Guerra en Ucrania
Járkiv, los rostros de la guerra
Sometida a constantes bombardeos, la población de la segunda ciudad más importante de Ucrania se niega a dejarse abatir y trata por todos los medios de mantener algo parecido a la normalidad.Járkiv, la segunda ciudad más importante de Ucrania, gran polo cultural y dueña de una larga y gloriosa historia, es ahora el nuevo objetivo de las fuerzas rusas. Sometida a constantes bombardeos, la población de la ciudad se niega a dejarse abatir y trata por todos los medios de mantener algo parecido a la normalidad: los niños siguen jugando en los jardines de sus casas, las madres pasean a sus bebés por los parques, sin importarles las ruinas de los edificios o las columnas de humo que se ven por doquier.
Járkiv, Ucrania (Proceso).— Ésta, la segunda ciudad más importante de Ucrania, es hoy primera línea de guerra. Es un niño que juega en el jardín de su casa mientras retumba la artillería. Es una madre que pasea en un parque cuando es alcanzada por un fragmento de misil. Es el chillido metálico de un carro de combate con tracción de oruga al pasar por una carretera urbana. Es el teléfono de un informático al que su hermano menor, veinteañero y policía, le avisa que se encuentra en medio de un bombardeo fuera de su horario laboral.
Son las sirenas a las que ya nadie hace caso, las columnas de humo que tiñen el cielo, y una estación de bomberos, una iglesia y un hospital. Todos, martirizados por los proyectiles.
Y también es ese supermercado del centro de la ciudad en el que militares armados con Kalashnikov esperan ordenados su turno en la fila para ser atendidos después de unas periodistas, mientras al lado pasan unos cooperantes y una empleada sonríe por una situación a la que no se quiere acostumbrar.
Escenas como éstas, todas reales, todas cotidianas, se ven en estos días en la militarizada Járkiv, ciudad orgullosa cuyos vecinos se resisten a caer presas del clima irrespirable impuesto por la guerra.
Las bombas aquí caen muy cerca, con el inestimable apoyo de la artillería, lo que ha dejado a la población más vulnerable de barrios enteros –ancianos, discapacitados, gente con pocos recursos– sin más sostén que la que ofrecen las redes de la resistencia civil ucraniana; eso es, básicamente, civiles que ayudan a otros civiles más indefensos todavía.
Muchos se han ido y otros se están organizando para hacerlo, eso sí. La ciudad, vigorosa y enérgica hasta antes de la guerra, se ha ido vaciando. Cada día salen trenes llenos de personas que se van.
La despoblación es tal que en algunas zonas la naturaleza ha empezado a prevalecer sobre la obra humana. El murmullo de las hojas al ser acariciadas por el viento se siente más, y el canto de los pájaros puede llegar a escucharse sin interferencias. También el cielo, los días en los que los bombardeos no lo tiñen de gris, es de un color azul monótono.
Tampoco es Járkiv un estado policial. La devastación de la guerra no ha deshumanizado a los que quedan en ella. Ni los soldados, sucios y cansados por un conflicto que no descansa, han dejado de dar el “buenos días” ni los habitantes de la ciudad desconfían de los extranjeros como si fueran gente de poco fiar o se ha dejado de hablar el ruso como idioma principal de la intimidad y el día a día.