Accidentes

Personas atrapadas entre fierros retorcidos, cuerpos desmembrados, alaridos de dolor…

La noche del 3 de octubre de 1972 abordó el tren que partió de la estación de ferrocarril en Saltillo hacia Real de Catorce en compañía de Julia, su padre Gregorio Quiroz y algunos amigos cercanos a la familia. Llegaron al pueblo la mañana del 4 después de andar un camino de 15 kilómetros.
domingo, 9 de octubre de 2022 · 14:05

Saltillo, Coah.– Alicia Quiroz tenía 17 años cuando por primera vez decidió viajar en ferrocarril. Su hermana Julia acababa de cumplir 15 años y deseaba festejarlos en Real de Catorce, una pequeña población minera en San Luis Potosí.

La noche del 3 de octubre de 1972 abordó el tren que partió de la estación de ferrocarril en Saltillo hacia Real de Catorce en compañía de Julia, su padre Gregorio Quiroz y algunos amigos cercanos a la familia. Llegaron al pueblo la mañana del 4 después de andar un camino de 15 kilómetros cuesta arriba, sinuoso y accidentado. Cada año, en esas mismas fechas, miles de peregrinos devotos de San Francisco de Asís recorrían ese mismo camino. Para cumplir sus “mandas” avanzaban de rodillas, o iban a pie flagelándose o cargando a otra persona, o montados en caballos y mulas.

Los tres miembros de la familia Quiroz recorrieron el pueblo, visitaron el panteón, la parroquia de la Purísima Concepción y anduvieron en la “verbena” que se realiza para celebrar a San Francisco.

Estaban de regresó a Saltillo por la tarde el 5 de octubre. Iban en el tren Regiomontano. Sin embargo, antes de que los vagones avanzaran, el señor Quiroz ordenó a sus hijas que se bajaran, pues iban a esperar a sus amigos que se habían quedado atrás y no lograron subir.

Aguardaron la llegada de un nuevo tren. Lo abordaron junto con unos mil 600 peregrinos saltillenses que también habían asistido al pueblo con motivo de la fiesta patronal de San Francisco.

Avanzó el ferrocarril y durante el camino de regreso la familia no platicaba por el cansancio, pues habían caminado unos 15 kilómetros desde el pueblo hasta la Estación Catorce.

Alicia desconocía la rapidez a la que normalmente viajaba un tren, por ser su primera vez a bordo. Sin embargo, notó que iban a una velocidad que no parecía ser normal, sobre todo porque los vagones se estremecían con fuerza, provocando que el equipaje cayera al suelo.

Minutos antes de la medianoche un estruendo anunció la tragedia. En cuestión de segundos Alicia y los mil 600 peregrinos que regresaban en el tren quedaron atrapados en la oscuridad. El convoy se descarriló en un paraje conocido como Puente Moreno, a unos 10 kilómetros de la estación de Saltillo. Los 22 vagones quedaron “telescopiados”: amontonados o metidos unos en otros; dos más se incendiaron, y muchos de los pasajeros acabaron prensados entre fierros.

Los testimonios recogidos por El Coahuilense con sobrevivientes describen con detalles el horror. Iluminados apenas con alguna lámpara de mano, vieron personas mutiladas, decapitadas, aplastadas entre fierros retorcidos; recuerdan los alaridos de quienes, atrapados dentro de dos vagones, murieron calcinados.

Más de mil 600 saltillenses, como Alicia, vivieron este episodio que no sólo impactó a la ciudad, sino que se convirtió en la peor tragedia ferroviaria de la historia de México, con una cifra oficial de 234 muertos y mil 200 heridos. Esa estadística por sí sola coloca al de Puente Moreno entre los 10 accidentes ferroviarios con mayor número de víctimas del mundo.

La ciudad no estaba preparada para un accidente de esa magnitud. No había recursos suficientes y los sistemas de salud se colapsaron, pues Saltillo era pequeño, tenía menos de 200 mil habitantes y únicamente contaba con dos ambulancias, tres clínicas y dos pequeños hospitales. Personal médico de Monterrey, Torreón y Parras se tuvo que sumar al rescate, lo que implicó un retraso de horas para atender a las víctimas de la tragedia.

“El horror”

Antonio de la Cruz, joven de 19 años, hijo de padre y abuelo ferrocarrileros, se encontraba en un evento social el 5 de octubre en Obregón, un barrio del sur de Saltillo y cercano al lugar del accidente.

Alrededor de las 12:00 de la noche escuchó en la lejanía los gritos de un hombre que pedía auxilio porque el tren de peregrinos que regresaba de Real de Catorce se había descarrilado en Puente Moreno.

Antonio acudió en compañía de Mauro Mendoza para comprobar lo que el hombre decía a gritos. En el camino vieron a los animales de los lugareños huyendo por las laderas de los cerros y llanos que se encuentran en torno a Puente Moreno.

Antonio y Mauro no lograban distinguir qué era lo que había pasado, pues no había luz suficiente. “Entre las tinieblas de la noche se confundían los llantos, los gritos, los lamentos… el horror”.

La gente estaba prensada entre los vagones telescopiados, algunos utilizaron sus zapatos para romper las ventanillas y salir por ahí; muchos otros, inmovilizados entre fierros retorcidos, pedían ayuda. Cosas del destino: Antonio escuchó el grito de su tía Goya de la Cruz y la ayudó a salir por una ventana.

Continuó ayudando a los heridos, entre ellos una niña. La imagen captada por el fotoperiodista local Héctor García Bravo dio la vuelta al mundo: Antonio de la Cruz carga a la pequeña que murió en sus brazos.

Los taxistas brindaron sus servicios de manera gratuita. La primera noche, cuenta el entonces alcalde Arturo Berrueto, la oscuridad era tan densa que la única manera de iluminar la zona que se le ocurrió fue rodear el lugar con taxis con los faros encendidos. Los taxistas ayudaron también en el traslado de personas a los hospitales.

Durante los días posteriores los soldadores de la zona estuvieron ahí sin paga. Sus aparejos servían para cortar, fundir, enderezar los fierros y liberar personas vivas y muertas.

El personal médico de Saltillo atendió a la mayoría de los más de mil 200 heridos en el piso de los hospitales, pues no había espacio ni material quirúrgico y de curación suficiente.

Los muertos, una incógnita

Cinco días posteriores al accidente de Puente Moreno algunos de los familiares de los muertos apenas asimilaban la tragedia, y en seguida se enfrentaron al hecho de no tener un cuerpo para sepultar.

Arturo Berrueto era alcalde de Saltillo en 1972. En entrevista con El Coahuilense sostiene que el número real de muertos que dejó el accidente en Puente Moreno “nunca se va a conocer” con certeza. Asegura que fueron más de los 234 que determinó la PGR.

Explica que las cifras difieren debido a que la procuraduría local hizo el cálculo de 147 muertos con base en las actas de defunción, mientras que la PGR lo estableció conforme a las indemnizaciones que se pagaron por orden presidencial. Esta última es la que quedó como la “cifra oficial”.

Fue un episodio difícil de cubrir, dice el reportero Jorge Sosa, pues los datos no fluyeron jamás. No se podía saber cuántos muertos y heridos había en ese momento. Cuando se dio el reporte final de defunciones “ni siquiera las mismas autoridades sabían cuántas eran”.

Restos de personas, algunos sin identificar, fueron colocados en una fosa común ubicada en el Panteón de Santiago, uno de los más antiguos de la ciudad. En el lugar se realizó un acto fúnebre. Berrueto despidió a las víctimas con un mensaje ante las familias cuyos miembros no fueron localizados.

Hoy la fosa no es identificable. Alberto Alvarado, jefe de ese panteón, cree que con el propósito de hacerla profunda y de manera rápida se usó maquinaria pesada. Desde hace años, al intentar ampliar los terrenos donde supone estuvo la fosa de los peregrinos, Alvarado ha encontrado restos óseos con prendas de vestir que son de muertos de “ese entonces”, con sus pantalones vaqueros y camisas de cuadros, o restos con vestidos de mujer de una sola pieza.

El periodista Jorge Sosa asegura que en varias colonias, como Landín y Ojo de Agua, y en las calles Pérez Treviño y Arteaga hubo casas que quedaron en total abandono porque familias enteras murieron en el accidente.

Hoy en el panteón de Santiago no hay algún vestigio que señale que en ese lugar se encuentran los cuerpos de los peregrinos, pues el área que se destinó a la fosa común comenzó a utilizarse para sepulcros nuevos.

“Esa historia fue borrada”, dice el sepulturero en jefe, señalando el área donde se yergue un pirul. 

Reportaje publicado el 2 de octubre en la edición 2396 de la revista Proceso cuya edición digital puede adquirir en este enlace.

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