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El drama de los niños migrantes: hambre, enfermedad y un río de cadáveres

Aarón, de tres años, y su mamá, de 27, llevan 10 mil km a cuestas tras cruzar 11 países; están cansados, lastimados física y mentalmente después de atravesar un infierno llamado Tapón del Darién, selva que comparten Panamá y Colombia en cuyas entrañas fluye un río de cadáveres de indocumentados.
miércoles, 23 de febrero de 2022 · 07:13

Proceso habló con los niños migrantes y sus familias que están en Campeche en espera de un documento que les permita vivir y trabajar en México. Algunos seguirán su camino a Estados Unidos. Entre el mar de historias destaca la de Aarón, de tres años, y su mamá, de 27. Ambos llevan 10 mil kilómetros a cuestas tras cruzar 11 países; ambos están cansados y lastimados física y mentalmente, sobre todo después de atravesar un infierno llamado Tapón del Darién, la selva que comparten Panamá y Colombia y en cuyas entrañas fluye un río de cadáveres de indocumentados.

CAMPECHE, Cam. (proceso).- Aarón lleva un largo recorrido en su vida: más de 10 mil kilómetros, pues de Chile se desvió a Brasil, lo que alargó su periplo por 11 países del continente, que en dos meses tuvo que atravesar a pie, caballo, canoa, lancha, “de aventón”, taxi y autobús para llegar a México.

Parece la hazaña de algún trotamundos ansioso de adrenalina, pero se trata de la dura realidad de un niño chileno-hondureño de tres años, que apenas tiene conciencia de que, junto a su madre, Ana, persigue el “sueño americano”, lo que sea que eso signifique y donde quiera que eso esté.

Aarón es uno de los cientos de niños migrantes indocumentados que el Instituto Nacional de Migración trasladó en diciembre, junto con sus familiares, desde Chiapas a Campeche y Quintana Roo, para agilizar la expedición de sus tarjetas de “visitante por razones humanitarias”. Así, esas familias durante un año podrán moverse y trabajar en libertad en el territorio nacional.

Ana, dominicana-hondureña de 24 años, y su hijo Aarón recibieron sus tarjetas migratorias el 5 de diciembre pasado en Campeche, pero se quedaron varados por falta de dinero. Ella esperaba que su expareja le depositara “platita” desde Estados Unidos.

Mientras, la joven pide “cooperacha”; Ana cuenta que es maestra de primaria titulada y políglota. Además de español habla francés, portugués, inglés, italiano, el criolle de los haitianos y hasta un poco de aramí, la lengua guaraní.

Ella y su hijo, que entonces tenía dos años, partieron en febrero de 2021 desde Chile y llegaron a Tapachula en abril pasado, donde permanecieron confinados ocho meses en el campamento de migrantes. Ahí, dice entusiasmada, les ocurrió lo “más bello” de su travesía: conocieron a Accene, un enorme migrante haitiano de 26 años, con quien formaron una nueva familia.

Pero la jovialidad de Ana se convierte en tristeza cuando recuerda que, tras ser discriminada, ella y su niño fueron forzados a cruzar a pie el Tapón del Darién, esa terrorífica selva compartida por Panamá y Colombia que, cual monstruo mitológico, devora migrantes por centenas.

La mamá de Aarón relata que en Necoclí, Colombia, compró pasajes para avanzar en avioneta a Panamá, pero dado que el niño viaja con pasaporte hondureño a él le impidieron abordar.

“¿Y qué hacía yo? ¡Ni modo que abandonara a mi hijo ahí! Mis hermanas cruzaron en avioneta y este niño y yo tuvimos que caminar cuatro días por esa selva, que es la parte más peligrosa para llegar acá…

Fragmento del reportaje publicado en la edición 2364 del semanario Proceso cuya versión digital puedes adquirir aquí.

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