Guerra en Ucrania

Guerra Rusia-Ucrania: un semestre de conflicto inmóvil

Se cumplieron seis meses de la invasión de Rusia a territorio ucraniano, un conflicto de desgaste que ha causado cuantiosas pérdidas y cuyo fin no se observa.
viernes, 2 de septiembre de 2022 · 18:40

El miércoles 24 se cumplieron seis meses de la invasión de Rusia a territorio ucraniano, un conflicto de desgaste que ha causado cuantiosas pérdidas y cuyo fin no se observa. En verano todo se paralizó, cuenta Sergii Zavadskyi, miembro la Fundación Rotaria, una de las organizaciones privadas más activas que ayudan a la población afectada; y el invierno se anuncia todavía más drástico… La ayuda llega a cuentagotas; las negociaciones, empantanadas, tornan el futuro cada vez más incierto.

ROMA (Proceso).– “Señores pasajeros: estamos por iniciar el descenso al aeropuerto de Zhuliany de Kiev”. 

Nada más concluir el aviso por el altavoz, el avión comercial procedente de Riga se inclina repentinamente y da un giro. A bordo de la aeronave hay un clima de normalidad; casi todos los asientos están ocupados y cada pasajero lleva su mascarilla. Durante la hora y media de vuelo muchos conversaron, otros aprovecharon para leer, unos más han dormido. 

Una joven compartió sus planes de mudarse de Ucrania a Letonia junto a su novio; otro pasajero ojeó las últimas noticias; un niño, encaprichado con un juego prohibido, incluso lloró. Y cuando el avión alcanzó la pista de aterrizaje y se detuvo, todos se levantaron y comenzaron a descender de manera ordenada. 

La escena sucedió el 21 de febrero de 2022 por la mañana, tres días antes de que este mundo dejara de existir, pero en ese momento nadie lo sabe.

La calma se altera cuando media tarde después llega el anuncio: el presidente ruso Vladimir Putin reconoce la independencia de Donetsk y Lugansk, las dos regiones del este ucraniano que parcialmente se encuentran en manos de rebeldes prorrusos desde 2014. La noticia precipita la situación; las cancillerías occidentales se inquietan. 

Los corresponsales de guerra se alistan para viajar hacia Kiev, los voluntarios se afanan para reorganizarse, los analistas reescriben sus análisis, los más agudos aventuran un ataque de las tropas rusas a la zona este de Ucrania, donde hay combates desde hace ocho años. Casi todos están preocupados por lo que pueda ocurrir. Reina el desconcierto.

A las nueve de la noche del 23 de febrero en la Majdan Nezalézhnosti, la céntrica plaza de la Independencia de Kiev, un choque en cadena de varios automóviles en un cruce de la calle Jreshchátyk, congela a todos los que en ese momento se encuentran en el corazón de la capital de Ucrania, quedan paralizados. 

El accidente provoca un estruendo que retumba en la plaza, es un siniestro presagio: a las cinco de la madrugada, bajo un cielo gris, el sonido aterrador de las sirenas antiaéreas irrumpe en el silencio matutino, alertando sobre el inicio de un conflicto bélico que la semana pasada cumplió seis meses.

Lo inimaginable se vuelve realidad. La invasión rusa se ha iniciado y afecta a toda Ucrania, incluida su capital; a poca distancia del aeropuerto de Kiev, el de Gostomel, está siendo atacado. Los analistas militares desgranan los hechos: según muchos, la estrategia rusa es tomar el control del cielo, destruir las defensas aéreas ucranianas. 

Los vaticinios se confirman los días siguientes, cuando decenas de aeropuertos en todo el país sufren ataques. Todos los vuelos se suspenden, el transporte por excelencia en nuestra época para las grandes distancias desaparece en Ucrania.

Recuento de daños

De entonces a la fecha, la ONU ha contabilizado la muerte de más de 5 mil civiles en Ucrania, 3.5 millones de personas se han quedado sin casa y los destrozos a infraestructuras y viviendas ascienden a 750 mil millones de dólares. Según cálculos del gobierno ucraniano, eso costará la reconstrucción cuando el conflicto termine; se destinará a cubrir la magnitud de una destrucción que se acumula, día tras día, en todo el país. 

Según la Escuela de Economía de Kiev, 105 mil 200 coches, 43 mil 700 máquinas agrícolas, 764 guarderías, mil 991 tiendas, 634 centros culturales y 114 mil 700 viviendas han sido dañados o destruidos. Y la Organización Mundial de la Salud ha documentado unos 400 ataques a hospitales y otras instalaciones clínicas. 

Frente a tales resultados se pronostica un invierno durísimo, incluso para los pueblos situados en los alrededores de la capital ucraniana, Kiev, donde la partida de las fuerzas rusas en marzo dejó un panorama desolador. Algunas zonas fueron completamente arrasadas, los inmuebles, derruidos.

La ayuda internacional para la reconstrucción no llega tan rápido como el apoyo militar. Crecen las sospechas sobre la capacidad del gobierno ucraniano para administrar el dinero que recibiría. ¿La razón?: en 2021 se situaba en el puesto número 122 de los 188 países incluidos en el índice de percepción de la corrupción de Transparencia Internacional.

Putin. El desestabilizador. Foto: AP / Manu Fernandez

“En pueblos como Moschun, lo que hemos hecho es empezar a colocar pequeños contenedores modulares prefabricados para que los habitantes más perjudicados puedan pasar el invierno. Habrá que tener cuidado pues son pequeños y el aire frío puede entrar rápidamente”, cuenta Sergii Zavadskyi, miembro de la sede ucraniana de la Fundación Rotaria, una de las organizaciones privadas más activas que ayudan a quienes perdieron sus casas en la región de Kiev. 

Y agrega: “No es mucho (lo que tenemos). Los fondos están tardando en llegar, pues en el verano todo se ha paralizado. Aun así, es una pequeña ayuda, a la espera de una reconstrucción que tal vez tarde uno o dos años”; algunos prefirieron huir ante la falta de expectativas.

La destrucción de colegios amenaza con dejar a centenares de niños sin clases presenciales; sólo quedan las escuelas que cuentan con búnkeres subterráneos donde los alumnos se ocultan durante los bombardeos, en particular los de las zonas más afectadas por el conflicto. 

Organizaciones como Human Rights Watch también han documentado el caos que impera en distintas zonas del país, en los que tanto las tropas rusas como las ucranianas mantienen a sus combatientes en áreas pobladas, lo que provoca daños a edificios civiles. 

En tanto, en el frente diplomático no hay avances significativos. Las negociaciones de paz se estancaron desde hace meses. Ucrania se niega a renunciar de momento a territorio alguno para acordar una tregua sin garantías, que Moscú no parece estar dispuesta a dar. 

Desde el verano, los avances de ambos bandos en el terreno son muy limitados, con una guerra de artillerías, posiciones y trincheras que, según diversos analistas, es un conflicto de desgaste en el cual ambos bandos aprovechan las cortas treguas para reagruparse y seguir luchando. El número de combatientes muertos en ambos bandos es incierto. 

Entre el dolor y la resistencia

El abasto de víveres es irregular en todo el país; en algunas regiones se observan largas filas donde la gente espera varias horas para recibir un trozo de pan; en la martirizada Járkiv, a poca distancia de esas largas filas funcionan algunos supermercados que aún venden cerveza mexicana. 

En paralelo, dado que las fronteras que se pueden atravesar son sólo a pie, en los cruces de Medyka, en la frontera de Polonia, centenares de camiones aguardan en colas kilométricas para entrar en Ucrania, muchos llevan la ayuda internacional. También han entrado al país decenas de automóviles de segunda mano, que países como Reino Unido envían a la nación eslava, y cuyos trozos algunos voluntarios han estado usando incluso para fabricar equipos de protección personal en ciudades tan alejadas como Zaporiyia.

Es el rostro visible de un conflicto que, por otra parte, ha acallado cualquier muestra excesiva de crítica, que a menudo las autoridades ven como síntomas de deslealtad hacia el país, en un momento en el que el enemigo ruso aún dispara a placer en el este y sur de Ucrania. Prueba de ello son las denuncias sobre la arraigada corrupción que padece el país, de la que ahora apenas se habla. 

El clamor. Foto: AP / Francisco Seco

“Debemos evitar hablar del tema por la guerra, pero todos lo saben. La corrupción es un gran problema en Ucrania”, confiesa Yuri, un maestro de Odessa.

No es la única pugna abierta, pero subyace debajo de la superficie. Otro asunto, más complicado y polarizador, es el de la coexistencia del ruso y del ucraniano. Nadie sabe con exactitud cuántos prefieren uno o el otro. Pero, como ocurrió en 2014, el estallido de la guerra hace seis meses ha empujado a cada vez más ucranianos a manifestar públicamente su decisión de no volver a hablar en ruso, únicamente en ucraniano. 

Ocurre incluso en algunas zonas del este rusófono, donde el ejército ucraniano combate al lado de los batallones nacionalistas; y en el sur, desde donde llegan noticias de una misteriosa resistencia partisana que enfrenta a las tropas rusas incluso en la ocupada Jersón.

Sin embargo, no todos están de acuerdo con el retroceso de la lengua de Tolstói, y hablan abiertamente en ruso cuando no se encuentran en el oeste del país, donde ese idioma no es bien visto. 

“No veo por qué debería abandonar el ruso. Es mi idioma y el idioma que hablamos en casa, si bien en la escuela mis hijos sólo estudian en ucraniano”, dice Misha, un conductor de Járkiv. 

“Debería ser considerada una riqueza el poder hablar en más idiomas”, afirma. 

Aun así, las crónicas cotidianas disipan estos debates, cuando los enfrentamientos siguen provocando muerte y destrucción. 

Reportaje publicado en el número 2391 de la edición impresa de Proceso, en circulación desde el 28 de agosto de 2022. 

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