Aniversario luctuoso
Julio Scherer García: La prueba de la historia
“Parricidios”, de mi libro "Spinoza en el Parque México", recuerda el contexto de la polémica entre Octavio Paz y Carlos Monsiváis. El escenario principal de esos encuentros fue Proceso. Y el sagaz incitador de ese ambiente de discusión, Julio Scherer.“Parricidios”, apartado correspondiente al capítulo “La soledad de Vuelta” de mi libro Spinoza en el Parque México, recuerda el contexto y contenido de la polémica entre Octavio Paz y Carlos Monsiváis, que abrió una larga sucesión de debates (agrios y viscerales, muchos de ellos; comprensivos y respetuosos por excepción) entre Paz y otros miembros de la revista Vuelta (señaladamente Gabriel Zaid, y más tarde yo mismo) y personajes diversos de la izquierda intelectual, periodística y académica vinculados a publicaciones como Siempre!, Nexos y otras.
El escenario principal de esos encuentros fue Proceso. Y el sagaz incitador de ese ambiente de discusión, Julio Scherer. Ese era uno de sus muchos méritos como periodista: no solo buscar la noticia, vislumbrar las historias, investigar los hechos, sino suscitar todo ello inventando, literalmente, maneras de enriquecer la realidad. Una de esas formas fue el enfrentamiento de posiciones por parte de protagonistas significativos, dispuestos a debatir.
Como un empresario del pugilismo (de las ideas, en este caso), a fines de 1977 Scherer entrevistó a Paz sometiéndolo a un amplio cuestionario a partir de un reciente y provocador ensayo de Paz en Vuelta sobre “La universidad, los partidos y los intelectuales”. La publicación de esa entrevista en Proceso levantó ámpula en el grupo de La Cultura en México, el suplemento cultural de Siempre!. Monsiváis –que lo dirigía– asumió el reto. La memorable pelea transcurrió en Proceso, y reverberó en otras publicaciones. Amigo de ambos, Scherer no asumió la posición de ninguno. Su papel era alentar la libertad de expresión.
Como todo mi libro, “Parricidios” es un texto en forma de diálogo con mi amigo el escritor español José María Lassalle. Con él intento someter cada argumento a “la prueba de la historia”. Creo que la convergencia final de Monsiváis y otros escritores con las principales ideas de Paz prueba la razón que le asistía al poeta. Pero no era el triunfo lo que buscaba sino el convencimiento inteligente para mejorar nuestra vida pública. Lo que Paz quería era discutir con las corrientes de izquierda (a la que siempre perteneció) sobre la realidad de los sistemas socialistas del siglo XX. Quería que las generaciones jóvenes conocieran y confrontaran los hechos, que vieran de frente los horrores del “otro totalitarismo” –lo ocurrido y documentado en la URSS, China y Cuba– y sacaran las conclusiones. Su intención no era desechar el ideal socialista sino depurarlo de autoritarismo y darle –como había querido Alexander Dubcek, en 1968, en Praga– un “rostro humano”. Paz buscó siempre la convergencia del socialismo y la libertad.
Desgraciadamente, la izquierda de esos años no lo escuchó. Un sector comenzó a comprenderlo cuando ya no estaba entre nosotros. Y otro siguió fijo en aquellos paradigmas refutados (con dolor, miseria, opresión y muerte) por la historia. Las consecuencias están a la vista.
La soledad de “Vuelta”
Enrique Krauze
¿Cuándo comenzó la guerra contra Paz?
A principio de 1978. No la guerra del fin del mundo, pero sí una guerra sin fin. ¡La primera batalla fue una sonada polémica con Carlos Monsiváis, director del suplemento cultural de Siempre! No se desplegó ahí ni en Vuelta sino en el semanario Proceso. Es difícil recobrar la tensión de una polémica. Es como revivir una pelea de box. Es mejor verla de nuevo por YouTube, aunque sea por instantes. No bastan obviamente los recuerdos, pero servirán mis recortes y apuntes.
¿Qué motivó a Monsiváis?
Nunca dejamos de ser amigos, pero no hablamos de ese episodio. Visto a la distancia, fue un acto de afirmación generacional con el que Monsiváis apostó por lograr un liderazgo, y en buena medida lo logró. Era el caudillo cultural de mi generación, aunque ya no el mío. Monsiváis abrió fuego acusando a Paz de investirse casi en un dios dispuesto a dictaminar, despojar, descalificar, distorsionar, generalizar, etcétera (son los verbos que Carlos empleó). y enseguida criticó cada una de las teorías que Paz había abordado recientemente en una entrevista que concedió a Julio Scherer en la revista Proceso: la ausencia de partidos políticos, la falta de proyecto nacional en la codiciosa derecha, la falta de un proyecto nacional en la izquierda ideologizada, la persistencia en general benigna del tradicionalismo religioso en el pueblo, el inadmisible contraste entre el México moderno y el atrasado, y la responsabilidad del intelectual como conciencia crítica. Temas importantes. Algunas de sus ideas repetían las de aquel ensayo de Vuelta.
¿Cómo reaccionó Paz al enterarse?
Lo vimos algunos amigos esos días. Estaba decepcionado por el tono de Monsiváis y por su postura de superioridad moral. Por eso, antes de hablar de la sustancia, apuntó un problema de lenguaje y género y escribió una frase que caló: “Monsiváis no es un hombre de ideas sino de ocurrencias”. La acumulación de detalles no era un defecto cuando se escribía una crónica, pero sí cuando se hacía crítica intelectual y política. Y espetó otra frase tremenda sobre el “enredijo” de Carlos, en cuyos textos aparecían “las tres funestas fu: confuso, profuso y difuso”. Paz quería discutir hechos e ideas, Monsiváis esgrimía opiniones y juicios. Esa es la idea que me formé entonces y confirmé tiempo después, al estudiarla. Pero ahora y siempre lo importante es comprender, en este caso comprender a los polemistas, antes que juzgarlos.
Dices que tenían visiones distintas sobre la ausencia de partidos políticos.
Monsiváis responsabilizaba al sistema, al PRI que, en efecto, había impedido hasta entonces la representación parlamentaria de la izquierda y mantenía aún sin registro al Partido Comunista. Desde su perspectiva, tenía razón. A mí también me parecía claro que el sistema era opresivo e impedía la pluralidad política. Paz, por su parte, no negaba la presencia excesiva del PRI, pero se preguntaba por qué en México no habían surgido partidos de izquierda modernos, autocríticos de su pasado estalinista y de la realidad en los países del socialismo real. Sus preguntas eran legítimas. Así que también Paz, desde su perspectiva, tenía razón. Existía ya la reforma política que abrió la competencia electoral sobre todo a los partidos de la izquierda y, por eso, a la distancia me extraña que en esa polémica no se hablara en extenso de esa reforma. Quizá se debe a que no se había consumado aún el registro del Partido Comunista Mexicano. Lo obtuvo en 1978 y pudo contender por primera vez en las elecciones parlamentarias del año siguiente. Existían otros partidos de izquierda que obtendrían después su registro. Por ejemplo, el Partido Mexicano de los Trabajadores, el PMT, fundado por Heberto Castillo. Representaba una izquierda menos ideológica, más mexicana y, sobre todo, más sensible al legado central del liberalismo mexicano. Creo que Octavio debió haber sido mucho más sensible y receptivo con el partido y la figura de Heberto, héroe del 68 que desde 1971 luchaba por la vía democrática desde la izquierda. Lo que Paz reclamaba era el surgimiento de una socialdemocracia en México, como la que cobraba fuerza en Europa. Aquí había grupos comunistas, maoístas, trotskistas, castristas y guevaristas y hasta admiradores del dictador albano Enver Hoxha o del amado líder norcoreano Kim Il-Sung, pero no un grupo socialdemócrata. El PMT era cardenista, pero no propiamente socialdemócrata. Con el tiempo, hasta la pequeña corriente “eurocomunista” del PCM se esfumó confirmando los temores de Paz.
¿Qué entendían Paz y Monsiváis por “la derecha”?
Cosas muy parecidas y vagas. Octavio decía que la derecha mexicana no había tenido proyecto desde que fue derrotada en 1867. Y que sus representantes actuales eran los grandes empresarios, ambiciosos de poder y serviles al imperialismo. Monsiváis despreciaba visceralmente a los católicos del PAN y detestaba a los empresarios por esas mismas razones, pero los consideraba más peligrosos porque, según él, su proyecto para México era el fascismo militarista, represor, dogmático. Su voluntad era “sobrevivir históricamente haciendo que las mayorías apenas sobrevivan físicamente”. Ambos estaban equivocados. Lo que más me llama la atención es su idéntico desdén por el PAN. Ambos lo despreciaban, pero el PAN sí tenía un proyecto avanzado de democracia electoral que ninguno mencionó siquiera. Así que ambos, Carlos y Octavio, se dejaban llevar por sus prejuicios. Por otro lado, ni Paz ni Monsiváis entendían en absoluto el mundo de la empresa, no sólo de la gran empresa sino de la mediana y pequeña. Zaid había probado en El progreso improductivo que México era un país de millones de microempresarios cuyos ingresos eran notablemente menores y más precarios que los de los asalariados. Pero ni Paz ni Monsiváis tomaron nota o entendieron el significado de ese hecho inmenso. Monsiváis, desde luego, no entendía ni la O por lo redondo del complejo análisis de Zaid y sus propuestas sociales. Octavio los valoraba, pero no tenía paciencia con los detalles operativos, las estadísticas o los números. Reclamaba para México un modelo original y lo tenía en la propia revista, sin reconocerlo del todo. Dicho lo cual, tenía razón en señalar que muchos de los grandes empresarios eran miopes, sólo veían por sus intereses de corto plazo, y se desentendían del rumbo político del país. Por eso apoyaron al PRI, y nunca al PAN. Muchos de ellos eran concesionarios del Estado o vivían felices gracias a un proteccionismo económico insostenible.
En aquel momento, ¿Paz consideró la democracia liberal como una opción?
Octavio dudaba de que la democracia liberal fuera una salida para México. Predicaba “volver al origen”, al autogobierno indígena, al municipio novohispano, a las formas políticas tradicionales. Ahí veía la raíz de una posible democracia mexicana. Es el mismo autor de El laberinto de la soledad, que consideraba una impostura el liberalismo del siglo XIX. Pero, por otra parte, al recordar los aspectos menos agradables de la herencia novohispana (el patrimonialismo, la conducta cortesana, la corrupción), entendía que esa “vuelta al origen” era problemática. México debía encontrar “su propia modernidad”. Inventarla a partir de las formas de cultura creadas por nuestro pueblo. Esas eran sus palabras. ¿cuál era esa modernidad? Lo único que le quedaba claro es que las ideologías simplistas de izquierda, reflejadas en Monsiváis, no aportaban elementos para esa invención.
¿Qué diría la prueba de la historia sobre las opiniones de Paz y Monsiváis sobre la derecha mexicana?
Yo creo que es adversa a ambos. El PAN resultó un jugador político decisivo desde los años ochenta. Los grandes empresarios concesionados del Estado, miopes, eran ampliamente criticables, pero no todos estaban en esa categoría, ni mucho menos. Y no eran militaristas ni fascistas. Paz y Monsiváis amalgamaban a los empresarios con fuerzas oscuras, nunca bien determinadas. Operaba en ambos un viejo prejuicio marxista y hasta católico contra el mercado. En el fondo, era una querella entre intelectuales de izquierda.
Lo cual vuelve aún más interesante la polémica. ¿En qué términos se planteó la discusión sobre la izquierda? No me refiero a los partidos, sino a la izquierda en general.
Tienes razón. La polémica fue de verdad sustancial y significativa de dos mentalidades, y un presagio de muchas querellas posteriores. Ahora podemos hacer una disección, pero entonces fue un escándalo. Déjame mostrarte los subrayados que hice en ese entonces. Paz adujo que la “izquierda sufría una suerte de parálisis intelectual. Es una izquierda murmuradora y retobona, que piensa poco y discute mucho. Una izquierda sin imaginación”. Monsiváis se ofendió. Sintió que Paz ninguneaba a la izquierda mexicana y reivindicó su vitalidad combativa en muchos ámbitos: la vida académica, la lucha social, la organización sindical, los partidos. ¿Cómo podía olvidar Paz a los torturados y desaparecidos del régimen? Era una réplica fuerte, pero Paz no estaba hablando de las luchas políticas y sociales de la izquierda, con las que simpatizaba (su amigo el gran revolucionario José Revueltas fue el mejor testigo de esa solidaridad). Monsiváis hacía una trampa al acusarlo de eso. Paz estaba hablando de ideas y de posturas morales. El argumento central de Paz era que esa izquierda mexicana no había visto de frente la experiencia del socialismo soviético en el siglo XX. Nada menos que eso. Monsiváis no tuvo más remedio que aceptar que, en efecto, “el estalinismo asesinó y reprimió bárbaramente a nombre del proletariado; en efecto, las burocracias usurpan el papel de la sociedad en su conjunto y rechazan tajantemente cualquier disidencia; en efecto, el socialismo verdadero es inseparable de las libertades individuales, del pluralismo democrático y del respeto a las minorías y a los disidentes”. Pero a continuación incluía una salvedad que, según él, restaba autoridad moral a los argumentos de Paz. El no reconocer, junto a las aberraciones, “el esfuerzo épico para construir la República Popular China”, “la suma de significados que en América Latina acumuló y acumula la Revolución cubana”. La crítica a las deformaciones del socialismo –decía Carlos– “debía acompañarse de una defensa beligerante de las conquistas irrenunciables”.
Los logros que Monsiváis señalaba fueron desmentidos por el tiempo.
Antes fueron desmentidos en las páginas de Vuelta, que Monsiváis consideraba mera ideología. Por eso Paz le contestó con una lista irrefutable: la realidad del gulag en Rusia, los crímenes de Mao, las matanzas de Camboya y, frente a ello, la presencia de los disidentes en todo el Este comunista, el revisionismo eurocomunista de Berlinguer en Italia y de Santiago Carrillo en España. ¿Cuándo veríamos en México un reconocimiento de esos crímenes y, sobre todo, cuándo sacaría la izquierda las conclusiones morales sobre los regímenes que cometieron esos crímenes? Paz no pedía un mea culpa sino un examen objetivo para aprender de esa experiencia. Y agregaba una frase que se me quedó grabada porque resume el drama de un sector de la izquierda hasta hoy: “Si la izquierda mexicana quiere salir de su letargo intelectual debe comenzar por hacerse un riguroso examen de conciencia filosófica y política”. Escribió Paz, te leo: “¿Se ha preguntado Monsiváis si esos ‘grandes logros’ se inscriben en la historia de la liberación de los hombres o en la de la opresión? Desde los procesos de Moscú –y aun antes– un número cada vez mayor de conciencias se pregunta cómo y por qué una empresa generosa y heroica, que se proponía cambiar a la sociedad humana y liberar a los hombres, ha parado en lo que ha parado”. Paz tenía razón. ¿Quién niega ahora las verdades que señalaba? Solo los devotos de Norcorea, los incondicionales de Cuba.
¿Cambió Monsiváís?
A partir de los años ochenta Carlos cambió su opinión. Lentamente fue adoptando las posiciones de Paz hasta coincidir con él. Y, dato fundamental, se volvió un crítico consistente de la Revolución cubana. Crítico público y privado. Ese cambio lo dice todo respecto a la polémica. Y a la prueba de la historia.
¿Hubo otras polémicas con Paz?
Varias, pero ninguna de esa importancia. Lo cierto es que Paz era objeto de un parricidio colectivo. Estaba empeñado en abrir el debate sobre el socialismo real, pero a mi generación sus ideas le parecían execrables. En el mejor de los casos, les parecía un “conservador en el Olimpo”. Así lo consideró Aguilar Camín. Le reclamaba sus “obsesiones antisoviéticas y antimarxistas”, una supuesta tibieza frente a las dictaduras sudamericanas y el imperialismo norteamericano, su carácter de “intelectual orgánico” de la derecha empresarial “técnica”, “moderna”, su condescendencia ante “la ideología de la derecha y sus aparatos de divulgación masiva, frente a la explotación neocolonial y la miseria”. Acusaba a Paz de haber abandonado “la Revolución mexicana en la misma medida en que la Revolución había abandonado sus raíces populares para entregarse a las fuerzas del capitalismo”. Por eso podía decir que Paz –como el Estado de la Revolución mexicana– era “inferior a su pasado y estaba, políticamente, a la derecha de Octavio Paz”. Eran cargos injustos. Paz nunca fue tibio en su crítica hacia las dictaduras ni hacia Estados Unidos. Su rechazo a la URSS, a China, a Cuba estaba plenamente justificado y no implicaba sumisión alguna o condescendencia con Estados Unidos, ni olvido de sus atropellos. No había un solo texto de Paz que justificara la acusación de ser un “intelectual orgánico” de la derecha. En el fondo, era una crítica ideológica convencional: yo soy de izquierda, soy bueno y desinteresado, yo me preocupo por el pueblo; tú eres de derecha, eres malo, te mueven intereses, le das la espalda al pueblo. En el transcurso de los ochenta, Héctor comenzó a publicar textos que convergían con los de Paz. Y finalmente abandonó ese género de crítica ideológica.
¿Qué efecto tuvieron en Paz esos textos que me has narrado?
Entendió que necesitaba apelar a más lectores, a un lector por fuera de las universidades. Publicó una breve serie de artículos en el periódico de más venta entonces, El Universal. Su tema era la libertad y la democracia, que Paz revaloraba decisivamente sobre sus antiguas pasiones históricas: la revuelta, la rebelión y la revolución. Escribió un pasaje que repito siempre: “Sin libertad, la democracia es tiranía mayoritaria; sin democracia, la libertad desencadena la guerra universal de los individuos y los grupos. Su unión produce la tolerancia: la vida civilizada”. Tras esos hechos, que estallaron en el verano de 1978, dio comienzo la verdadera guerra intelectual contra Paz y contra Vuelta que duraría hasta el fin de su vida en 1998. Fue honroso y emocionante acompañarlo. Me decía: “La mejor respuesta es: obra, obra, obra”. Se me quedó grabado. Las pasiones políticas, a menudo las más ruines, amenazaban con quitarle la serenidad esencial, pero nunca dejó de escribir. Y cuando se refería a la obra, estaba pensando en su gran libro Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe, que aparecería en 1982. Ella también fue una disidente, también a ella la habían acosado. Pero aquella inmensa poeta del siglo XVII había terminado por ceder ante la presión de su confesor, había regalado su biblioteca, había renunciado al sueño de la razón. Y poco tiempo después moriría por la peste de 1695. Octavio Paz no cedería a la presión de la nueva clerecía, no renunciaría a la razón y la libertad. Eso no le ocurriría a Octavio Paz. Su obra reivindicaba la libertad de sor Juana y la suya propia. Su obra reivindicaba la libertad.
¿Qué piensas ahora, a la distancia, de esas polémicas?
El tiempo cura muchas cosas y las pone en perspectiva. Ahora que el debate público en México y en el mundo se ha degradado espantosamente, recuerdo esa polémica y otras que siguieron con nostalgia porque había en ellas un fondo al menos de respeto y no descendieron, salvo excepciones, al ataque personal. La mayoría de los críticos, mucho antes de que les llegara el momento de envejecer, reconsideró abierta o tácitamente sus posturas sobre Paz. Hasta Roberto Bolaño, que lo odiaba, declaró que Paz era un ensayista inmenso y escribió que Chateaubriand había sido el “Octavio Paz del siglo XIX”. Y, sin embargo, con pesar te digo que el sedimento de intolerancia persistió y persiste hasta ahora.