CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Penguin Random House Grupo Editorial publica en la colección El Debate de la Historia en Taurus (www.megustaleer.mx), coordinada por el escritor Alejandro Rosas, los pequeños volúmenes de alrededor de un centenar de páginas cada uno,
Cara o cruz: Benito Juárez y
Cara o cruz: Franciso I. Madero.
El primero sobre
El Benemérito de las Américas “enfrenta” los textos de Angélica Vázquez del Mercado, coautora de libros de texto para secundaria, a los del propio Alejandro Rosas, mientras el segundo los de Rosa Luisa Guerra Vargas (Ciudad de México, 1971), licenciada en Literatura Latinoamericana, contra Edgar Damián Rojano García (Ciudad de México, 1966), historiador por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México.
A continuación, la introducción de los dos libros a cargo de Alejandro Rosas, divulgador de la historia egresado de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, colaborador de WRadio y de la revista
Relatos e Historias en México.
Si Juárez no hubiera muerto
Al acercarse el 21 de marzo de cada año los maestros de los distintos grados de primaria solían enviarnos a la papelería por la clásica monografía de Benito Juárez. Era la mejor forma de celebrar su natalicio, que coincide con el comienzo de la primavera. No pensaban que los desfiles alegóricos se organizaban para celebrar al Benemérito.
¿Qué nos enseñaron maestros y monografías sobre Benito Juárez? Que era un indito zapoteca, que siendo niño fue pastorcito –siempre en diminutivo--, que tocaba la flauta de carrizo y como un día perdió su borrego decidió huir de su pueblo natal porque su tío le pegaba, entonces llegó a Oaxaca, lo adoptaron, aprendió español, comenzó a estudiar y llegó a ser presidente. También nos enseñaron que Juárez es el de las Leyes de Reforma y el que dijo: “El respeto al derecho ajeno es la paz”.
La historia oficial, escrita por el sistema político priista, nos vendió la idea de que Juárez es el héroe entre héroes de nuestra historia y debía tener su propia monografía. Ni siquiera Hidalgo, el padre de la Patria, o Morelos o Madero o Cárdenas alcanzan el mayor altar donde se encuentra Benito Juárez.
Aunque el personaje es citado una y otra vez en el discurso cívico, en la retórica política, como ejemplo de respeto a la ley, como defensor de la soberanía nacional, como impulsor de la igualdad ante la ley, lo cierto es que a lo largo del siglo XX lo convirtieron en letra muerta y le pusieron cientos de capas de bronce hasta hacerlo completamente ajeno a nosotros.
El Juárez de la historia oficial es una estatua de bronce, incapaz de sonreír; a pesar de viajar en su carruaje negro por el desierto de Chihuahua a 45 °C siempre aparece con su impecable levita negra, cuando habla, voltea al horizonte; no duda, no se enferma, es infalible y es el ejemplo a seguir. Sin embargo, Benito Juárez murió dos veces, la primera en 1872 por causas naturales y la segunda, cuando lo sacaron de su contexto y lo trajeron para que habitara entre nosotros.
Este Juárez está distorsionado, es el de la retórica y la demagogia, el que disputan los partidos políticos, es el de las causas populares que nunca asumió, el de la defensa de los pueblos indígenas a los que quiso integrar, no compadecer, es el Juárez que encabeza a la Cuarta Transformación y al que recurre el presidente López Obrador para poner el ejemplo. Pero este Juárez no existió, es una invención.
Por esta razón, dentro de la colección Cara o cruz decidimos resucitar a Juárez como personaje histórico a través de los ensayos de la historiadora Angélica Vázquez del Mercado y del divulgador Alejandro Rosas, quienes, cansados de escuchar una y otra vez todo lo que Benito Juárez no es, decidieron mostrarlo a los lectores de una manera muy sencilla en su contexto histórico de 1806 a 1872, de donde nunca debió salir.
Con I de Ignacio
Varias generaciones crecieron con una idea completamente equivocada: que la I de Francisco I. Madero significaba Indalecio. Lo cierto es que siempre fue Francisco Ignacio, así lo establecen su acta de nacimiento y su fe de bautismo, pero al igual que lo ocurrido con su segundo nombre –a la fecha sigue siendo un misterio de dónde surgió la versión de Indalecio--, tenemos una imagen distorsionada, incluso errónea, de aquel hombre que encabezó la lucha de un microbio contra un elefante, como se refirió don Evaristo Madero al desafío de su nieto al régimen de Porfirio Díaz.
Madero es más que su artero asesinato por órdenes de Victoriano Huerta; es más que su lema “sufragio efectivo, no reelección”, es más que un ingenio o un inocente en el poder. La historia oficial lo llamó el “mártir de la democracia” pero lo convirtió en un héroe sin sentido.
Sobre todo porque su convención democrática, que lo llevó a encabezar la cruzada política de 1909-1910, a fundar un periódico de oposición contra la dictadura, a crear la primera gran red social escribiendo miles de cartas a todos sus seguidores en el país, a erigir el primer gran partido de oposición y llegar hasta la presidencia de la República a través del voto, toda esa convicción fue desterrada de la República a través del voto, toda esa convicción fue desterrada por el México posrevolucionario.
La democracia maderista se perdió en el vendaval de febrero de 1913 y no volvió a ser importante más que en la retórica y el discurso demagógico del sistema político construido por el partido oficial y repetido por el resto de los partidos durante todo el siglo XX. Tuvieron que transcurrir 84 años, hasta 1997, cuando el sufragio efectivo se hizo en verdad efectivo y por primera vez después de la Revolución mexicana Madero volvió a triunfar. La ciudadanía recuperó el valor del voto y le arrebató al PRI la mayoría en el Congreso; tres años después, llegó la alternancia presidencial.
Francisco I. Madero es uno de los personajes centrales en la narrativa histórica del nuevo gobierno encabezado por Andrés Manuel López Obrador. Resulta paradójico que Madero siempre fuera rechazado por la izquierda porque era un burgués, un terrateniente, un hacendado que sin embargo decidió sacrificar todo por la causa de la democracia.
No obstante, esta izquierda amorfa, si así se puede llamar al nuevo régimen, recuperó a Madero desde 2005, cuando López Obrador tuvo que enfrentar el vergonzoso asunto del desafuero con el cual el presidente Fox quiso descarrilar su candidatura en 2006.