Estados Unidos
Musk al frente de Twitter: Cuando la pretendida libertad de expresión choca con intereses económicos
Al tomar el mando, el empresario manifestó su intención de “restablecer” la libertad de expresión en la plataforma. Pero sus múltiples intereses financieros —posee empresas tecnológicas con presencia en todo el mundo—, de acuerdo con analistas, lo devolverán al mundo real.Elon Musk es el nuevo dueño de Twitter. Al tomar el mando, el empresario manifestó su intención de “restablecer” la libertad de expresión en la plataforma, la que censuró de por vida a Donald Trump. Pero sus múltiples intereses financieros —posee empresas tecnológicas con presencia en todo el mundo—, de acuerdo con analistas, lo devolverán al mundo real. Baste leer el comentario tuiteado por el comisario europeo del mercado interno, Thierry Breton: “En Europa el pájaro volará respetando nuestras reglas”.
El pasado 27 de octubre, después de más de seis meses de peripecias que hasta el último momento dejaron abiertas dudas sobre el final del proceso, Elon Musk tomó el control de Twitter.
¿Los sobresaltos y retrocesos que caracterizaron la fase de adquisición de la plataforma permiten presagiar lo que de ahora en adelante será lo cotidiano de la empresa?
Como lo repitió incansablemente, el “nuevo dueño del lugar” tiene la intención de “restablecer” la libertad de expresión en la plataforma: lo reiteró tan pronto tomó el control con un tuit que proclamaba: “El pájaro es libre”.
Si se pone en marcha tal como lo desea Musk –que el “Día D” se describió como “Jefe Tuitero” en su perfil de Twitter–, esa política no intervencionista no sería fundamentalmente nueva para la plataforma. Se trataría más bien de una vuelta a los orígenes, un regreso a la época en la que la empresa del pájaro azul, impregnada de la ingenuidad y el idealismo de su juventud, se describía a sí misma como “the free speech wing of the free speech party” (el ala de la libertad de expresión del partido de la libertad de expresión).”
Pero si Twitter se alejó progresivamente de esa postura inicial es precisamente porque no era viable.
Moderación en las redes
En su libro Custodians of the Internet (Custodios de internet), obra de referencia sobre el tema, el investigador Tarleton Gillespie no vacila en presentar la moderación como consustancial (“esencial, constitutiva y definitoria”) a las plataformas digitales. Por lo tanto, pretender reducir esa actividad a su más simple expresión sería desconocer su propia naturaleza.
La experiencia confirma la enorme brecha entre las promesas de una expresión sin salvaguardias lanzadas por algunas plataformas al inicio de sus actividades y las prácticas que acaban por implementarse en ellas.
Creadas en los últimos años, las plataformas Parler, Gettr o Truth Social se presentaron de entrada como refugios de la libertad de expresión. Pero en los hechos optaron rápidamente por un intenso filtrado de contenidos publicados por sus usuarios, eliminando por ejemplo los mensajes que denunciaban el asalto al Capitolio por los seguidores de Donald Trump el 6 de enero de 2021. Por si eso fuera poco, las decisiones de filtrar los tuits se toman conforme a criterios que carecen de transparencia, pues las condiciones de uso de esas plataformas son sumamente sucintas o se limitan a meras fórmulas genéricas.
El día que tomó el control, Elon Musk buscó tranquilizar a los anunciantes diciéndoles que la plataforma no se iba a convertir en un “infierno en el que todo está permitido”, reconociendo de hecho la necesidad de una moderación de contenidos.
El nuevo dueño de Twitter no puede desconocer el imperativo económico de preservar la capacidad de atracción de ese medio digital para el usuario común y corriente, y por lo tanto para las compañías que desean desplegar en él sus esfuerzos publicitarios. Eso dista de ser un detalle para una empresa que hasta la fecha saca 90% de sus ingresos de la publicidad.
Conscientes de la fuerza de ese instrumento de presión, unas 50 ONG publicaron recientemente una carta abierta dirigida a las 20 empresas que más invierten en anuncios en Twitter, instándolas a que exijan la preservación de “las prácticas básicas de moderación actualmente en vigor en la plataforma”.
De hecho, varias compañías anunciaron ya que suspendían sus gastos de marketing en la red social. Es que al tiempo que buscó calmar el ambiente, diciendo que las reglas y las prácticas existentes seguían siendo las mismas por el momento, Musk insistió en el carácter provisional de esa situación.
Otros motivos económicos son susceptibles de reducir sustancialmente el margen de acción del multimillonario.
La mayor parte de su fortuna está constituida por acciones de su empresa Tesla –especializada en diseño, fabricación y venta de automóviles eléctricos–, que perdieron más de la tercera parte de su valor desde que anunció su decisión de adquirir la red social.
Teniendo en cuenta ese contexto, Musk no puede convertir masivamente sus activos en efectivo sin empeorar esa tendencia a la baja. Fue la razón por la que debió pedir prestados 13 mil millones de dólares a bancos, lo que lo obliga a generar un pronto rendimiento de la inversión. La situación resulta compleja si se recuerda que Twitter sólo fue redituable dos veces en la última década.
Semejante configuración coloca a Musk en una posición delicada respecto a sus declaraciones del pasado abril, cuando afirmó que su futura adquisición de Twitter no estaba “en absoluto” ligada a cuestiones económicas.
La obvia precipitación con la que despidió a la mitad de los empleados de la empresa, así como la repentina comercialización de las marcas azules de las cuentas verificadas, evidencian, por el contrario, el hecho de que el flamante presidente/director general siente la presión de la rentabilidad, lo que no parece muy compatible con un retroceso claro de la moderación de los contenidos pues, de darse, esa filtración conllevaría una contracción de su base de usuarios y de ingresos publicitarios.
El otro componente de su esquema de financiación se basa en aportaciones de capitales –7 mil millones de dólares– por parte de una veintena de socios inversionistas que también tienen expectativas en términos de rentabilidad. Parte de estos fondos dependen de los gobiernos de Catar y Arabia Saudita, que seguramente no se van a mostrar dispuestos a compartir el concepto de libertad de expresión de Musk.
Por último, los múltiples intereses industriales de Musk –Space X, para la exploración espacial; Starlink, creación de satélites de internet; Solar City, fabricación de productos fotovoltaicos; Halcyon Molecular, investigación médica para extender la longevidad; Tesla Energy, sistemas de almacenamiento de energía; Neuralink, investigación de nanobiotecnología con vistas a conectar el cerebro humano y la inteligencia artificial; Open-AI, investigación en inteligencia artificial; The Boring Company, excavación e infraestructura de túneles–, que son a la vez fuente de ingresos y de prestigio personal, podrían ser utilizados por distintos gobiernos como medios de presión sobre las decisiones de su líder, inclusive sobre las que involucran los contenidos disponibles en lo que es ahora “su” plataforma.
¿Acaso Musk podría no responder favorablemente a exigencias de Beijing cuando China, segundo mercado en importancia para Tesla, acaba de abrir una gigantesca fábrica de su coche eléctrico en Shanghái?
Aun si Twitter está prohibido en China, el gobierno de Xi Jinping podría intentar exigir la eliminación de ciertos contenidos disponibles en la plataforma en el resto del mundo, por considerarlos “inadecuados”.
La legislación europea
Ironía del calendario, el proceso de adquisición de Twitter por Musk y el de la adopción del Digital Services Act (DSA), legislación europea que reglamentará en forma inédita el sector digital, dieron dos pasos esenciales en forma sincronizada: en abril el anuncio del proyecto de compra de la plataforma por el multimillonario coincidió, a dos días de distancia, con la conclusión de un acuerdo político entre instituciones de la Unión Europea (UE) sobre el texto legislativo.
Seis meses más tarde la adquisición se concretó en el momento en que dicho texto fue publicado oficialmente.
Aunque fruto de la casualidad, esa coincidencia tiene el mérito de subrayar el hecho de que reducir al mínimo estrictamente necesario la moderación en Twitter dejó de ser una opción en los países de la UE.
Thierry Breton, comisario europeo responsable del mercado interno, se encargó de señalarlo a Elon Musk, recurriendo a su propia metáfora:
“En Europa el pájaro volará respetando nuestras reglas”, tuiteó Breton dirigiéndose a Musk.
En Estados Unidos la moderación de los contenidos no depende de una regulación federal, salvo en los casos particulares del copyright y de la pedopornografía.
Sin embargo, la célebre “sección 230” de la Ley sobre Decencia en las Comunicaciones (Comunication Decency Act), que garantiza a las plataformas un margen de maniobra muy amplio en ese campo, se encuentra actualmente en el centro de debates legislativos y en el mediano plazo podría ser reformada en un sentido más restrictivo.
En Estados Unidos, Musk ya está expuesto a los efectos del alto nivel de politización de la moderación en línea: los demócratas presionan a favor de una mayor intervención de las plataformas sobre los contenidos, a diferencia de los republicanos, que denuncian una forma de “censura”. Por consiguiente, las decisiones más emblemáticas en esta área son sistemáticamente interpretadas con un enfoque partidario. Y como Musk es ahora el único dueño de Twitter y despidió a todo el anterior equipo de dirección de la empresa, estas mismas decisiones aparecen como exclusivamente suyas.
Aun si nunca buscó ser reconocido como un actor neutro –actualmente no esconde sus inclinaciones conservadoras–, “el nuevo capitán” tiene mucho que perder en esa combinación explosiva de politización y personalización.
Es precisamente para escapar a ese estatus incómodo que anunció la futura creación de un “Consejo de Moderación de Contenidos”. Si bien se mostró muy vago al respecto, es obvio que quiere evitar a toda costa encontrarse personalmente en el centro de controversias que surgen automáticamente cada vez que se toma una decisión en un sentido u otro en ese campo.
En todo caso ese nuevo órgano muy fuertemente inspirado por el Consejo de Supervisión de Meta (Oversight Board) tendrá que deliberar para confirmar o cancelar la decisión tomada por Twitter en enero de 2021 de suspender permanentemente la cuenta de Donald Trump.
En el mismo orden de ideas, Musk se reunió en línea con organizaciones civiles de defensa de los derechos humanos y les garantizó que toda decisión acerca de una eventual reintegración de Trump a la plataforma deberá obligatoriamente ser tomada después de un “proceso claro” (clear process). De igual forma dio a entender que el futuro Consejo incluirá a miembros de ONG que luchan contra el odio en línea.
Semejante estrategia de toma de distancia de decisiones sensibles dista de ser un hecho nuevo en el universo de las redes sociales y revela que Musk está descubriendo las implicaciones de su toma de control.
Estas primeras medidas, que merman seriamente el alcance de sus compromisos iniciales, prefiguran una “gobernancia de Twitter sometida a tensiones insolubles entre las aspiraciones libertarias de Musk y las obligaciones prácticas a las que está expuesta toda plataforma de red social. (Traducción de Anne Marie Mergier)
Reproducido con autorización de The Conversation.
*El autor es investigador de Sciences Po, universidad francesa de ciencias políticas, y se desempeña actualmente como catedrático del Tecnológico de Monterrey, campus Puebla.