EAAF: 35 años despejando incógnitas

sábado, 15 de junio de 2019 · 13:06
Nació con el objetivo de identificar a las víctimas de la Guerra de las Malvinas que fueron enterradas en fosas comunes. Pero no se quedó ahí: puso su conocimiento al servicio del mundo y su especialización y fama crecieron. Es el Equipo Argentino de Antropología Forense, que cumple 35 años y tiene en su haber, entre otras cosas, la identificación de los restos del Che Guevara y su demolición de la “verdad histórica” sobre el caso Ayotzinapa. BUENOS AIRES (Proceso).- Cinco figuras recorren la “escena del crimen”. Llevan overoles, cofias, tapabocas, guantes y cubrezapatos, todo de un blanco inmaculado. En el centro del salón yace un maniquí con una pierna descoyuntada, sólo un brazo, un sostén por única prenda: claros signos de una “mala muerte”. Metros más allá, unos huesos y una cuerda “ensangrentada”. Más acá, restos de carbón y una botella tiznada por un incendio que todavía “arde”, mientras las figuras blancas inician la tarea de demarcación del perímetro. Es el seminario de capacitación que tiene lugar en la sede del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) en esta capital. Está dirigido a una decena de jueces, fiscales y médicos forenses y se centra en la investigación de casos de femicidio. La experiencia de trabajo del equipo en Ciudad Juárez ha sido decisiva, pues ahora Argentina cuenta ya con leyes y protocolos en la materia, aunque los errores persisten a la hora del levantamiento de evidencias. El EAAF celebra 35 años. Fue fundado el 23 de mayo de 1984 por el estadunidense Clyde Snow, un precursor en la aplicación de técnicas arqueológicas a la investigación forense, responsable de la identificación de los restos de Josef Mengele en Brasil. Cuando Snow llegó a Argentina, el terror de la dictadura todavía estaba fresco y su oficio no tenía precedente. Su propósito de formar un grupo para identificar a los miles de desaparecidos, presumiblemente enterrados en fosas comunes, sólo consiguió el apoyo de un puñado de estudiantes de antropología y arqueología, entre los que estaba Patricia Bernardi. “El Equipo se fundó en 1984 y desde 1987 trabaja también en el exterior: hoy, en más de 55 países en cuatro continentes”, dice a Proceso la antropóloga forense. “Algunos países son prioritarios. Por ejemplo México, que es donde se lleva a la mayor cantidad de gente. El trabajo fuerte también es el de Argentina, que desde los inicios estamos con el objetivo de poder identificar a todas las personas que fueron inhumadas como NN durante el gobierno militar”, explica. El Salvador, Kosovo, Timor Oriental, Ruanda: la carta de presentación del EAAF es un compendio de lugares vinculados a genocidios y masacres. “Trabajamos con la desaparición y el estudio de cuerpos en distinto tipo de contextos. De conflictos civiles, étnicos, religiosos. Macrocriminalidad, sobre todo”, dice a Proceso Sofía Egaña, miembro del equipo desde 1999. “En los últimos años, como acompañando este contexto de complejización de la criminalidad, estamos trabajando fuertemente en dos áreas que tienen que ver con muerte violenta de mujeres y con la identificación de migrantes que desaparecen en la ruta migratoria de los países centroamericanos, pasando por México, hasta la frontera sur norteamericana”, explica. El EAAF es una organización científica no gubernamental, sin fines de lucro, que en la actualidad está compuesto por 65 antropólogos, arqueólogos, médicos, biólogos y genetistas. En Argentina, o allí donde realiza un proyecto, uno de sus ejes principales es la transferencia de conocimientos. En Vietnam forma a forenses que tratan de identificar miles de cuerpos sin nombre que quedaron tras la guerra contra Estados Unidos. En Sudáfrica ha realizado exhumaciones de casos de la época del apartheid, pero también ha participado de la creación de la Escuela Africana sobre Derechos Humanos y Ciencias Forenses, donde desde 2012 dicta cursos dirigidos a miembros del servicio de justicia, criminalistas y peritos policiales de todo el continente. La temática abarca casos complejos, exhumaciones, identificaciones y técnicas tales como el análisis de laboratorio de restos esqueletizados, búsqueda de lesiones, enterramientos múltiples, fosas clandestinas. El trabajo forense suele entrar aquí en conflicto no sólo con la resistencia de altos funcionarios sino también con prácticas y creencias de las poblaciones locales en cuanto al tratamiento de los cadáveres. Durante el último trimestre de este año, el EAAF organizará por primera vez la Escuela de Ciencias Forenses en Túnez, dirigida a especialistas de los países africanos francoparlantes. [caption id="attachment_588379" align="alignnone" width="702"]Foto: Reuters / Cortesía Viviana D'Amelia / EAAF Foto: Reuters / Cortesía Viviana D'Amelia / EAAF[/caption] Las familias El EAAF sólo actúa ante pedido de las familias. El compromiso principal de estos antropólogos forenses no es con un Estado, es con las familias. En cada una de sus misiones hay investigación, exhumación, identificación y por último, un reporte de los resultados a los familiares. Por lo general los responsables de las desapariciones son actores estatales o bandas criminales implicadas con altos funcionarios; los médicos forenses pertenecen a la policía o al Poder Judicial y suelen incurrir en conflictos de interés. Quienes siempre impulsan la investigación y aportan información vital son las familias, que arrastran un dolor profundo. “Haber pasado por una desaparición en una familia es una cosa... inconcebible. Es tremenda la situación. No se puede duelar, no se puede saber qué pasó. No está, se fue”, dice Sofía Egaña. En la segunda mitad del siglo pasado la desaparición de personas fue la marca distintiva de las dictaduras impulsadas por Estados Unidos en Latinoamérica. El EAAF se ha ocupado de exhumar a esas víctimas en muchos rincones del continente. El caso de los 43 normalistas desaparecidos entre el 26 y el 27 de septiembre de 2014 en Ayotzinapa ha significado un desafío complejo para los experimentados miembros del equipo. Los hallazgos y peritajes del equipo en el basurero de Cocula refutan varios de los argumentos del informe presentado como “verdad histórica” por el gobierno de Enrique Peña Nieto. El EAAF, como ya lo había hecho el Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes, sostiene que no hay evidencia científica de que los cuerpos de los jóvenes hayan sido incinerados en ese sitio. Concluye que la hoguera necesaria para quemar 43 cuerpos debió haber ardido mucho más que las 12 horas declaradas por quienes se adjudicaron el hecho. La vegetación circundante presentaba, a fines de octubre de 2014, 30 días después de las desapariciones, un desarrollo de tres a cinco meses, lo que refuta la posibilidad de que hubiera habido allí un mes antes una hoguera alimentada con tantos cuerpos. El EAAF ha advertido también sobre los 42 casquillos encontrados por la PGR en el basurero de Cocula el 15 de noviembre de 2014, en un sitio que dos semanas antes había sido examinado por la propia Procuraduría y los antropólogos argentinos sin que se encontrara nada. “La PGR fue sola, en lugar de ir con nosotros, que era el acuerdo que se tenía en ese momento”, dice a Proceso Mercedes Doretti, quien estuvo a cargo de la investigación del EAAF en el sitio. “Y cuando dos de estos cartuchos coinciden en el análisis de armas con dos cartuchos que ya antes habíamos encontrado, es decir que en principio habían sido disparados por la misma arma, ciertamente que eso abre la duda sobre el resto de la evidencia balística que habíamos encontrado en primer lugar”, explica. Recalca, además, que de acuerdo con el relato de los supuestos autores, la ejecución de los normalistas se habría efectuado en la parte alta del basurero. Sin embargo, el grueso de la evidencia balística encontrada en el peritaje conjunto entre la PGR y el EAAF estaba abajo. “Y cuando la PGR supuestamente encuentra esta evidencia balística, 15 días después, supuestamente la encuentran arriba”, dice la antropóloga forense, que apunta a una manipulación de la evidencia. Por otra parte, el EAAF mantiene sus dudas acerca de la procedencia de la muestra que hasta hoy identifica con un grado de coincidencia “moderada” a uno de los estudiantes, Jhosivani Guerrero de la Cruz, encontrada en Cocula. La creación de una comisión especial para investigar el paradero de los 43 estudiantes, anunciada por Andrés Manuel López Obrador al asumir a la Presidencia, genera una expectativa diferente. El EAAF, que ya lleva 15 años de trabajo en México, también podría jugar un papel relevante para identificar a los 40 mil desaparecidos durante la guerra contra el narcotráfico. “Es muy positivo que se haya activado la comisión presidencial para el caso Ayotyinapa, porque puede ayudar mucho a que se avance y a darle la relevancia que tiene que tener”, dice Doretti. “Y el segundo anuncio, de crear un mecanismo extraordinario de identificación forense, creo que es importantísimo, y que en paralelo tiene que haber un fortalecimiento de los servicios periciales”. –¿Qué significa México para el Equipo Argentino de Antropología Forense? –se le pregunta a Doretti. –Un lugar muy querido, donde hemos conocido gente de mucha valentía, mucho coraje, mucha inteligencia, y en eso incluyo a ONG, familias, periodistas –dice la especialista–. Y al mismo tiempo es un lugar en el que vemos casos muy dífíciles y muy severos, en término de violaciones a los derechos humanos. Duelo Otra tarea central de los miembros del EAAF sigue siendo aportar evidencia científica en diferentes casos de crímenes de lesa humanidad. Así lo hicieron en el juicio contra la juntas militares argentinas y en los de la Corte Internacional de Justicia en La Haya por los crímenes de guerra en Yugoslavia. El pasado agosto, Mercedes Doretti, Patricia Bernardi y Silvana Turner comparecieron en El Salvador ante el juzgado que instruye el juicio por la masacre de 1981 en El Mozote. Parte de la cúpula militar del ejército salvadoreño de ese entonces se encuentra entre los procesados. Las antropólogas forenses dejaron sin argumentos a los abogados defensores, que sugerían que se habría tratado de un enfrentamiento armado, que el lugar sería un cementerio o que la escena se había alterado. La evidencia forense es tajante. Pone fin a controversias históricas. La identificación surge del cotejo entre los datos premortem y posmortem y los análisis de ADN. El hallazgo e identificación en 1997 de Ernesto Che Guevara en Vallegrande, Bolivia, conjuntamente con un equipo cubano, fue noticia en todo el mundo. Luego se sumarían los casos de Salvador Allende, Joao Goulart, Pablo Neruda... A partir de julio de 2017 el EAAF ha podido identificar a 112 soldados argentinos, de un total de 123 que en 1982 fueron enterrados sin nombre en las Islas Malvinas tras la guerra contra Gran Bretaña. “En el laboratorio propiamente, cuando comparamos la base de datos de perfiles, que es una tarea técnica, puramente técnica, cada vez que aparecen nuevas referencias familiares en cada una de las dos bases de datos que cruzamos, el hecho de encontrar coincidencias es una alegría, y además cierra el capítulo de lo que hacemos”, dice a Proceso Carlos Vullo, director del laboratorio genético del equipo en Córdoba, Argentina. En la actualidad el EAAF participa en la búsqueda de un batallón del ejército uruguayo, en la identificación de desaparecidos durante la dictadura de Alfredo Stroessner en Paraguay y ha sido designado perito oficial para los exámenes de ADN en una causa que sustancia la justicia argentina sobre crímenes cometidos por la dictadura de Francisco Franco en España. El EAAF ratifica el compromiso con su línea de trabajo histórica, iniciada en junio de 1984, cuando realizó la primera exhumación de un desaparecido en una fosa clandestina en un cementerio del Gran Buenos Aires. Dentro de una campaña lanzada en marzo de este año, con el objetivo de identificar los restos de unas 600 víctimas de la dictadura, consiguió el aporte de nuevas muestras de familiares y hasta ahora ha logrado 40 identificaciones positivas, que se suman a las 800 realizadas durante los últimos 35 años. El EAAF obtiene perfiles genéticos de muestras degradadas, usa drones y cámaras infrarrojas para rastrear lo que permanece oculto, apela a programas de arquitectura forense para reconstruir las escenas de un crimen. El objetivo es siempre revelar esa verdad oculta, que permita abrir una nueva etapa en la vida de los familiares. Los antropólogos forenses suelen observar que las familias se movilizan guiadas por un sentimiento colectivo de defensa y de mejora, en nombre de esos hijos que perdieron. “Creo que una de las partes más importantes de nuestro trabajo es cuando uno puede notificar al familiar que se ha hecho la identificación, y que no sólo le vas a decir que lo mataron de tal forma sino qué día lo mataron y cómo lo enterraron”, dice Bernardi. Los familiares de un desaparecido que ha recuperado su identidad suelen acariciar sus huesos: los tocan, los besan, les hablan. Algunos refieren que a partir del reentierro cesan las apariciones del ser querido, tanto en la vigilia como en el sueño. “Frente a este trabajo, que te parece muy duro, siempre hay una aceptación; pero creo que lo más importante es saber que vivir con la verdad es lo más importante que te puede suceder”, dice Bernardi. “Vivir con el signo de pregunta es torturante. Hacia ahí apuntamos en todos los trabajos que realizamos. Más allá de que sea acá, allá, todos con el mismo objetivo de decir: ‘Bueno, este es tu hijo. La causa de muerte es esta. Y acá lo tenés para hacer un entierro de la manera que quieras hacerlo’”, concluye la antropóloga forense. Este reportaje se publicó el 9 de junio de 2019 en la edición 2223 de la revista Proceso

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