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Sergio Zaldívar, en el corazón del patrimonio cultural

En su trayectoria por el rescate de nuestros tesoros, el arquitecto y restaurador formado en la UNAM y en la Sapienza de Roma, Sergio Zaldívar Guerra, sostuvo una postura crítica indeclinable frente a las decisiones interesadas o sin sustento sólido de las autoridades en turno.
domingo, 30 de enero de 2022 · 12:38

En su trayectoria por el rescate de nuestros tesoros, este arquitecto y restaurador formado en la UNAM y en la Sapienza de Roma sostuvo una postura crítica indeclinable frente a las decisiones interesadas o sin sustento sólido de las autoridades en turno. Su obra está ahí, de pie, como ejemplo más allá de nuestras fronteras. Y no sólo por haber creado un equipo multidisciplinario que niveló la Catedral Metropolitana, sino por su visión integral del patrimonio en su dimensión de pasado, presente y futuro, como se muestra en este repaso. Tras su partida a los 87 años, Zaldívar Guerra dejó testimonios puntuales de sus trabajos, compartidos permanentemente con este semanario.

CIUDAD DE MÉXICO (proceso).-Si esta ciudad y el país en general reconocieran a quienes han contribuido en la conservación y defensa de su patrimonio cultural, de su imagen y de los derechos de sus habitantes, se estuviera ya anunciando un homenaje nacional al arquitecto restaurador Sergio Zaldívar Guerra, quien acaba de fallecer este 18 de enero a los 87 años.

Su colaboradora por años, la restauradora Flor N. González Mora, coordinadora del libro Sergio Zaldívar. 80 años, publicado en 2014 para conmemorar ese aniversario personal del arquitecto, recordó en un mensaje de WhatsApp que murió justo el día en el cual se cumplieron 55 años del incendio en la Catedral Metropolitana, es decir, el 18 de enero de 1967:

“Es una coincidencia muy significativa porque fue precisamente la decisión de rescatar el Altar del Perdón y la sillería del coro (peleando y casi a contrapelo emitió el dictamen que así lo ordenaba) la primera de muchas luchas que tuvo que librar en defensa del patrimonio.”

Egresado de la carrera de Arquitectura de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) –que recién se había mudado de la Academia de San Carlos a Ciudad Universitaria–, Zaldívar fue –ni más ni menos– el personaje que logró convocar a mediados de los años noventa del siglo pasado al conjunto de expertos para el rescate de la Catedral, el monumento artístico e histórico más grande, antiguo e importante del continente americano.

Invitó a los ingenieros ya fallecidos Enrique Tamez y Enrique Santoyo, conocedores del comportamiento del subsuelo, a los expertos en ingeniería estructural Roberto Meli Piralla y Roberto Sánchez Ramírez, y al especialista en recursos hídricos Esteban Maraboto, entre otros, a quienes gustaba llamar “los genios de Catedral”, excluyéndose modestamente, pero sabedor de que era la cabeza de ese equipo. Él tomaba las decisiones finales, pero también asumía toda la responsabilidad de una obra de tal envergadura, que –confesó en una entrevista con Proceso (1709), el 2 de agosto de 2009– llegó a quitarle el sueño.

Se dijo que recibió el apoyo del entonces presidente Carlos Salinas de Gortari, y hasta se decía extraoficialmente que se lo otorgó tras afirmar: “En mi sexenio no se cae la Catedral”. Lo cierto, como él narró en aquella entrevista, es que logró convencer al entonces secretario de Desarrollo Social, Luis Donaldo Colosio (que ya se perfilaba como candidato a la Presidencia de la República), de la necesidad de intervenir urgentemente la monumental edificación, de contar con recursos, y de que el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) no obstruyera las obras.

Hoy se puede decir que Zaldívar fue el único o de los poquísimos arquitectos con conocimiento de geotecnia. Aceptó, no sin haber llegado a dudar en algunos momentos, la propuesta de Tamez y Santoyo (ya fallecidos), quienes lo convencieron de que la mejor manera de detener el hundimiento diferenciado de la Catedral –que podría ocasionar la ruptura de la nave central– era la subexcavación.

Se dice fácil, pero implicó haber abierto lumbreras (grandes ventanas circulares en el piso) para ir bajando a 20 metros de profundidad del inmueble y extraer tierra, lodo y agua, lo cual haría que fuese subiendo lentamente en lo hundido y bajando en los puntos elevados, hasta cumplir con lo que se llamó “Proyecto de Rectificación Geométrica de la Catedral Metropolitana”. La hazaña no fue menor: se logró revertir el hundimiento en alrededor de 90 centímetros.

Luego, con inyecciones de mortero (una mezcla usada en construcción) se estabilizó, no para detener el hundimiento, sino para que éste fuera parejo, como sucede en el Palacio de Bellas Artes, y no pusiera en riesgo de fracturas al monumento.

En la entrevista de 2009 se le preguntó:

–¿En algún momento tomó una decisión de la cual se arrepintiera?

–No es que me arrepintiera. Estábamos en contacto constante con la Catedral y de repente el edificio reclamaba, no le gustaba lo que estábamos haciendo, entonces veíamos que una grieta se abría de más o se empezaban a romper algunas piedras en un punto, las columnas –por así decirlo– rechinaban.

En la introducción del libro sobre los 80 años del arquitecto, González Mora destacó:

“La hazaña es del dominio público, pero sólo unos cuantos sabemos del desasosiego y preocupación de Zaldívar al tomar conciencia de la magnitud del daño que amenazaba al conjunto catedralicio…”

Muchos, quizá, sólo tengan memoria de aquella época por la gigantesca plomada que pendía del techo hasta el piso de la joya arquitectónica novohispana, para indicar cuánto de verticalidad iba recuperando el monumento.

Larga trayectoria

En el mismo texto, la restauradora hace ver que resumir la labor del especialista al proyecto de la Catedral Metropolitana “es tener una visión limitada de lo que ha sido su larga trayectoria de realizaciones en el campo de la conservación del patrimonio cultural”.

Basta con echarle un vistazo a la introducción y recorrer casi de memoria algunas de sus obras, para darle certeza. No sólo desempeñó varios puestos públicos, entre ellos subdirector de Construcción del Comité Administrador del Programa Federal de Construcción de Escuelas (CAPFCE), director del Departamento de Monumentos Coloniales y de la República del INAH, y entre los últimos director de Sitios y Monumentos del Patrimonio Cultural y conservador de Palacio Nacional, con Ernesto Zedillo como presidente.

Alto, de cabello rubio pero al final de su vida cano (le gustaba llevarlo largo), piel curtida por el sol, Zaldívar nació en la Ciudad de México el 17 de abril de 1934. Sus manos grandes, toscas, con callosidades, delataban que no le daba la vuelta al trabajo de campo en la restauración de monumentos.

Según González “lo mismo escalaba bóvedas y torres que se aventuraba a la sierra de Puebla o de Oaxaca para ver por sí mismo el estado de ignotos monumentos perdidos en el tiempo y el abandono”. Y por supuesto, trepaba o descendía por la escalera de pasamanos de las lumbreras en Catedral.

Se especializó en restauración en la Escuela de Perfeccionamiento para el Estudio de los Monumentos en la Facultad de Arquitectura de la Universidad de la Sapienza, en Roma, Italia. Y, al terminar, decidió recorrer Europa con una de aquellas motonetas Vespa que por aquella época podían estacionarse en cualquier punto, y así, pernoctar en un parque para con una baguette y un trozo de embutido comer por días. A principios de los sesenta, contó, le tocó ver a su paso por Alemania la separación del país y el inicio de la construcción del tristemente célebre muro de Berlín.

Dedicó también buena parte de su vida al Plan Maestro de Conservación y Restauración del Palacio Nacional, que presentaba hundimientos diferenciales. Aquel proyecto comenzó en los años setenta, con el respaldo del entonces secretario de Obras Públicas, Enrique Bracamontes, y continuó por varias décadas. Entre los trabajos realizados en la sede del Poder Ejecutivo, Zaldívar arregló el Patio Central: logró que dejará de ser estacionamiento para darle la dignidad al Patio de Honor, en el cual se realizan ceremonias oficiales.

Justo en el centro de ese espacio, el arquitecto repuso una réplica de la fuente virreinal, cuyo remate tiene un Pegaso (ver columna de Arte de Blanca González relativa al tema). El origen y la razón por la cual está ahí ese ser fantástico inspiró al historiador Guillermo Tovar de Teresa el libro El Pegaso o el mundo barroco novohispano en el siglo XVII, que cuenta con los estudios introductorios de David Brading, José Pascual Buxó y Jacques Lafaye (Proceso 2251).

Tovar no hace mención en su volumen al trabajo de rescate de Zaldívar. En cambio, en la dedicatoria que le hizo al obsequiarle un ejemplar en abril de 2007, reconoce:

“Para Flor y Sergio, cuya mesa presidida por un Pegaso, para evocar que a ellos se debe este libro. Con todo afecto y amistad de tantos años.”

En sus primeras etapas de trabajo en Palacio Nacional descubrió con su equipo los restos de las Casas de Hernán Cortés, que el conquistador se mandó construir sobre parte de las ruinas de las Casas Nuevas de Moctezuma Xocoyotzin, luego de la caída de Tenochtitlán. Se ejecutó para ello un proyecto de arqueología colonial que sorprendió incluso a algunos arqueólogos del INAH, quienes pensaban que la arqueología “era exclusiva de las ruinas prehispánicas” pues, como dijo en estas páginas en diciembre de 2019, “desconocían incluso que en Grecia se ha hecho arqueología”.

El arquitecto restituyó asimismo la sala del Congreso Constituyente de 1857 y el Recinto Homenaje a Don Benito Juárez, para hacer un museo de sitio en el cual se muestra la vida y obra del Benemérito de las Américas.

Ya en el gobierno de Zedillo, rehabilitó la parte trasera de Palacio Nacional, donde recuperó la Capilla Real de la Emperatriz, y tras demoler un par de los llamados Edificios Landa, que eran del siglo XX, acondicionó la zona para ser jardines. Posteriormente restauró la antigua Tesorería para convertirla en un salón de recepciones oficiales. Ahora se realizan ahí diariamente las conferencias mañaneras de Andrés Manuel López Obrador.

Voz incómoda

Entre las muchas obras dirigidas por Zaldívar pueden mencionarse la antigua colegiata de la Basílica de Guadalupe –a la cual devolvió su traza original para evitar que siguiera deteriorándose en la parte del ábside–, el edificio del Marqués del Apartado, la antigua sede del Arzobispado, las casas de los Condes de Heras y Soto, y el antiguo hospicio de San Nicolás Tolentino en el Centro Histórico de la Ciudad de México.

El interior del país, el convento agustino de Los Santos Reyes en Meztitlán, Hidalgo, que constituyó también toda una proeza, pues detuvo su desplazamiento debido a la penetración de agua en el subsuelo; en Puebla se recuperó el esplendor de la iglesia de Santa Isabel Tepetzala, una joya del barroco arrasada por un incendio, y asimismo los conventos de Tepeyanco, Atlihuetzia y Cuauhtinchan; en Baja California, donde creó el Museo de Loreto, recuperó 16 misiones jesuitas, por mencionar sólo algunos de los proyectos.

El arquitecto no constriñó la defensa del patrimonio en sus propias obras: el método de subexcavación para la Catedral Metropolitana llamó la atención de la Comisión Internacional para el Rescate de la Torre de Pisa, en Italia, presidida por el ingeniero civil Michele Jamiolkowski. El equipo italiano preguntó al mexicano si había restricciones profesionales o de derechos de autor sobre el proyecto, y los especialistas mexicanos respondieron que estaban muy contentos de que sus propuestas sirvieran al célebre edificio. Por desgracia, el arquitecto Zaldívar y su equipo apenas recibieron crédito en el libro La torre pendente. Il restauro del secolo, de Valeria Caldelli.

Flor González mencionó planes no realizados, como la rehabilitación del antiguo convento de San Francisco el Grande, que fuera el más grande de la capital novohispana (atrás de la Torre Latinoamericana), por el cual obtuvo el gran premio internacional Espacios de convivencia 1996, otorgado por la Unión Internacional de Arquitectos. Asimismo, la regeneración de la antigua estación de San Lázaro, la restauración de la casa del Marqués de Aguayo (Talavera), la liberación del convento de El Carmen en San Ángel, y el pavimento de la Plaza Manuel Tolsá, en donde planeaba un diseño para delimitar el espacio, tal como en los Museos Capitolinos de Roma.

Lo que sí llevó a cabo ahí, muchos años antes, fue el traslado de la estatua ecuestre de Carlos IV, mejor conocida como El Caballito, luego de haber estado por décadas en la glorieta de Bucareli y Paseo de la Reforma. Conocía de memoria el proceso entero y las dificultades enfrentadas por su autor, el valenciano Manuel Tolsá, al haberla realizado en bronce en una sola pieza. Y así como no había tenido empacho en oponerse a que muchos años atrás las autoridades metieran, para el rescate de Catedral, al esquema de la Secretaría de Educación Pública –como si se tratara de un edificio escolar–, fue una de las primeras voces en alertar sobre el daño irreversible que el entonces gobierno de Miguel Ángel Mancera en la Ciudad de México causó a la superficie en una pretendida restauración, encargada a un despacho ajeno a la intervención de monumentos. Y señaló en estas páginas la responsabilidad de las autoridades del Centro Histórico del gobierno capitalino y del propio INAH.

En los últimos años siguió de cerca los trabajos de recuperación, participando en debates públicos y privados entre restauradores tanto del instituto como de la UNAM, al punto que la responsable de Conservación y Restauración del INAH, Liliana Giorguli, le ofreció una visita. Su exigencia fue siempre devolver lo antes posible la escultura a la comunidad, pues incomprensiblemente, en opinión suya, tardaron demasiado tiempo en los trabajos.

En una parte de su texto, González Mora habla del “carácter rebelde de Zaldívar, coherente con sus principios y ajeno a los convencionalismos sociales, políticos y burocráticos, desdeñoso de la aquiescencia obsequiosa…”. Congruencia y honestidad son las dos características que ella destacó ahora al evaluar para Proceso su legado, y su voz crítica lo mismo denunció la brutalidad de haber perforado las pirámides de Teotihuacán para un show de luz y sonido durante el gobierno de Enrique Peña Nieto en el Estado de México, que la demolición de 16 edificios históricos en el centro durante el gobierno de Marcelo Ebrard.

Esa actitud a menudo lo aisló, al grado de “autolastimarse” –refirió su colaboradora–, y quizá por ello recibió pocos reconocimientos oficiales. Desde luego no pudieron regatearle el Federico Sescosse 2009, que en honor del promotor del patrimonio cultural zacatecano –amigo suyo–, se otorga a la trayectoria en favor de la conservación, restauración, cuidado y difusión del patrimonio del país. En julio de 2017 se le otorgó la Medalla 7 de Julio durante el V Congreso Nacional de Patrimonio Mundial en San Miguel de Allende, Guanajuato.

Nunca, sin embargo, fue convocado a instituciones como la Academia Mexicana de la Historia, el Seminario de Cultura o El Colegio Nacional.

En abril de 1972 –de acuerdo a lo escrito por Flor González Mora– representó a México en la reunión de expertos gubernamentales, realizada en París, Francia, en la cual se elaboró la Convención para la Protección del Patrimonio Mundial Cultural y Natural de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco). Y fue miembro del Comité de Redacción del documento. Y no obstante criticaba que el gobierno mexicano (que suscribió la convención 10 años después) pugnara por declaratorias del organismo sin el compromiso, las tareas y las políticas de conservación del patrimonio.

Fue parte además de la Conferencia para la Preservación de la Arquitectura Popular y sus Conjuntos, en Brno, Checoslovaquia, en 1971, donde fungió como vicepresidente del Comité de Redacción. Y el Comité Mexicano del Consejo Internacional de Monumentos y Sitios (Icomos) le nombró su delegado en la reunión de expertos en Ditchley Park, Oxford, Reino Unido, en mayo de 1977, en la cual se discutieron los postulados de la Carta de Venecia creada en 1964.

Zaldívar escribió poco. Entre sus libros pueden mencionarse Arquitectura del barroco popular, en la cual dio a conocer las capillas de ese estilo en Jalisco. Y en sus textos como colaborador ocasional de Proceso denunció hechos como el mal uso para grabaciones de telenovelas de la Capilla de la Conchita en Coyoacán, del Centro Histórico para la película Spectre sobre James Bond y la ayuda que ofreció el canciller Ebrard en el incendio de la catedral de Notre Dame, en París.

Gustoso de los debates intelectuales, fue miembro del grupo Las Tertulias del Convento, convocado por el fallecido José Rogelio Álvarez, al cual pertenecen Gonzalo Celorio, Mónica del Villar, Sergio García Ramírez, Felipe Garrido, Ángeles González Gamio, Eduardo Matos Moctezuma, Silvia Molina, José María Muriá, Carmen Parra, Vicente Quirarte y Hernán Lara Zavala.

Todavía el 15 de octubre pasado, debido a no haberse podido reunir en mucho tiempo por la pandemia, a iniciativa suya Zaldívar los pudo acoger en su casa. Y varios de ellos, desafiando el nuevo brote viral, acudieron a su velorio este jueves para despedirlo, junto a sus hijos Anjie y Ángel.  

"Este texto se publicó en la edición 2360 del semanario Proceso, cuya versión digital puedes adquirir aquí". 

 

 

 

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