El 2 de agosto de 1944 las tropas SS del régimen nazi exterminaron en el
campo de Auschwitz-Birkenau a los presos gitanos que llevaron de los países ocupados. Ellos y los prisioneros de guerra, aunque menos numerosos que los judíos, padecieron el mismo trato. Sin embargo, un grupo de gitanos alemanes que había combatido en la Primera Guerra Mundial encabezó una rebelión que, al menos una vez, consiguió frenar la maquinaria de la muerte. Proceso visitó el tristemente célebre
campo de exterminio, días antes de que se cumplan 75 años de su liberación.
Auschwitz, Polonia (Proceso).- En mayo de 1944 Josef Mengele, el médico del campo de concentración nazi de Auschwitz-Birkenau, informó a Georg Bonigut, uno de los encargados de seguridad del sitio, sobre la decisión que había tomado la oficina central de seguridad del III Reich de aniquilar el Sector BIIe a su cargo, el de los gitanos.
En el lenguaje de los nacionalsocialistas, la aniquilación de un campo significaba la muerte de sus ocupantes en las cámaras de gas.
Por una razón desconocida –quizás compasión– Bonigut se acercó la noche del 15 de mayo al polaco Tadeusz Joachimowski, quien además de ser preso político fungía como escribano y trabajador “administrativo” de ese sector del campo y lo alertó: “La cosa en el área de los gitanos se pondrá pesada; hay una orden para liquidarlos”, le confió al tiempo que lo instruyó para que alertara a los presos sintíes y romaníes –como se autodenominan los gitanos europeos– que creyera prudente.
La estimación oficial indica que en ese momento había alrededor de seis mil presos de origen gitano en el campo de Auschwitz.
Joachimowski comunicó las novedades a un par de prisioneros, quienes a su vez advirtieron a toda la comunidad sobre la inminente acción que tendría lugar al día siguiente.
Lo que sucedió la noche del 16 de mayo de 1944 lo relató después el propio Joachimowski: “Ese día, cerca de las 19:00 horas, escuché el gong que anunciaba el bloqueo del campo. Hasta el sector de los gitanos llegaron vehículos de los que descendieron entre 50 y 60 hombres de las SS (los cuerpos de seguridad de la Alemania nazi) armados con metralletas y comenzaron a rodear las barracas que fungían como casas. Algunos de ellos entraron a las barracas y al grito de ‘¡Vamos! ¡Vamos!’ les ordenaron salir”.
Como en todas las operaciones de liquidación, los presos tenían que abordar los camiones de carga que los transportaban hacia la zona de los crematorios, donde también se ubicaban las cámaras de gas.
Pero esa noche nadie salió. Según el testigo, dentro de las barracas reinó un silencio absoluto y los miles de hombres, mujeres y niños que ahí habitaban se atrincheraron, negándose rotundamente a abandonarlas. Muchos habían logrado armarse con cuchillos, palancas y piedras. Estaban decididos.
El testimonio de Joachimowski continúa: “Entre los hombres de las SS hubo inseguridad y desconcierto. Tras una breve conversación, unos se dirigieron hacia el bloque donde se ubicaba la comandancia que dirigía la acción. Después de un rato, escuché el silbido que ordenaba a los hombres que rodeaban las barracas retirarse. Volvieron a sus vehículos y se marcharon. El día siguiente, Bonigut vino a mí y me dijo: ‘Por ahora los gitanos están a salvo’. Fue así que el primer intento de liquidarlos fracasó”.
El relato de Joachimowski es parte de las numerosas y exhaustivas declaraciones que él mismo hizo al término de la guerra sobre lo que atestiguó y que forman parte de la bibliografía oficial del Memorial Auschwitz-Birkenau. Como escribano de ese sector del campo, siempre estuvo bien informado sobre los sucesos y, de hecho, gracias a él es que el libro de registro de los gitanos pudo ser recuperado y utilizado como una valiosa fuente de información para la historia.
Su testimonio, además, es la base de los pocos registros que documentan la resistencia de los miles de gitanos que fueron aniquilados en este campo de exterminio, pese a que, junto con los judíos, fue una de las etnias que el régimen nazi se propuso exterminar. Aunque se desconoce la cantidad exacta de miembros de esta comunidad que fueron asesinados, el Consejo Central de Sintíes y Romaníes de Alemania asegura que fueron alrededor de 500 mil. Cuando menos 22 mil de ellos, en Auschwitz.
Perseguidos
Los judíos designan el Holocausto como el Shoá (la catástrofe). Los sintíes y romaníes tienen también en su idioma una palabra para ello: Porrajmo, cuyo significado literal es devorar.
Perseguidos y marginados históricamente, los gitanos en Alemania habían logrado integrarse en la estructura social antes de la llegada de los nazis al poder. Durante la Primera Guerra Mundial muchos de ellos sirvieron en el ejército alemán, por lo que fueron reconocidos públicamente y condecorados. Se estima que en esa época había alrededor de 30 mil gitanos alemanes. Con el ascenso de Hitler todo cambió para ellos. Con base en la ideología racial nacionalsocialista, los sintíes y romaníes fueron gradualmente privados de sus derechos, de sus medios de subsistencia y finalmente enviados a campos de exterminio.
En 1933 ingresaron los primeros en campos de concentración y con la Ley de Prevención de Enfermedades Hereditarias, promulgada el 14 de julio de 1933, comenzó su esterilización forzosa. Después las Leyes Raciales de Núremberg establecieron que los gitanos, junto con los judíos, pertenecían a una raza inferior y se limitaron sus derechos ciudadanos. Por ejemplo, se les prohibió ejercer determinadas profesiones y cualquier posibilidad de establecer relaciones amorosas con alemanes “puros”.
Dos semanas antes del inicio de los Juegos Olímpicos de Berlín, en julio de 1936, cientos de gitanos fueron enviados a un campo de concentración levantado en la periferia de la capital alemana, en Marzahn, donde se les obligó a vivir hacinados en barracones oscuros, en condiciones deplorables y obligados a realizar trabajos forzados. Padecieron hambre y enfermedades. A partir de entonces, muchas otras ciudades alemanas establecieron este tipo de campos, además de que para entonces también a los gitanos alemanes se les había retirado el derecho al voto y, como los judíos, habían sido excluidos de todos los ámbitos de la vida pública.
En octubre de 1938 el jefe máximo de las SS y de la policía alemana, Heinrich Himmler, ordenó que se estableciera la Oficina Central para la Lucha contra los Gitanos dentro de la Policía Criminal del Reich, con la finalidad de controlar y coordinar el registro y persecución de los sintíes y romaníes. Dos meses después se emitió el decreto básico que buscaba resolver la “cuestión gitana”. El Centro de Investigación de Higiene Racial tuvo la tarea de registrar y seleccionar a los gitanos alemanes y fue este proceso la base para iniciar una primera deportación masiva a campos de concentración alemanes, como Buchenwald, Dachau, Sachsenhausen, Mauthausen y Ravensbrück.
Después, con la ocupación alemana de distintos territorios en toda Europa a partir de 1939, comenzó la persecución de los gitanos de los territorios invadidos.
El 16 de diciembre de 1942 Heinrich Himmler ordenó que fueran deportados a Polonia los gitanos no sólo de Alemania, que eran unos 10 mil, sino de los provenientes de todos los territorios ocupados. Se calcula que alrededor de 23 mil sintíes y romaníes de 11 países (Polonia, Austria, el protectorado de Bohemia y Moravia, Rumania, Hungría, Bélgica, Holanda, Croacia, Lituania, Checoslovaquia y Francia) fueron transportados al campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau a partir de febrero de 1943.
La resistencia final
El de Auschwitz fue el campo de concentración y exterminio más grande ideado por los nazis. Construido en la periferia de la población polaca de Oswiecim –a 60 kilómetros de Cracovia– sobre lo que antiguamente fue un campo del ejército polaco, este enorme complejo estuvo formado por Auschwitz I, el campo central; por Auschwitz II Birkenau, que funcionó como campo de concentración y de exterminio; y por Auschwitz III Monowitz, que funcionó como campo de trabajo; además de otros 50 subcampos.
Se estima que en los casi cinco años de operación de este complejo murieron alrededor de un millón 100 mil personas. La mayoría eran judíos, aproximadamente un millón, pero también había polacos no judíos, prisioneros de guerra soviéticos y gitanos. De estos últimos, el cálculo oficial es que perecieron 21 mil de los 23 mil registrados en este campo.
Por eso Auschwitz, que este 27 de enero conmemora 75 años de haber sido liberado por el Ejército Rojo, se convirtió en el símbolo del Holocausto.
El exterminio de gitanos alcanzó su cúspide en febrero de 1943, cuando 23 mil de ellos, provenientes de toda Europa, llegaron deportados a Auschwitz II Birkenau, al denominado Campo Familiar para esa etnia. Un mes después, el 23 de marzo, mil 700 sintíes y romaníes de la región de Bia?ystok fueron asesinados en la cámara de gas. Después se ejecutaron más acciones similares y con ellas los experimentos médicos que Mengele realizó con cientos de niños gitanos.
Para mayo de 1944, cuando tuvo lugar la sublevación gitana que logró aplazar el exterminio, sólo quedaban con vida 6 mil de los 23 mil gitanos que habían llegado poco más de un año antes.
Si bien el testimonio de Joachimowski refiere el fracaso de la operación para aniquilarlos, ésta se consumó la madrugada del 3 de agosto de 1944, cuando los cerca de 3 mil que quedaban fueron conducidos masivamente a la cámara de gas.
Luego de la maniobra fallida de mayo, el mando de las SS en Auschwitz ordenó trasladar a los gitanos capaces de trabajar a otros campos de concentración.
Según los registros, en el campo gitano sólo quedaron unos 3 mil, la mayoría ancianos, enfermos y mujeres con hijos. En teoría la liquidación de este grupo no era complicada.
No obstante, la reciente investigación de un grupo de historiadores del Museo Memorial de Auschwitz –quienes buscan validar científicamente la denominada revuelta gitana de mayo– refiere que la resistencia activa de los gitanos frente a los efectivos de las SS se reconoce con mayor precisión justamente en lo que tuvo lugar el 2 de agosto de 1944.
Para ello se cita el relato del exprisionero Alfred Fiderkiewicz: “Los uniformados comenzaron a rodear el campamento gitano. Escuchamos el grito de ‘¡raus!, ¡raus!’ (¡afuera!, ¡afuera!) pero la barraca de enfrente de nosotros permaneció cerrada. Parece que la cerraron por dentro. Un grupo de las SS logró entrar y después de un rato se escucharon gritos de jóvenes mujeres gitanas que se defendían al ser sacadas. Otras rasguñaban en las caras a sus torturadores, quienes se defendían con sus armas.
“Nadie salió de ahí sin oponer resistencia. Todos lucharon. Escuchamos a los SS gritando, pero también a los gitanos. Las mujeres –más jóvenes y fuertes– fueron las más feroces en su lucha por proteger a sus hijos. La batalla duró hasta el anochecer y todos fueron arrastrados hasta los camiones, luchando. Así fue como asesinaron a los gitanos que quedaban. En un número de 3 mil o 4 mil. Esa misma noche nuestro campamento fue cubierto de humo (de los crematorios), tan oscuro como el alquitrán.”
Este reportaje se publicó el 26 de enero de 2020 en la edición 2256 de la revista Proceso