Computación

Computación: ¿Deshonestidad académica?

El antecedente directo de Pary era Eliza, un programa escrito por Joseph Weizenbaum, que simulaba ser un terapista rogeriano, el cual ayudaba a los “pacientes” mediante preguntas con las que –eventualmente– el propio paciente podía saber cómo mejorar su condición.  
lunes, 18 de noviembre de 2024 · 14:06

CIUDAD DE MÉXICO (apro).-La ciencia se basa en la ética de los que trabajan en este dominio. Desde luego que los científicos también son seres humanos y muchas veces caen en actitudes o comportamientos que son por decir lo menos, discutibles. Por ejemplo, tenemos a Parry, un programa de computadora creado en 1972 por el psiquiatra Kenneth Colby, cuando estaba en la Universidad de Stanford. Parry intentaba simular a una persona que tenía esquizofrenia paranoica. Así, el software era usado por psiquiatras quienes platicaban con el “chatbot” y las preguntas que le hacían le permitían al médico saber qué tipo de trastorno tenía este paciente. El antecedente directo de Pary era Eliza, un programa escrito por Joseph Weizenbaum, que simulaba ser un terapista rogeriano, el cual ayudaba a los “pacientes” mediante preguntas con las que –eventualmente– el propio paciente podía saber cómo mejorar su condición.  

Pero estos dos programas simulaban entender una plática con interlocutores humanos, porque en realidad ni entendían nada. El truco era simple: cuando el usuario escribía algo sobre su familia, entonces la respuesta del sistema era: “háblame más de tus padres”, por ejemplo (para el caso de Eliza) y en el caso de Parrry, si al enfermo se le decía algo sobre la autoridad, él contestaba con “me da temor la policía”... 

Colby escribió “Arrtificial Paranoia”, un libro en donde un grupo de 33 psiquiatras analizó la combinación de diálogos entre pacientes reales y pacientes computarizados como Parry. Se les pidió a los galenos que identificaran las pláticas entre humanos con humanos y aquellas que eran producto de Parry con un ser humano. Los psiquiatras solamente pudieron reconocer correctamente los diálogos en un 48%, un número que cae en acertar al azar un resultado. 

El problema es que Colby, en su libro, puso las pláticas de Parrry en un lenguaje mucho más realista. Vamos, Parry no entendía lo que se le decía y en muchas ocasiones las respuestas del software eran extrañas o ininteligibles. Vamos, “cuchareó” (como se dice coloquialmente), los diálogos con los que puso a prueba a los especialistas. Y sí, la idea de Colby era interesante pero al manipular así los resultados crea un dejo de deshonestidad académica. Vamos, si Colby hubiera puesto los diálogos estrictos que se generaron con su software, probablemente los especialistas hubieran encontrado más fácilmente cuáles eran de Parry y cuáles no. 

Sin embargo, este no es el único caso de esta deshonestidad académica, muchas veces realizada quizás sin dolo, como en el caso de la Dra Francine Patterson, quien en los años 1970s adiestró a una gorila, Koko, a que hablara con el lenguaje de señas. Se dice que logró que el animal entendiera unos 1000 símbolos, basados en el lenguaje de señas americanas (ASL), lo que significaba alrededor de unas 200 palabras en inglés. 

Algunos científicos dicen que Koko usaba la lengua de signos, y sus acciones eran coherentes con los gestos que usaba, e indican que dominaba el uso del lenguaje. Otros asumen que ella no comprendía el significado que hay detrás de lo que hacía, pero aprendía a completar los signos porque los investigadores la recompensaban por hacerlo (indicando que sus acciones eran meramente producto de un comportamiento condicionado). El punto principal es que la habilidad de Koko para expresar pensamientos coherentes a través de la lengua de signos está en tela de juicio, pues las conversaciones con el gorila estaban sujetas a la interpretación que su interlocutor puede ver en improbables concatenaciones de significados. Uno de ellos, Martin Gardner, que por años escribió la columna de metamatemáticas en la revista Scientific American, indicaba que los reportes de Patterson hacían más mención a situaciones anecdóticas que la doctora asumía como hechos científicos. Aún con todas las críticas, la Dra. Patterson ganaría múltiples premios, incluso el Premio Rolex, que hace años cobró relevancia internacional. Era un hecho para Gardner que faltaba rigor científico en este experimento con la gorila Koko. 

Otros casos de deshonestidad académica se han convertido en una auténtica epidemia en el mundo científico. Por ejemplo, el año pasado, unos 10,000 artículos fueron retirados de las revistas académicas por ser dudosos o literalmente falsos (https://www.theguardian.com/science/2024/feb/03/the–situation–has–become–appalling–fake–scientific–papers–push–research–credibility–to–crisis–point). Incluso hay experimentos de científicos que escriben artículos totalmente falsos para ver si los niveles de revisión de los responsables de esa labor, están haciendo correctamente su trabajo. El caso más conocido es quizás el de “escándalo Sokal”, logrado por el físico Alan Sokal para exponer al equipo editorial de la revista académica de humanidades “Social Text”, con el fin de poner de manifiesto la falta de rigor y evaluación que manejan este tipo de revistas a la hora de aceptar trabajos para su publicación. El científico envió un artículo pseudocientífico en 1996, para que se publicase en la revista postmoderna de estudios culturales Social Text. Pretendía comprobar que una revista de humanidades «publicará un artículo plagado de sinsentidos, siempre y cuando: a) Suene bien; y b) Apoye los prejuicios ideológicos de los editores (contra las ciencias empíricas).

El artículo, titulado “Transgressing the Boundaries: Towards a Transformative Hermeneutics of Quantum Gravity” (“La transgresión de las fronteras: hacia una hermenéutica transformativa de la gravedad cuántica”), se publicó en el número de primavera/verano de 1996 de “Social Text” y sostenía la asombrosa tesis de que la gravedad cuántica era un constructo social; esto es, que la gravedad existe solamente porque la sociedad se comporta como si existiera, por lo tanto si no se creyera en ella no tendría efecto. El mismo día de su publicación, Sokal anunciaba en otra revista, “Lingua Franca”, que el artículo era un engaño. 

Así las cosas en el mundo de la ciencia. El mecanismo más usado para transmitir información entre aquellos que trabajan en un dominio específico, que es la publicación de los artículos en revistas especializadas, ya deja una sensación fea, como la de no creer necesariamente lo que se publica. Tal vez es parte del ser humano pero sin duda le hace un pobre favor a la actividad científica. 

 

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