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“Cónclave”
El director germano Edward Berger logra lo imposible: que un tema tan solemne como la elección papal, sus juegos de poder y secretos de la política dentro del Vaticano, no caigan en la solemnidad.Los colaboradores de la sección cultural de Proceso, cuya edición se volvió mensual, publican en estas páginas, semana a semana, sus columnas de crítica (Arte, Música, Teatro, Cine, Libros).
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- El director germano Edward Berger logra lo imposible: que un tema tan solemne como la elección papal, sus juegos de poder y secretos de la política dentro del Vaticano, no caigan en la solemnidad.
Cónclave (Conclave; Reino Unido, 2024) se beneficia, no sólo de una intriga, sino de una serie de intrigas orquestadas a manera de un fastuoso thriller en el que pompa y circunstancia representan dos mil años de una sólida tradición amenazada por crisis de valores.
Tal crisis de valores, la pérdida de fe no ocurre en el cristianismo, pero sí en la coherencia de la institución, asunto que representa el cardenal Lawrence (Ralph Fiennes) -director del Colegio de Cardenales-, quien ante la súbita muerte del Papa queda a cargo de la elección del nuevo pontífice. Como es sabido, los cardenales deben encerrarse sin poder salir o tener contacto con el exterior, nada fácil en la era del celular (tema no muy explorado en la cinta), aunque de todas maneras secretos y rumores se filtran por rendijas y grietas.
Adaptado a partir de la novela del británico Robert Harris, el guion de Peter Straughan asigna un estilo y una tendencia a cada uno de los candidatos; éstos representan los diferentes rumbos posibles en el cruce de caminos en el que se encuentra la Iglesia católica de este avanzado siglo XXI; así, el cardinal Bellini (Stanley Tucci), favorito del director Lawrence, el camino liberal; el canadiense Tremblay (John Lithgow), el moderado; el cardinal Tedesco (Sergio Casttellito), la tradición italiana de extrema derecha, decidido a bloquear el camino de cualquiera que vaya en sentido contrario, particularmente al cardenal nigeriano Adeyemi (Lucian Msamati), por conservador que éste sea, y quien podría convertirse en el primer Papa negro.
Otros, no menos importantes, entre los que destaca el cardenal Benítez (Carlos Diehz), un mexicano, ni más ni menos, que llega misteriosamente desde Afganistán.
Vale la pena mencionar la lista de candidatos y contrincantes, pues cada uno de ellos funciona como metáfora y actitud clave de los giros que podría tomar el destino de la Iglesia, todos son verosímiles; Bergen los sitúa y define con cuidado, con afán didáctico, para que el espectador comprenda claramente lo que representa. La dirección logra, sobre todo, que cada personaje tenga vida propia y convenza, por más que el público se halle o no de acuerdo con él; cada uno resulta sospechoso de algo, cada uno supone un tipo de amenaza y riesgo para el destino de la institución.
Visualmente predomina el rojo cardenalicio en ambiente de grises, en el que sobresale la geometría en esta situación a puerta cerrada, quizá la más auténtica y literal en la tradición occidental. El rodaje se realizó en diferentes lugares de Roma, aunque los más importantes, como la Capilla Sixtina, fueron reproducidos minuciosamente; el caso es que nada parece artificial dentro de la abstracción de este thriller -político, en última instancia.
Dos peripecias deliciosas: La aparición de Isabella Rossellini, único elemento femenino en ese mundo sacerdotal en el que la mujer está prohibida, en el papel de una monja importante que tiene mucho que decir; incluso el personaje de Benítez convence pese a funcionar como caballo de Troya de la amenaza islámica según la asume la Iglesia, más el gran golpe de teatro que termina dando, como el conejo que sale del sombrero del mago, y que fascina al público. Todo sostenido con la actuación de Ralph Fiennes, quien ofrece su larga experiencia de actor especializado en la obra de Shakespeare.