Gabriel Boric

Gabriel Boric: los libros y la política

En este texto escrito para Proceso, el poeta, narrador, traductor y crítico reflexiona, a partir de una entrevista televisiva hecha en 2017 al entonces diputado de oposición en el parlamento de Chile, sobre sus preferencias literarias.
domingo, 27 de marzo de 2022 · 11:28

En este texto escrito para Proceso, el poeta, narrador, traductor y crítico reflexiona, a partir de una entrevista televisiva hecha en 2017 al entonces diputado de oposición en el parlamento de Chile, sobre sus preferencias literarias. Desde hace dos semanas es ya su presidente de la República, con 36 años. Egresado de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile, el nuevo mandatario es un lector insaciable y un amante de la poesía.

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).– El 11 de marzo pasado Gabriel Boric Font tomó posesión de la presidencia de Chile. Nació y creció en Punta Arenas, en el profundo sur chileno, y se siente, cuando habla, un viento de frescura provinciana, y cuando expresa sus ideas y planes políticos, a un hombre limpio. Boric, nacido en 1986, es la gran esperanza –ojalá no nos equivoquemos– para una nueva izquierda latinoamericana.

Esclarecedora de su gusto por los libros es la entrevista televisiva que se le hizo en el programa Mi selección de culto, del diario La Tercera, en la Librería Catalonia, en 2017. Descendiente de croatas y catalanes, ¿fue una casualidad que a Boric se le entrevistara en una librería llamada así? Lo entrevistó Angélica Bulnes, mujer cultivada, desenvuelta, que en todo momento, pese a pertenecer a un medio de la derecha chilena, respeta al joven diputado representante de la región magallánica, entonces de 31 años, sobre todo en sus opiniones políticas, y quien, por su cultura, es una rara avis en el mundo político. Partiendo, como dice el propio Boric, de que no es un intelectual, habla de los autores o libros que lo acompañan como una sombra.

Es fama que la llamada polémica del siglo fue entre Jean Paul Sartre y Albert Camus en 1952, después de que el argelino publicó El hombre rebelde, libro que en sus ideas esenciales es tan actual como entonces. Por al menos tres lustros, sobre todo en el ala dogmática de las diversas izquierdas, se le dio la razón a Sartre, pero ya en la década de los setenta muchos nos sentíamos más próximos a Camus, y la historia misma daba la certeza a los principios camusianos. Si hay un dios tutelar entre los intelectuales y escritores para Boric es Albert Camus.

Casualmente, al ser entrevistado, Boric leía las Crónicas, que son también artículos, compilación de textos que escribió el argelino en la revista Combat, de la cual fue director entre 1944 y 1946, durante la Segunda Guerra Mundial y el año posterior. Como todo mundo sabe, Camus formó parte de la Resistencia francesa. Boric cita también otros libros que ha leído, como El mito de Sísifo y las novelas La peste y El extranjero. Extrañamente no menciona El hombre rebelde, el libro central del pensamiento político del argelino, y La caída, monólogo lúcido y alucinante del alter ego camusiano, Jean-Baptiste Clamence, novela por la que tengo un singular apego y dilección.

Hay frases de Camus que fueron para Gabriel Boric una iluminación o una revelación y le han servido de guía en su tarea política. Boric cita dos. La primera cifra lo esencial de su conducta: “En política la duda debe acompañar la convicción como una sombra”, frase que va dirigida contra el ala radical y dogmática de la izquierda y de la derecha, y más particularmente a aquella, a la que Camus conocía mejor, y que lo juzgó cruelmente en la década de los cincuenta. Boric afirma que “la izquierda está llena de curas”, frase que mucho recuerda las definiciones afiladas de José Revueltas, quien asociaba a los ortodoxos comunistas con los católicos dogmáticos: dos Iglesias que en su conducta oscura de no conocer la duda eran esencialmente iguales. ¿No hablaba Revueltas en sus novelas Los días terrenales y Los errores de una izquierda, en especial los comunistas, de “seminaristas rojos” o de “inquisidores justos”? ¿No eran verdaderos “monstruos del bien”? Como se sabe, en su campaña para la presidencia, Boric se distanció de los regímenes autocráticos latinoamericanos como el cubano, venezolano y nicaragüense.

Otra frase camusiana, que toma Boric, la cual mucho se emparienta con la otra, dice: “Si se pudiera formar el partido de aquellos que no están seguros de tener razón, ése sería el mío”. Ambas frases podrían aplicarse, no sólo en Chile y en América Latina, sino en cualquier país de cualquier continente. Por experiencia, Boric sabe que los parlamentarios no saben parlamentar, es decir, debatir y llegar a negociaciones éticas. “Lean a Camus”, les recomienda.

Una de sus intenciones continuas ha sido: “Reimaginar la política”. Boric repite que su objetivo es “una práctica honesta de la política” y que el oficio de político sea, como lo fue en mejores épocas, un orgullo y no una vergüenza. Se necesita aprender y asimilar lo viejo pero dar un tono nuevo. Los legisladores no deben buscar sólo acomodarse. Las oficinas parlamentarias tendrían que dejar de ser “centros de burócratas asistencialistas”, porque el asistencialismo es una suerte de “cohecho moderno”.

Uno de los grandes problemas de la generación de los noventa chilena es que la dictadura pinochetista había dejado en Chile un gran vacío y se tenía que ir muy atrás en el tiempo para arrancar de nuevo en el tiempo. Los políticos debían ser más lectores y menos electores.

Alguna vez, muy joven, cuenta Boric, escribió poesía “muy mediocre”, pero se precia de ser un buen lector de ella. Si la literatura ha sido un complemento para su trabajo político, la poesía para él, representa –lo decimos con palabras de Bioy Casares– descanso y felicidad. En la entrevista sólo nombra poetas chilenos. En ese 2017 leía Tala, de Gabriela Mistral; sin embargo, de quienes se sentía muy cerca era de los hermanos enemigos, Enrique Lihn y Jorge Teillier, que escribían espléndidamente a su manera: Teillier, hacia atrás, a la búsqueda del pueblo natal y de la infancia, y Lihn, hacia adelante. Decía admirar a Nicanor Parra y menciona a Huidobro y Pablo de Rokha. Curiosamente no cita a Neruda.

Su sueño en aquel 2017 era dejar todo e “ir a vivir en un faro” durante un año, solo y sin hablar con nadie en la región de Magallanes, en el profundo sur chileno. Se vive –señalaba– en la hiperactividad y se piensa muy poco. Ese año de autoexilio lo dedicaría a pensar y a escribir una novela negra. Esa novela tendrá que esperar un largo tiempo.

Mucho o todo cambió para él en estos cinco años. Ahora es el presidente chileno, y por el bien de las izquierdas latinoamericanas, esperamos que su programa logre completarlo, ese programa en el que son prioridad nacional las crisis climática y migratoria, las mujeres, los pueblos originarios, la educación, la salud, la seguridad pública y los jubilados, e internacionalmente, tener una agenda latinoamericana y ser una voz firme y fuerte de los países pobres. No debe olvidar los enormes obstáculos que tendrá internamente, por ejemplo, que en el congreso su partido, entre diputados y senadores, tiene una clarísima minoría (37 diputados de 155 y 5 senadores de 50) y el peligro de los medios de comunicación que tienen la derecha y la ultraderecha, cuyos capos o patrones son capaces de todo para atacar, difamar y aniquilar a los que ven como sus enemigos, siendo él, desde luego, el principal.

En cuanto al interior de su coalición, el llamado Frente Amplio, con el que llegó al poder, lo forman 10 partidos con diversidad ideológica. Si no hubiera sido por las redes sociales y la movilización nacional de las mujeres, muy probablemente Boric no hubiera arrasado en la segunda vuelta. No es en balde que en su gabinete designó 14 mujeres y 10 hombres. Pese a su juventud, todos y todas ya se han fogueado vivamente en la política de oposición. Con los pies en la tierra, Boric habla de que habrá una gradualidad en el cambio, o mejor, se irá viendo qué se debe cambiar y qué se debe preservar. “No cometan nuestros mismos errores”, le dijo a Boric en febrero de este año José Mujica, el entrañable expresidente uruguayo. Para ello será primordial la creación de una nueva Constitución que oblitere la funesta Carta Magna, que desde 1980 creó y legó el régimen pinochetista, hecho que fue una de las demandas esenciales de los manifestantes durante el estallido social de octubre de 2019, del que Boric fue uno de sus líderes. Por lo pronto ya se han designado 155 miembros para discutirla y redactarla.

Fue conmovedor que el 11 de marzo Boric, antes de tomar posesión de la máxima magistratura, pasara a dar un saludo lejano a la estatua de Salvador Allende en la Plaza de la Constitución, y que hiciera ese día, en su discurso de investidura presidencial, la cita de un famoso pasaje de la última alocución que Allende dirigió al pueblo, antes de suicidarse en La Moneda, el 11 de septiembre de 1973. Anhelamos sinceramente que Boric alcance mucho de aquello que a Salvador Allende no lo dejaron hacer o terminar, y que al fin –como repitió Boric– “se abran las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor”.

Qué ironía: la nieta menor de Salvador Allende, Maya Fernández, será la ministra de Defensa de Chile en el nuevo gobierno, es decir, será la autoridad máxima del ejército, que en 1973 derrocó a su abuelo, y que esta vez, adaptando la última frase de las memorias de Pablo Neruda (Confieso que he vivido), esperamos que los soldados de Chile no traicionen de nuevo a Chile.  

Reportaje publicado el 20 de marzo en la edición 2368 de la revista Proceso cuya edición digital puede adquirir en este enlace.

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