Javier Sicilia
La duda necesaria
En un mundo incierto y plagado de certezas como el nuestro, no sólo se necesitan papas, sino políticos que duden y estén, como el cardenal Lawrence, atentos a la escucha del misterio.En Cónclave, la película de Edward Berger, el cardenal Thomas Lawrence (Ralph Fiennes), responsable de esa conferencia en la que se elegirá un nuevo pontífice, pronuncia unas palabras fundamentales durante su apertura: “La certeza es el gran enemigo de la unidad; es el enemigo mortal de la tolerancia [...] Que Dios nos conceda un Papa que dude”.
No es mi designio analizar la película, sobre la cual han corrido ríos de tinta, cuanto pensar en la necesidad de la duda que el filme de Berger lanza no sólo a la Iglesia, sino al mundo de hoy.
Contraria a la incertidumbre que debería provocar una época plagada de virtualidad, de fake news, de flujos inmensos de información, de cuestionamientos sobre lo real, la nuestra está paradójicamente llena de certezas. La incertidumbre las busca como un tanque de oxígeno en un aire enrarecido. Desde lo woke, cuya corrupción se transformó en la reivindicación de libertades sin ponderaciones ni límites, hasta los conservadurismos de derechas e izquierdas que reclaman una interpretación unívoca y arbitraria de la realidad, nuestra época está llena de múltiples certezas que luchan entre sí y tienden, al menos en política, a privilegiar las que en apariencia no dejan espacio a la incertidumbre, ahondándola y provocando odios y violencias de todo tipo. En un mundo de convicciones que se enfrentan entre sí sólo hay sitio para la toma de partido. Es lo que en Cónclave el cardenal Bellini (Stanley Tucci), un hombre que podría ser calificado de woke, le dice a Lawrence frente a la posibilidad de que el cardenal Tedesko (Sergio Castellitto), un conservador que frisa los territorios del fascismo, llegue al papado: “Esto es una guerra y hay que elegir un bando”. En un mundo así, la duda es mal vista y a la vez más necesaria que nunca.
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Contra las certezas, “la firme adhesión de la mente –dice el diccionario de la RAE– a algo concebible sin temor de errar”, la duda nos distancia de ellas, incluso de las nuestras, y nos da la capacidad de ponderar y tomar una decisión correcta. In dubis, abstine (“Ante la duda abstente”), dice la sabiduría jurídica de la que han prescindido muchos de los juristas y legisladores en México para hacer pasar esa joya de las certezas y la imbecilidad que es la reforma al Poder Judicial. La frase, que se atribuye a Plinio, aparece en uno de los más profundos tratados sobre el discernimiento, los Ejercicios espirituales de Ignacio de Loyola.
La duda propicia la reflexión profunda y, en la vida social y política, el diálogo. Sólo dialogan quienes dudan de sus propias certezas y por lo mismo están dispuestos a confrontarlas con las de otros para encontrar el sentido. Sócrates, el padre del diálogo, era un hombre de la duda. Preguntaba, cuestionaba, ponía en tela de juicio todo. Era, como solía llamarse a sí mismo, “una partera” que toma su tiempo, que trabaja junto con la naturaleza para, en el caso de Sócrates, dar a luz no una certeza, sino algo vital, que tiene sentido, que no es la verdad, pero sí un aspecto de ella. La duda, como lo muestra el desenlace de Cónclave, hace posible que algo que pertenece al misterio y que está más allá de las convicciones irrumpa en favor de la vida y su maravillosa extrañeza.
Es difícil que una sociedad sometida a la incertidumbre y enferma de certezas pueda entender el valor de la duda. Incapaces de humildad, seguros de que las certezas que nos mueven son las idóneas para salir de los males que las mismas certezas producen, la tiranía de las minorías o de las mayorías campean por todas partes produciendo una dura y profunda espiral de incertidumbre y violencia que no encuentra salida.
En estas condiciones, la duda se vuelve una virtud como en Cónclave.
Pese a que la película se circunscribe a la Iglesia católica, su planteamiento es universal. El cónclave que retrata Berger es en este sentido una especie de fractal que refleja la realidad del mundo contemporáneo. Leerla como una particularidad, a la manera en que la mayoría de la crítica lo ha hecho, es no entender la dirección a la que apunta. Situada en el espacio y tiempo de un acontecimiento clerical, Cónclave es un elogio de la duda y una denuncia de quienes, en nombre de la verdad que dicen defender, hacen de las certezas un campo amurallado que conduce a la confrontación, la mentira y el desprecio.
En un mundo incierto y plagado de certezas como el nuestro, no sólo se necesitan papas, sino políticos que duden y estén, como el cardenal Lawrence, atentos a la escucha del misterio. Pero, sobre todo, seres humanos que, distanciados de cualquier poder, sean capaces de dudar de todo y a partir del discernimiento denunciar y defender a quienes las certezas, ya sean de las minorías o de las mayorías, someten y excluyen hasta volverlos prescindibles. “Sé lo que significa existir entre las certezas del mundo”, dice Vincent Benítez (Carlos Diehz), hacia el final de la película, en el punto más álgido de la disputa por el papado y el rumbo de la Iglesia. Ese hombre que no cuenta, que ha sido nombrado por el papa que acaba de morir cardenal in pectoris –una elección del corazón y no de los intereses políticos– y que vive como arzobispo en Kabul, muestra la carga de horror y sufrimiento que las certezas de quienes no dudan imponen al mundo y a la gente común.
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, detener la guerra, liberar a todos los presos políticos, hacer justicia a las víctimas de la violencia, juzgar a gobernadores y funcionarios criminales, esclarecer el asesinato de Samir Flores, la masacre de los LeBarón, detener los megaproyectos y devolverle la gobernabilidad.