Rusia

Alexei Navalny, claroscuros de una vida en la oposición

Alexei Navalny, el hombre encarcelado en Moscú por su oposición al presidente de Rusia, es conocido en Occidente como un líder nato que lucha, aun a costa de su vida, pero por otro lado es señalado de ultranacionalista e intransigente.
domingo, 28 de febrero de 2021 · 13:17

Alexei Navalny, el hombre encarcelado en Moscú por su oposición al presidente de Rusia, es conocido en Occidente como un líder nato que lucha, aun a costa de su vida, contra un gobierno que él considera una dictadura; y ha pasado la mitad de su vida haciéndolo, metódicamente. Pero ese es sólo un lado de la biografía de este personaje. El otro es el de un ultranacionalista, antimusulmán, intransigente y voluntarioso… como lo describen incluso sus aliados.

MOSCÚ, Rus..- La primavera pasada, mientras se resguardaba por la cuarentena del coronavirus en su departamento, Alexei Navalny, líder de la oposición rusa, se veía inusualmente inactivo; su arma más potente contra el Kremlin, las protestas callejeras, estaba fuera de la mesa por la pandemia.

Aun así Navalny sintió que el poder del presidente Vladimir Putin podría estar entrando a su casa. Operando desde su sala, en lugar del elegante estudio de Moscú que había usado antes, publicó videos en los que arengaba al mandatario ruso por no haber logrado manejar la crisis del coronavirus y dejar a sus compatriotas luchando solos, mientras la economía sufría. 

Como una premonición de que la pandemia podría convertirse en un catalizador político, la audiencia de los videos de Navalny en YouTube se triplicó y llegó a 10 millones de espectadores por mes.

“Putin no puede manejar toda esta locura, y puedes ver que está totalmente fuera de lugar”, dijo Navalny en una entrevista en mayo. “Seguimos golpeándolos donde más les duele”.

Metódico e intransigente, Navalny, de 44 años, ha pasado casi la mitad de su vida tratando de derrocar a Putin. A menudo considerado grosero, brusco y hambriento de poder, incluso por otros críticos del Kremlin, persistió mientras otros activistas de la oposición se retiraron, emigraron, cambiaron de bando, fueron a prisión o fueron asesinados. Se convirtió cada vez más en una lucha profundamente personal para Navalny y su familia, así como para Putin y toda Rusia, intensificándose año tras año.

Pero con su atrevido regreso a Rusia después de sobrevivir a un intento de asesi­nato el verano pasado, y con una larga sentencia de prisión casi segura, Navalny se ha transformado. Ya no es el “tábano”, es ahora un símbolo internacional de resistencia a Putin y la élite del Kremlin, el líder de un creciente movimiento de oposición.

“Está preparado para perderlo todo”, dice el economista Sergei M. Guriev, un confidente de Navalny que huyó a Francia en 2013 después de estar bajo presión del Kremlin. “Eso lo hace diferente a todos los demás”.

Prisión provechosa

Navalny está ahora tras las rejas, después de haber sido sentenciado este mes a más de dos años de prisión por violar la libertad condicional en una condena por malversación de fondos en 2014, que el tribunal de derechos humanos más importante de Europa dictaminó que tenía motivaciones políticas.

Sin embargo, incluso bajo custodia ha aprovechado el momento. Dos días después de su arresto en un aeropuerto de Moscú, el pasado enero, su equipo publicó un informe –visto más de 100 millones de veces en YouTube– sobre un supuesto palacio secreto construido para Putin. Dos semanas después, desde su celda acristalada en el tribunal de la ciudad de Moscú, Navalny predijo que los rusos eventualmente se levantarán y prevalecerán contra Putin, un “hombrecito ladrón”, porque “no se puede encerrar a todo el país”.

Que la predicción de Navalny se haga realidad dependerá en parte de si otros activistas de la oposición rusa, muchos de los cuales criticó a menudo, permanecen unidos en la medida en que su voz se apaga. Una encuesta independiente encontró que si bien 80% de los rusos había oído hablar de las protestas que barrieron el país el mes pasado pidiendo su liberación, sólo 22% las aprobó.

“Putin y su régimen dedican millones de horas-hombre a fortalecer su poder”, escribió Navalny el año pasado, criticando a algunos de sus compañeros de oposición por no ser lo suficientemente trabajadores. “Sólo los eliminaremos si dedicamos decenas de millones de horas-hombre”.

Navalny rara vez ha evitado la confrontación o se ha dejado asustar por el aparato de seguridad del Kremlin. En los últimos años un activista pro Putin le arrojó a la cara una sustancia química verde esmeralda, que casi le costó la vista de un ojo; su hermano menor cumplió tres años y medio de prisión en un caso ampliamente visto como un castigo contra Navalny… y estuvo a punto de morir –pasó semanas en coma– en el envenenamiento del año pasado.

Mientras tanto, estaba construyendo una audiencia de millones de personas en las redes sociales y una red nacional de oficinas regionales, un logro sinigual en un país dominado por los servicios de seguridad en deuda con Putin.

Mal visto por la oposición

Aun así, incluso muchos oponentes de Putin se mantuvieron alejados de Navalny y lo criticaron por denigrar rápidamente a cualquiera que él considerara insuficientemente leal y con poca agenda política más que derrocar al presidente ruso.

Cuestionaron su participación en los movimientos nacionalistas rusos hace una década y condenaron sus declaraciones racistas anteriores sobre personas de la región del Cáucaso, predominantemente musulmana, en Rusia.

Y en los años posteriores a su mayor éxito electoral –obtuvo 27% de los votos en las elecciones de 2013 para la alcaldía de Moscú–, Navalny se enojó más con Putin, dicen personas cercanas a él, y está aún más decidido a derrocarlo.

“Sintió que todos los demás deberían sentir lo que él siente”, dijo Evgeny Feldman, un fotógrafo de Moscú que ha cubierto ampliamente el movimiento de Navalny. “Él solo irradiaba esa ira”.

Navalny, hijo de un oficial del Ejército Rojo, creció en los ochenta en ciudades militares cerradas, en las afueras de Moscú, un mundo alejado del fermento intelectual y político que se apoderó de la capital en los últimos años de la Unión Soviética. Su padre despreciaba al gobierno soviético, y su madre, contadora, se convirtió en una de las primeras devotas del partido liberal Yabloko, en los noventa, a pesar de sus perpetuamente pésimos resultados electorales.

Cuando era niño, odiaba que le dijeran qué hacer. Cuando se metió en problemas con su maestra, su madre, Lyudmila I. Navalnaya, recordó una vez, se negó a ir a la escuela al día siguiente, diciendo: “no quiero que nadie me obligue a aprender”.

Estudió derecho y finanzas, trabajó como abogado de bienes raíces y se unió a Yabloko en 2000, año en que Putin fue elegido presidente por primera vez. Buscó formas de organizar a la oposición de base al Kremlin en un momento en que los partidos de oposición establecidos iban a jugar sólo un papel de ornato en el sistema político estrechamente coreografiado de Putin, conocido como democracia dirigida.

Pronto se centró en la corrupción del círculo íntimo de Putin como la raíz de todos los males de Rusia. Fue una especie de denominador común político. ¿Quién, después de todo, está públicamente a favor de la corrupción?

Se organizó para detener lo que llamó proyectos de construcción sin ley en Moscú, moderó debates políticos e inició un programa de radio. Compró acciones de empresas estatales, utilizando su posición como accionista para forzar las divulgaciones, y criticó a los magnates empresariales que apoyaban a Putin en un blog que fue ampliamente leído en los círculos financieros de Moscú.

También se unió a manifestaciones organizadas por grupos nacionalistas rusos que mostraban a los rusos blancos y étnicos como derrotados por la inmigración de Asia Central, mientras el gobierno federal brindaba apoyo financiero a las regiones pobres, predominantemente musulmanas, del Cáucaso.

Uno de los primeros lemas de Navalny fue: “¡dejen de alimentar al Cáucaso!”. Yabloko lo expulsó en 2007 por sus actividades nacionalistas.

Sin embargo, una decana del liberalismo de Moscú, locutora de radio y editora de una revista, Yevgenia M. Albats, tomó a Navalny bajo su protección. Su nacionalismo, dijo, era un esfuerzo por comprometerse con los rusos resentidos y empobrecidos que, por lo general, eran ignorados por los liberales de Moscú. Los cercanos a él dicen que ya no alberga sus primeros puntos de vista nacionalistas.

“El trabajo de un político es hablar con los muchos que no comparten sus puntos de vista, hay que hablar con ellos”, dice Albats en entrevista telefónica desde Cambridge, Massachusetts, donde es investigadora principal de la Universidad de Harvard. “Eso es exactamente lo que estaba tratando de hacer”.

Navalny también se mostró franco al afirmar su objetivo: ser presidente.

“No estaba luchando contra la corrupción, estoy seguro”, afirma Dmitry Dyomushkin, uno de los aliados nacionalistas de Navalny a principios de la década de 2000. “Estaba luchando por el poder”.

Planes de largo plazo

Navalny ganó fama como un líder feroz de las protestas contra el Kremlin de 2011 y 2012, pero incluso entonces estaba jugando un juego más largo que sus compañeros activistas. Contrató a Leonid Volkov, exejecutivo de una empresa de software, para que lo ayudara a construir una máquina política financiada por donaciones.

“Necesitamos transformar las instituciones”, señala Volkov, quien coordina la respuesta al arresto de Navalny desde la relativa seguridad de Lituania, en una entrevista telefónica. “Hace tiempo que entendemos perfectamente que no es posible realizar pequeños cambios en el sistema desde dentro”.

En 2017 Navalny publicó un informe en video sobre la riqueza oculta de Dmitry Medvedev, el primer ministro en ese momento. Anulando el escepticismo de sus asistentes sobre si los que vieron el video tomarían las calles, llamó a protestas y miles se manifestaron en más de 100 ciudades.

El Kremlin hizo todo lo posible por amordazar a Navalny mediante el acoso constante, pero nunca lo aplastó por completo, tanto para evitar convertirlo en un mártir como para proporcionar una forma de que los descontentos de la sociedad se desahogaran. Ese enfoque ya parece haber sido descartado en favor de una mayor represión; la televisión estatal, que durante mucho tiempo ignoró a Navalny, ahora dedica extensos reportajes a retratarlo como un agente de Occidente.

Además de la condena de 2014 por malversación de fondos, Navalny soportó muchas humillaciones menores, recuerda Albats, el presentador de radio, entre ellas la vigilancia omnipresente que destruye la privacidad y la crueldad gratuita de confiscar el amado iPad de su hija. Ella dijo que el apoyo, la resistencia y la convicción de su esposa, Yulia B. Navalnaya, lo mantuvieron activo. Y su lucha contra Putin se volvió cada vez más personal.

“Tenía esta opción: permanecer en la política y seguir creando problemas para su familia, la familia de su hermano, sus padres”, dijo Albats. “Por supuesto, conduce al endurecimiento de su corazón”.

Las autoridades le prohibieron postularse en las elecciones presidenciales de 2018, pero aún así recorrió el país, abrió más de 80 oficinas regionales y pidió un boicot a unas elecciones que consideró amañadas para darle a Putin un cuarto mandato. Organizó protestas a escala nacional y esfuerzos de observación de elecciones, y creó un equipo de investigación que examinó los registros públicos y las redes sociales para documentar los tratos cuestionables de la élite rusa.

“La estrategia es la siguiente: este es un régimen personalizado arraigado en la popularidad de Putin”, dice Guriev sobre ese enfoque. “Es por eso que la calificación de Putin debe ser destruida”.

Putin había estado muy alto en las encuestas de opinión desde la anexión de Crimea en 2014. Pero a mediados de 2018 el gobierno aumentó la edad de jubilación hasta en ocho años, y los ingresos caían ante la inflación. En medio del bloqueo del coronavirus la primavera pasada, el descontento público se extendió aun más.

Navalny y sus aliados creían que se estaba preparando el escenario para el tipo de revuelta para el que se habían estado preparando durante mucho tiempo. El verano pasado las protestas masivas se apoderaron de la vecina Bielorrusia y del Lejano Oriente de Rusia, lo que apunta a crecientes riesgos para Putin.

Luego, en agosto, en un vuelo sobre Siberia, Navalny se derrumbó gritando de dolor. Más tarde los laboratorios occidentales determinaron que había sido envenenado por un agente nervioso de grado militar (Putin niega cualquier participación) y sobrevivió gracias a los pilotos que hicieron un aterrizaje de emergencia y a los trabajadores médicos que lo trataron por primera vez en la ciudad de Omsk.

Fue trasladado en avión a Alemania para recibir tratamiento. Poco después de salir del coma volvió a participar en los debates políticos del mundo. Criticó la decisión de Twitter de silenciar la cuenta del entonces presidente Donald Trump como un “acto inaceptable de censura”.

Y en las últimas semanas ha hecho todo lo posible por transmitir optimismo: “todo estará bien”, opina Albats, a quien le escribió desde la cárcel. “Y aunque no sea así, nos consolaremos sabiendo que éramos personas honestas”.

Este es un reportaje del número 2312 de la edición impresa de Proceso, publicado el 21 de febrero de 2021 y cuya versión digitalizada puedes adquirir aquí

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