Carlos Prieto

El nacimiento de la música por el chelista Carlos Prieto

El creador Carlos Prieto ofrece una hermosa introducción a los elementos primigenios del arte musical en su cuaderno “La música”.
sábado, 30 de abril de 2022 · 18:17

CIUDAD DE MÉXICO (proceso.com.mx).- Si alguien está autorizado a hablar de música, ese es el propio músico ejecutante, sabio hilandero del arte de los sonidos y los silencios en armonía.

Específicamente, hablamos del chelista y creador Carlos Prieto, quien ofrece una hermosa introducción a los elementos primigenios del arte musical en su cuaderno “La música”, apuntes nada extensos que redactados a lo largo de 69 paginitas aparecieron en las ediciones conmemorativas por el 75 aniversario del Seminario de Cultura Mexicana. 

Viajero infatigable, compositor de obras a su colega el célebre artista del chelo Yo-Yo Ma, autor de varios libros en el Fondo de Cultura Económica sobre notables músicos rusos (“Dmitri Shostakovich. Genio y drama”) y acerca del lejano oriente (“Por la Milenaria China. Historias Vivencias y Comentarios”), Prieto nació en la Ciudad de México.

A los cuatro años empezó el estudio del violonchelo. Su maestro fue el chelista húngaro Imre Hartman y posteriormente, en París, estudió con Pierre Fournier, y en Nueva York, con Leonard Rose. Fue elegido en 1995 miembro titular del Seminario de Cultura Mexicana. Es miembro de la Academia Mexicana de la Lengua, miembro de honor de la Academia Ecuatoriana de la Lengua y miembro correspondiente de la Academia Chilena de la Lengua.

De su cuaderno “La música” (75 aniversario del Seminario de Cultura Mexicana), dividido en los capítulos: “La música”, “Notas acerca de algunos instrumentos”, “Algunos grandes compositores” y “Breves comentarios sobre la música en México”, ofrecemos a continuación las primeras páginas para nuestros lectores.

La música

Debemos esta palabra, como tantas otras ligadas a las artes, a la Grecia antigua. El término “música” proviene de “musiké”, que originalmente se refería a todo el campo de la acción de las musas, es decir, las deidades conducidas por Apolo Musageta que habitaban en el Parnaso, protegían las ciencias y las artes y representaban el ideal de la suprema gracia e inteligencia intelectuales y físicas.

El término “musiké” sufrió una reducción en su amplio significado y quedó finalmente limitado a nuestro concepto actual de música.

Elementos primigenios de la música

La música nace cuando el hombre se percata de la posibilidad de usar la voz no sólo para hablar o producir ruidos para espantar animales sino también para cantar.

Los cantos primigenios se van enriqueciendo paulatinamente cuando el hombre los acompaña con sonidos rítmicos como el de las manos una contra la otra o como los que resultan de agitar vainas llenas de semillas secas, soplar por plantas tubulares o de golpear una piedra contra un palo. Las diferentes culturas de Asia, África, Europa, América y Oceanía han creado música en diversos periodos históricos.

Escritura de la música

No me remontaré a las culturas más antiguas y empezaré estas líneas refiriéndome a los principios del canto gregoriano, herederos de las tradiciones griegas y bizantinas y antepasado de la música de Occidente.

Este tipo de música nació siglos antes de que se inventara la escritura musical.

San Isidoro, obispo de Sevilla, escribió en el siglo VII que “si no es retenida por la memoria humana, la música se pierde puesto que no es posible escribirla” (Headington, “History of Western Music”, Schirmer Books, New York, 1976, p. 32).

En los siglos VIII y IX el canto gregoriano se escribía mediante “neumas”, o señas, pero este tipo de escritura era una guía que presuponía que los cantores aprendieran las melodías con sus intervalos exactos, a partir de la tradición oral.

No fue sino hasta el siglo XI cuando el monje benedictino Guido d’Arezzo (992-1050) inventó un sistema de tres y luego de cuatro líneas, un “tetragrama”, que permitía representar gráficamente hasta nueve notas. Se agregó más tarde una quinta línea, lo que se convirtió en nuestro pentagrama actual.

En el siglo VI el filósofo romano Boecio asignó las primeras 15 letras del alfabeto a las notas de dos octavas. Se encontró más práctico, después, repetir el uso de las letras A, B, C, D, E, F, G en cada octava.

Posteriormente, Guido d’Arezzo inventó el uso de ciertas sílabas para designar cada nota de la escala musical y le dio a cada una de ellas un nombre tomado de la primera sílaba de las primeras seis líneas de un himno sáfico a San Juan Bautista, inventado por Pablo el Diácono (Nota del autor: el término “inventó” es relativo pues ya se habían utilizado sistemas parecidos en Egipto, China y Grecia):

- UT queant laxis (Para que puedan con clara)

- REsonare fibris (voz cantar)

- MIra gestorum (las maravillas de tus hechos)

- FAmili tuorum (tus servidores,)

- SOLve polluti (limpia de tus sucios)

- LAbii reatum (labios el pecado)

- Sancte Ioaness (¡Oh, San Juan!)

Una mejor traducción del texto anterior es la siguiente:

“Para que puedan tus servidores exaltar con voz clara tus hechos admirables, retírales de los labios toda impureza, ¡oh, San Juan!”

El resultado es una escala de seis tonos: UT-RE-Mi-FA-SOL-LA.

El término UT se cambió por la sílaba DO, de emisión más fácil, en todos los países latinos excepto Francia. En el siglo XVI se añadió la séptima nota, SI –iniciales de Sancte Ioannis--, y así se completó la escala DO-RE-MI-FA-SOL-LA-SI.

El pentagrama (del griego “penta”, cinco, y “gramma”, línea) permite escribir la escala musical. Las notas se escriben en los espacios interlineares y sobre las líneas. Dentro de este mapa musical hacen falta las llamadas “claves”, las de SOL, FA y DO para ubicar las diferentes notas. (…).

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