libro
Ximena Santaolalla aborda la pedofilia en su nueva novela “Un jardín al fondo de la noche”
Santaolalla confiesa que “Un jardín al fondo de la noche” le aportó una paz inmensa terminarlo de escribir, “porque era una historia que debía escribir, no había de otra”.CIUDAD DE MÉXICO (apro).- La escritora mexicana Ximena Santaolalla -galardonada con el Premio Mauricio Achar-Random House 2021 por el libro “A veces despierto temblando”- en su reciente novela “Un jardín al fondo de la noche” descubre la historia de una niña, Guinea, que se refugia en un jardín porque enfrenta el horror doméstico. Ella busca la luz que le permita romper el silencio.
Santaolalla -licenciada en derecho por el Centro de Investigación y Docencia Económicas y psicoterapeuta para sobrevivientes de violencia temprana- platica en entrevista sobre el nuevo volumen, editado por Penguin Random House este 2025, que tardó cuatro años en crear la historia:
“Tenía la idea de idear un relato más o menos largo, donde una niña contara su experiencia, con sus palabras. Deseaba que fuera una niña de carne y hueso. Me interesaba mucho la experiencia de la niñez, sin embargo, conforme lo fui escribiendo y se fue alargando, dije: ‘Bueno, ¿por qué no incluir a la adulta?, y hacer el vínculo entre la adultez y la niñez’. Es algo que siempre me han interesado, di terapia doce años aunque ahora ya no lo hago, los adultos que tuvieron situaciones violentas en la infancia. En la novela es el diálogo de ¿qué continúa en la adultez?, ¿qué podemos dejar atrás y que no?, ¿qué recursos y fortalezas obtuvimos de esa niña o niño que fuimos?; por eso este libro”.
-¿Es complicado escribir sobre la violencia hacia los infantes? y ¿qué puede aportar una novela con este tema que no se ha puesto bajo la lupa como se debe?
-Considero que es un problema relevante, y hay que seguir hablando de eso, y más aún porque las estadísticas nos lo marcan. Tenemos que una de cada cinco niñas y uno de cada trece niños será víctima de algún tipo de abuso sexual antes de cumplir dieciocho años. Y también que el 60% de este tipo de abusos ocurren en el hogar, cosa que es bastante sabida y se ha dicho muchas veces, pero creo que la mayoría de las personas con las que yo he platicado siguen pensando que este tipo de abusos suceden fuera, lejos, con un extraño que nunca habían visto, y no aceptan la posibilidad de que dentro del hogar hay este riesgo. Además, que casi el 89% de los perpetradores son hombres y un agresor sexual infantil comete más o menos ciento diez y siete delitos antes de ser detenido, si es que llega a ser detenido.
“Y ahí es en donde yo me interesé por el tema de la pedofilia en cuanto a la prevención. No tenemos programas de prevención, y lo sé porque una persona que siente atracción por un niño o por una niña no tiene con quién hablar, es un estigma tan grande que no es como que le cuentas a tu amigo: ‘Me gustan los niños, ¿qué puedo hacer?’. Incluso en terapia es difícil hablar de eso y además no hay programas gratuitos para atender a estas personas que dicen: ‘A mí me gustan los niños y no quiero violar niños, quiero atenderme’. No hay esos recursos. Es hasta que ya cometieron el delito que a veces se le pone el foco. Pero debería de ser antes la ayuda psicológica”.
-¿Cómo fue reconstruyendo el personaje central?, a Guinea.
-No me pareció difícil del todo, lo complicado fue encontrar una voz adecuada para una niña, porque ya no soy niña. No es nada fácil regresar a ese momento de la vida y acordarnos cómo pensábamos y cómo decíamos las cosas, tampoco tengo hijos, bueno, estoy embarazada, pero todavía no nace, entonces tampoco tengo niños cerca con los que pudiera platicar y ver cómo hablan. Ese lado me costó mucho trabajo recrear.
“Y luego quise meter a la adulta. Quería incomodar a los lectores en el sentido de que las consecuencias del abuso no fueran las que nos imaginamos siempre. Muchas veces son falsas. Entonces deseaba mostrar consecuencias de diferentes tipos que en general no se imagina nadie que podría sucederle a un adulto o a una adulta que tuvo ese pasado. Y eso fue interesante realizarlo, pero por supuesto que es una historia de horror también, aunque posee un lado luminoso a pesar de todo”.
-¿Qué se aportar con una ficción a este tema?
-Siempre he pensado que la ficción nos acerca más a la realidad que la no ficción, en el sentido de que la ficción llega a nuestro corazón y nos permite sentir, y que realmente nos importe querer saber más del asunto, y tener un pedacito de la experiencia de lo que podría ser la realidad. Y en cambio muchas veces la no ficción es más fría, ¡claro!, no toda, hay mucha gente que escribe la no ficción de forma muy apasionada y llega mucho, pero no nos involucramos tanto con un personaje, no lo acompañamos y sufrimos y decimos: ‘Quiero que pase esto o aquello’. Es más de números y de caras borradas. Si es una novela de ficción, pero tiene muchas cosas basadas en la realidad.
-¿Cómo halló el ambiente?, la descripción de la casa y el jardín son una atmósfera muy importante.
-Curiosamente yo sí crecí en una casa que tenía muchos espejos en las paredes y en el techo, y eso siempre me pareció como ominoso y molesto porque siempre hay una sensación de que te pueden ver y hay una falta de privacidad. Yo quise usar esa parte física, del entorno para transmitir también la sensación que tiene una persona que es violentada, de siempre estar siendo observada, de no poder ocultarse o protegerse, y eso perdura a lo largo de los años, por eso la casa contiene cosas muy particulares e igual la parte del jardín, en cual al fondo de la noche tiene más que ver con el refugio que un niño o una niña puede encontrar más en la fantasía, en recursos mentales, y también como adultos podemos seguir teniendo.
-El hilo de suspenso está ahí en la novela, ¿cómo se construye eso?
-Para mí es importante que un libro nos atrape y queramos seguir leyendo naturalmente. He platicado con muchos escritores y escritoras que dicen que preocuparse por ese suspenso o por ese enganche, no es tan válido en la literatura, que eso es más una cosa de Netflix, por decirlo de alguna forma. Como si se ninguneara ese trabajo por tratar de ir enganchando, pero yo no estoy tan de acuerdo, porque creo que también es parte de disfrutar una lectura, esa sensación de ¿y ahora qué va a suceder? Ahí puede haber libros de todo y no todos los libros deben ser así, pero a mí sí me gusta que quede algo en cada capítulo, una duda, algo abierto, y quieran saber cómo cierra eso. Y ese es el trabajo que hago, pensar muy bien el capítulo, y decir: ‘¿Cómo puedo hacer para que la persona que lo está leyendo quiera empezar el siguiente capítulo?’”.
Y Santaolalla (Tlanalapa, Hidalgo, 1983) confiesa que “Un jardín al fondo de la noche” le aportó una paz inmensa terminarlo de escribir, “porque era una historia que debía escribir, no había de otra”. Continúa:
“Seguramente hay muchos autores y autoras que dicen: que no escogen el tema, sino que él las escoge a ellas o a ellos. Yo estoy en esa categoría. A mí me escoge el tema y lo tengo que escribir y no tengo escapatoria. Así me pasó con esta historia, y la verdad es que me aportó mucho trabajo, mucha angustia, pero además mucha paz cuando la terminé. De decir: ‘Esto es lo que quería contar’, y con la esperanza de que haya sobre todo mujeres, pero también hombres, que se identifiquen con esas sensaciones, y personas en general que entiendan y abra su corazón, y mencionen: ‘No sé cuál es su historia, no sé qué está sucediendo dentro de ti’, y tratar de juzgar menos”.