)

Aquí se expone, tan sólo, un escrutinio hecho por mujeres y hombres de buena fe desde su óptica particular y con los condicionamientos de sus circunstancias. Espero que vengan nuevos aportes que amplíen nuestras perspectivas, enriquezcan nuestros análisis e incorporen elementos valiosos injustamente olvidados. (…)

Ojalá que nuestra arquitectura logre aportar lo suyo para la construcción de un México mejor que siga siendo México. Ojalá que, a nuestra vez, sepamos agradecer a esta arquitectura lo mucho que ya le debemos. 

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* Fragmentos del prólogo a La arquitectura mexicana del siglo XX (Conaculta, 1994; 339 pp.), libro coordinado por el autor, quien convocó a una pléyade de expertos (RP).

Reportaje publicado el 16 de octubre en la edición 2398 de la revista Proceso cuya edición digital puede adquirir en este enlace.

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