La bomba atómica desde la mirada de Kurosawa
MÉXICO, D.F., (apro).- Hoy se llama bolígrafo al instrumento que las generaciones de posguerra designaron como “pluma atómica”, en extensión y por oposición a la “pluma fuente” que todavía se usa.
La teoría de la Relatividad de Einstein trajo aparejado al siglo XX el término “era atómica” con la fórmula científica de la reacción nuclear --e=mc2--, que todavía hoy debe aprenderse de memoria para cualquier examen de física, y que llevada a la práctica en la segunda Guerra Mundial se llamó Hiroshima y Nagasaki.
“A las 8:15 de la mañana del 6 de agosto de 1945 Washington lanzó sobre la ciudad japonesa de Hiroshima la bomba atómica Little Boy. Tres días después hizo estallar sobre Nagasaki una segunda bomba: Fat Man. A partir de ello el fin de la Segunda Guerra Mundial fue un trámite, Estados Unidos se consolidó como superpotencia mundial y el planeta se deslizó hacia la Guerra Fría. Tras los ataques, los países aliados se vanagloriaron de la proeza científica y tecnológica y escamotearon la tragedia humana: 246 mil muertos en ambas ciudades, la mitad en los días del bombardeo, los restantes en el transcurso del año debido a heridas y enfermedades derivadas de la radiación.”
Así presenta la revista Proceso la Edición Especial No. 50 Hiroshima y Nagasaki. El Apocalipsis 70 años después.
De manera central, el ejemplar de 94 páginas ofrece el trabajo de la corresponsal Anne Marie Mergier en esas ciudades niponas donde entrevistó a sobrevivientes “que cuentan de manera impactante y a la vez conmovedora --sigue la nota introductoria-- el momento del estallido nuclear y los días que le siguieron y describe cómo ambas ciudades se empeñan en preservar la memoria sobre estos hechos para que no se repitan”.
Además, la edición “muestra fotografías tomadas a ras del suelo en horas posteriores a las explosiones y rescata testimonios insólitos de personajes que, por distintas razones, se vieron involucrados en la historia de la hecatombe nuclear”.
Uno de ellos fue el sacerdote español Pedro Arrupe, quien era el rector de un noviciado en Hiroshima y alcanzaría en 1965, nada más y nada menos, la jefatura de la orden de los jesuitas. Se le llamó “el Papa negro” porque era la época en la cual los jesuitas estaban “vetados” para ser sucesores de la silla de San Pedro en el Vaticano.
Pero el testimonio de Arrupe que rescata el Especial de Proceso se conserva gracias a otro personaje no menos destacado, el hombre que lo entrevistó en mayo de 1955 durante su paso por Bogotá para un periódico de Colombia, El espectador, y hoy recogido en el libro Crónicas y reportajes: Gabriel García Márquez.
En sus páginas el Especial despliega trabajos sorprendentes que, en su conjunto, combaten el incendio atroz del genocidio con la contundencia de la investigación, y ofrecer al lector el contexto necesario para asimilar lo incomprensible. Así, Leonardo Boix, desde Londres, reconstruye los pormenores del equipo que facturó la bomba ante el miedo de que fueran los nazis quienes se adelantaran.
Otro corresponsal del semanario, Marco Appel, arma el rompecabezas de los efectos que causaron en la psique de los dos pilotos los explosivos que arrojaron. El mismo periodista hurga, también en Bruselas, la historia del grupo de coroneles japoneses que, al día siguiente de la rendición, se rebelan para seguir luchando.
Si el número, en cinco apartados, se titula “Los sobrevivientes” y “La bomba” en los dos primeros, el tercero abordar el tema “El día después”, que intenta una visión panorámica de la destrucción inmediata a nivel material y humano; en esto último, Mergier teje desde los archivos la misión del cirujano suizo Marcel Junod, representante especial del Comité Internacional de la Cruz Roja.
Y es también la corresponsal en París quien documenta desde Tokio la operación estadunidense por ocultar información sobre los efectos del desastre en la población.
“La censura” se titula el cuarto apartado, donde se reproducen varios trabajos: El reportaje publicado por el diario inglés Daily Express el 5 de septiembre de 1945, escrito por el primer periodista occidental en llegar a Hiroshima; y la crónica que en 1985 publicó Robert Guillain, corresponsal de France Press en Japón durante la Segunda Guerra, sobre su visita en diciembre de 1945 a las dos ciudades bombardeadas.
Cierran el capítulo tres textos más: Uno en el cual Appel, Boix y el corresponsal en Washington Jesús Esquivel, rastrean en las capitales belga, británica y estadunidense la “prensa aliada” de los primeros días tras la hecatombe, para mostrar el énfasis del logro científico y tecnológico por sobre la desgracia humana. Dos, el artículo “El último grado de salvajismo”, publicado por el narrador y filósofo Albert Camus (Premio Nobel de Literatura) el 8 de agosto de 1945 en la revista Combat. Y tres, “Una noticia pequeña y lejana”, reconstrucción del reportero de Proceso Mathieu Tourlliere del manejo que se dio en la prensa mexicana sobre la bomba de Hiroshima.
Cierra el número con “La memoria”, y cómo no: Son las crónicas de Anne Marie Mergier desde Hiroshima y Nagasaki hoy, y cómo ambas urbes resguardan los sucesos. Sobre la primera introduce el epígrafe:
“Sus museos y monumentos son recordatorios permanentes del horror apocalíptico desatado por el átomo. Sin embargo, la ciudad no es presa del pasado. Es ahora moderna y abierta al mundo. Pese a su tragedia, mira de frente al futuro.”
Y de la segunda se concentra:
“A diferencia de Hiroshima, que asumió una actitud laica ante los hechos, Nagasaki mantiene el recuerdo con base en la espiritualidad e, incluso, el misticismo.”
Un relato final, el de los “hibakushas“, es aquel donde Mergier aborda tanto en Hiroshima como en Nagasaki a los sobrevivientes que fueron rompiendo con tremenda dificultad el silencio, el miedo y la censura para hablar de los bombazos, y cuyo relevo ha sido tomado por una nueva generación.
Detrás de este texto prodigioso, no hay más que un paso para evocar Rapsodia en agosto, el filme de Akira Kurosawa que narra cómo, ante el viaje turístico de sus padres a Estados Unidos, unos primos (dos niños y una adolescente) deberán vivir con la abuela en Nagasaki, cuya memoria les irá revelando el significado real de la era atómica.