Estados Unidos

MAGA beauty

En el fondo, más que una elección estética, el MAGA beauty es una herramienta de poder. En el mundo de Trump, donde la imagen lo es todo y la sustancia es negociable, lucir “correctamente” no es vanidad: es estrategia.
domingo, 21 de septiembre de 2025 · 07:00

Existe un momento en el que el maquillaje deja de ser un asunto estrictamente personal para convertirse en una declaración política. Ese momento llega cuando el rímel se aplica con la densidad de una cortina de humo, el contouring se vuelve escultórico y el bronceador simula una eternidad en las playas de Miami. Este es el universo estético del MAGA beauty, donde la feminidad no se susurra: se grita a través de cada capa de maquillaje.

La estética MAGA ha desarrollado su propio código visual ya tan reconocible como el logotipo de una franquicia global. Los elementos son inmutables: cabello voluminoso con ondas que desafían tanto la gravedad como la humedad, maquillaje que podría sobrevivir a un huracán, vestidos que parecen segunda piel y, por supuesto, tacones lo suficientemente altos como para intimidar a cualquier oponente político. No es casualidad que estas mujeres parezcan salidas del casting de un reality show. En muchos sentidos, lo son.

Pero aquí aparece la primera paradoja. Mientras el movimiento conservador predica el retorno a los valores tradicionales y la feminidad “auténtica”, sus representantes más visibles han adoptado una estética que es cualquier cosa menos natural. Hablamos de una imagen que requiere inversiones millonarias en procedimientos quirúrgicos, horas de maquillaje profesional y un arsenal de productos de belleza que daría envidia a maquilladores de Hollywood. La feminidad tradicional, al parecer, necesita mucha ayuda de la modernidad.

En el fondo, más que una elección estética, el MAGA beauty es una herramienta de poder. En el mundo de Trump, donde la imagen lo es todo y la sustancia es negociable, lucir “correctamente” no es vanidad: es estrategia. No es coincidencia que las mujeres que han escalado posiciones en su órbita compartan no sólo ideología, sino también apariencia. En ese entorno, la estética se convierte en un uniforme de pertenencia, un emblema visual que comunica lealtad antes de que se pronuncie una sola palabra.

Cada pestaña postiza, cada delineado quirúrgico, cada peinado sin una hebra fuera de lugar es una forma de lenguaje político que cuenta una historia de sumisión voluntaria al ideal de feminidad del líder. Porque, claro está, esta imagen no está diseñada para complacer a otras mujeres, sino para satisfacer la mirada específica de un hombre que alguna vez fue dueño de concursos de belleza.

Ivanka Trump. "Cada peinado, una forma de lenguaje político". Foto: Facebook / Ivanka Trump 

Desde una mirada feminista, el MAGA beauty presenta un problema incómodo. Estas mujeres han logrado acceder a espacios de poder tradicionalmente masculinos, han construido carreras influyentes y manejan presupuestos de millones de dólares. Pero lo han hecho adoptando una estética que las convierte en esas versiones hiperfeminizadas, caricaturas de sí mismas, más decorativas que funcionales. Han demostrado inteligencia política, sí. Pero han pagado un precio estético altísimo.

También han entendido las reglas del juego mediático y las han usado en su favor convirtiendo su apariencia en una herramienta política muy efectiva. En la era de las redes sociales se dieron cuenta que ser “fotografiable” es más importante que ser creíble. En ese sentido, su estética es profundamente performativa: una puesta en escena que sustituye el discurso por el diseño de imagen. Pero ese poder viene acompañado de una renuncia: la pérdida de individualidad en favor de una homogeneidad plástica que borra diferencias entre personalidades distintas.

Y aquí hay una segunda paradoja: estas mujeres han conseguido que su sumisión estética parezca rebelde. En un mundo donde el feminismo mainstream predica la autenticidad, la diversidad corporal y la naturalidad, ellas han optado por la artificialidad extrema como declaración política. Su hiperfeminidad es una bandera de la contracultura conservadora, una respuesta estética y deliberada al progresismo que pretende redefinir las expectativas y roles de género.

El MAGA beauty es, además, una manera de violencia visual. En un contexto donde el conservadurismo ataca sistemáticamente los derechos de las personas trans, esta versión exagerada y excluyente de la feminidad envía un mensaje inequívoco sobre quién califica como “mujer real” y quién no. Es una estética que excluye tanto como incluye, que define tanto por lo que es como por lo que rechaza ser.

Tal vez lo más revelador del MAGA beauty es lo que dice sobre las expectativas sociales hacia las mujeres en posiciones de poder. Mientras que los hombres conservadores pueden lucir ordinarios –ataviados todos en los mismos trajes azules con corbatas rojas– las mujeres deben convertirse en espectáculos visuales para ser tomadas en serio. Su competencia profesional debe venir acompañada de una actuación de feminidad que consuma tiempo, dinero y, probablemente, una considerable dosis de autoestima.

Nada de esto es nuevo. Ya lo habíamos visto antes en los concursos de belleza, en las primeras damas convertidas en íconos de estilo, en la cultura de las animadoras, en las estrellas de reality shows. Lo que cambia es el escenario: ahora se trata del poder político, del centro del debate público, del espacio donde se toman decisiones que afectan millones de vidas.

Melania Trump. MAGA beauty, contradicciones de un movimiento. Foto: Jordan Pettitt / AP

El MAGA beauty, al final, no es sólo una tendencia estética. Es un espejo. Refleja las contradicciones de un movimiento que predica tradición mientras abraza la artificiosidad, que celebra la feminidad mientras la instrumentaliza, que promete autenticidad mientras fabrica personajes. Y refleja también una sociedad que aún exige a las mujeres pagar un costo adicional para participar en la política.

Texto de Opinión publicado en la edición 27 de la revista Proceso, correspondiente a septiembre de 2025, cuyo ejemplar digital puede adquirirse en este enlace.

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