Luis Echeverría Álvarez

Echeverría: ni lágrimas ni aplausos... exequias en el olvido

En la Capilla Premier de la funeraria Gayosso en Santa Fe no hubo honores de Estado para el hombre que quiso ser secretario general de las Naciones Unidas, ni discursos de elogio a su trayectoria ni aplausos para el presidente que en 1976, aún en funciones, fue nominado para recibir el Premio Nobel
sábado, 23 de julio de 2022 · 15:40

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- “¡Arriba y adelante!”, gritó María Esther Echeverría Zuno al llegar a la funeraria donde su padre sería velado. La frase fue el lema de campaña de Luis Echeverría cuando contendió por la Presidencia en 1970. 

En la Capilla Premier de la funeraria Gayosso en Santa Fe no hubo honores de Estado para el hombre que quiso ser secretario general de las Naciones Unidas, ni discursos de elogio a su trayectoria ni aplausos para el presidente que en 1976, aún en funciones, fue nominado para recibir el Premio Nobel de la Paz.

La noche en que murió ninguno de sus hijos se encontraba con él. En la casa de Cuernavaca, donde vivió los últimos años, estaban su enfermera y algunos empleados. Falleció en el abandono, relegado y despojado del poder que alguna vez detentó. 

A las 15:12 horas el féretro que contenía los restos de el titular de la Secretaría de Gobernación en tiempos de Gustavo Díaz Ordaz fue traslado al recinto donde sería velado; sólo 30 personas esperaban su cuerpo. Al ingresar, los trabajadores de la funeraria acomodaron el ataúd en el centro de la sala mientras hijos, nietos y familiares contemplaban la escena. Instantes después, la bandera de México fue colocada sobre el ataúd de caoba, “confeccionada para la ocasión”, como él mismo ordenó, según dijo una de sus hijas.

Aunque la capilla tiene capacidad para 300 personas, no llegó a congregar ni a 50, de las cuales casi dos docenas eran elementos de seguridad y empleados de la funeraria.  

Nadie lloró cuando el féretro fue colocado al centro de la sala, tampoco hubo aplausos; las 30 personas presentes contemplaron en silencio cómo se acomodaron los arreglos florales, las dos coronas que llegaron, una enviada por Juan Francisco Ealy Ortiz, dueño del diario El Universal, así como el caballete con la fotografía en blanco y negro que mostraba al priista sentado con la mano izquierda en el rostro y la mirada en el horizonte. 

El silencio que prevaleció la mayor parte del tiempo era interrumpido por el sonido de los zapatos y tacones de hombres y mujeres que caminaban por la estancia, así como por las voces de los guardias, atentos a que ningún reportero, fotógrafo o camarógrafo entrara al recinto. 

Los empleados de la funeraria, apostados como soldados del Estado Mayor Presidencial, resguardaban el acceso de las escaleras eléctricas. En el piso inferior había tres hombres que avisaban sobre los movimientos de quienes llegaban al funeral. La puerta de la capilla llegó a estar protegida hasta por 10 personas que revisaban todo a detalle, incluso los mensajes escritos en las coronas y los arreglos florales enviados. 

Las horas pasaron y los homenajes nunca llegaron. Ningún jerarca del PRI acudió a mostrar sus respetos ni las condolencias que se estilan en un funeral así, comentaban los empleados de la funeraria.

“Pidieron la sala más grande, y más grande se ve el vacío y la ausencia. En los años que llevo trabajando aquí es la primera vez que veo algo así, da hasta tristeza. Fíjese, cuando es un funeral así de ese tamaño, los de la florería tienen muchísimo trabajo y hoy apenas tres arreglos se han vendido”, relató a Proceso una trabajadora que pidió al anonimato por temor a represalias laborales.

Aquella tarde no hubo llantos ni aplausos, discursos u homenajes, tampoco odas a su labor política; incluso las protestas que la familia temía porque su padre era uno de los responsables directos de las matanzas de Tlatelolco y El Halconazo, tampoco llegaron. La clase política lo dejó en el abandono. De los últimos tres exmandatarios que han fallecido en estos años, es el único a quien no se le rindieron funerales de Estado. 

La capilla cuenta con servicio de cafetería. Había más envases de Coca-Cola que invitados. Los empleados llevaron 72 latas de refresco, así como dos paquetes de botellas de agua y cajas con galletas y un servicio para brindar café americano. Nada se acabó. 

“El licenciado ya estaba muy cansado, sus dolores en las piernas eran constantes al final, ya no nadaba ni jugaba tenis todas las mañanas. Sufría mucho. Mi abuela tenía la creencia de que cuando alguien moría iba a recoger todos los pasos que uno había dado en vida, quizás por eso su agonía fue tan larga”, relataba una de las colaboradoras del expresidente, quien ingresó al PRI en 1946. 

Las horas pasaron y únicamente cuatro políticos se presentaron a expresar sus condolencias: Jorge de la Vega Domínguez, que estuvo a cargo de la Comisión Nacional de Suministros Populares (Conasupo) en el sexenio echeverrista; el exprocurador Sergio García Ramírez y Everardo Moreno Cruz, precandidato presidencial del PRI en 2006.

El abogado Juan Velásquez, quien lo defendió en el juicio por crímenes de lesa humanidad que se le imputaron en tiempos del presidente Vicente Fox (Echeverría es hasta el momento el único mandatario mexicano llevado a tribunales), aseguró: “Mientras que la vox populi, la gente de la calle, sin conocer, lo responsabiliza particularmente de los hechos del 2 de octubre del 68 de Tlatelolco, el Poder Judicial de la Federación, la Suprema Corte de Justicia de la Nación, después de tres años y medio y de un expediente de más de 100 mil fojas, lo exoneró. Entonces, pues esa es una realidad judicial contra una leyenda, por decir, urbana”. 

La pensión presidencial que recibió fue de 205 mil 122 pesos mensuales hasta 2018, cuando entró en vigor la Ley Federal de Remuneraciones de los Servidores Públicos. Se le pagaron 83 millones de pesos por concepto de pensión en tres décadas; estas prestaciones significaban para el país y los contribuyentes un gasto estimado de 44.4 millones de pesos al año. Además, tenía a su disposición a varios miembros del Estado Mayor Presidencial. 

“En sus buenos tiempos, en la casa del licenciado llegó a haber hasta 40 personas a su servicio, para lo que él gustara y ordenara”, comentaba uno de los empleados a cargo de la seguridad y al que los hijos del exmandatario se dirigían para evitar que alguien pudiera infiltrarse en el sepelio. 

Los pésames llegaron a cuentagotas y su funeral fue una formalidad, incluso para su familia. Se le mostró un respeto seco y frío, alejadas todas las muestras de cariño y afecto para el hombre que procreó ocho hijos y tuvo 19 nietos y 14 bisnietos. Nadie pronunció un discurso de despedida. Del partido que lo arropó, solamente llegó una corona de flores del alcalde de Cuajimalpa, Adrián Ruvalcaba. 

La familia avisó a los medios de comunicación que no daría declaraciones. Casi al filo de las 21:00 horas los deudos se retiraron y la puerta de la capilla se cerró para dejar en el vacío de la sala el cuerpo del expresidente.­  l

Texto publicado en el número 2385 de la edición impresa de Proceso, en circulación desde el 17 de julio de 2022.

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