Cine
Fantástico Mr. Anderson
Los colaboradores de la sección cultural de Proceso, cuya edición se volvió mensual, publican en estas páginas, semana a semana, sus columnas de crítica (Arte, Música, Teatro, Cine, Libros).CIUDAD DE MÉXICO (apro).- De estilo directo y poco sofisticado, Roald Dahl (1916-1990) mantiene su estatus del mejor autor, y el mejor vendido, de relatos para niños y adultos del siglo XX.
Convencido de que los chicos podían entender aspectos oscuros de la vida y reconocer el alcance de la maldad de los adultos, siempre y cuando hubiese humor, y que el mal nunca triunfara, Dahl creó personajes, como Billy Wonka o Matilda.
Claro, con la moralina de hoy en día, sus libros difícilmente pasarían la censura, pero este escritor británico, hijo de noruegos, de mente laberíntica y corazón de niño, ha fascinado a realizadores de espíritu similar, como Tim Burton y Wes Anderson.
Un tanto forzado porque Netflix compró los derechos de unos cuentos famosos que quería adaptar; Anderson aprovechó el modo discontinuo y el acceso universal que ofrece la plataforma para escenificar cuatro cuentos de Dahl: “La maravillosa historia de Henry Sugar” (The Woderful Story of Herny Sugar), “El cisne”, “El cazador de ratas” (The Ratcatcher) y “Veneno” (Poison).
Excepto la primera, de poco menos de 40 minutos, las otras duran 17 minutos; es decir, el espectador puede elegir ver esta antología de cuentos en una sola sentada, o de uno en uno, como ocurre con las series.
Wes Anderson había antes adaptado un relato de Dahl, Magnífico Mr. Fox (2009), en animación de stop motion, con enorme éxito; a manera de un modelo para armar, en estos cuatro cuentos se vale de estupendos actores, como Ralph Fienness, Benedict Cumberbach, Dev Patel, Ben Kingley o Rupert Friend, y con clara influencia del stop motion, que le permite un control total, manipular escenario y personajes de forma casi manual, como si se tratase de muñecos de plastilina y de material de utilería para construir maquetas.
En un ensayo de The New Yorker se menciona a Wes Anderson entre los tres grandes innovadores de la forma cinematográfica moderna, junto con Jean Luc Godard y Abbas Kiarostami; no es una exageración, lo curioso es que este hecho se mencione tan poco.
El común denominador entre éstos es la desarticulación del relato, el estilo documental que, de acuerdo con la técnica de Brecht, expone los artificios de la narrativa; de los tres, a mi gusto, Anderson sería el más juguetón, niño prodigio y siempre refrescante.
Y no hay que perder de vista que las maniobras en la forma y sintaxis narrativa de Godard, Kiarostami y Anderson, no permanecen en el mero experimento, siempre apuntan hacia una crítica política.
En el caso de Anderson, la crítica va contra el lucro económico, la cultura de una autoridad educativa cómplice del acoso (“bullying”) escolar, y la crueldad con los animales, o el mismo colonialismo.
Así ocurre con Herny Sugar (Cumberbatch), rico heredero obsesionado con descubrir la fórmula de hacerse aún más rico; en “El cisne”, basado en un caso real, la crueldad de púberes que torturan a otro de ellos; o el horror del hombre de las ratas, donde Anderson critica al mismo Dahl de la falta de compasión con los roedores.
El aspecto más bello y original de esta antología radica en la manera en la que el realizador imita la escritura del autor por medio de la cámara y de la escenificación, construcción y desarticulación del montaje, diferentes niveles narrativos, tiempos que se superponen; Roald Dahl, interpretado por Ralph Fiennes, en el proceso de la escritura de sus cuentos, sentado, lastimado por la herida de su accidente aéreo; o el acto de la enunciación misma, representado por actores como Patel; o ya sea el personaje que se explica y se narra a sí mismo frente a la cámara.
Cero pedanterías; a manera de títeres a los que los actores dan vida apoyados por resortes de la utilería del montaje, o de la tradición japonesa del “bunraku”, en la cual el público pretende no caer en cuenta de quiénes sostienen a las marionetas, sólo disfruta el regalo.