Si al dragón le da gripe...
Cuando el gigante asiático desacelera su crecimiento… una catástrofe aplasta a sus proveedores de materias primas. Eso está ocurriendo en América del Sur, donde Brasil, Chile, Perú, Venezuela y Argentina cifraron sus expectativas de crecimiento en la exportación a China de hidrocarburos, minerales y productos agrícolas. Ahora, la baja en las ventas del cobre, el mineral de hierro o la soya se traduce en grandes números de desempleados y, por ende, en una reducción del consumo interno de esos antiguos proveedores del Dragón.
Río de Janeiro (Proceso).- La economía de América del Sur sufre un nuevo ciclo de turbulencia y reaparecen las evidencias de que durante la última década las cosas no se hicieron como se debían.
El llamado “superciclo” de las materias primas, iniciado en 2002 –con una China por entonces en pleno auge económico, que compraba vorazmente y elevaba los precios– llegó a su fin.
Los grandes generadores de hidrocarburos, minerales y productos agrícolas –Brasil, Perú, Chile, Venezuela y Argentina– padecen los efectos de una China que, aunque sigue avanzando económicamente, ha perdido fuelle y se aleja de las cifras de crecimiento de dos dígitos de las últimas tres décadas.
Cada país sudamericano vive el fenómeno a su escala y magnitud, derivado sobre todo de su situación interna. Pero casi ninguno se salva de sus efectos.
Ese movimiento tectónico que se extiende desde Asia por el Pacífico hasta el corazón productor del cobre, el mineral de hierro y la soya, en el Cono Sur, no es sólo un conjunto de cifras negativas en los indicadores, como el Producto Interno Bruto, la balanza comercial o el hundimiento de las monedas nacionales. Es también una historia de impacto social cuyos efectos son ya perceptibles en las crecientes filas del desempleo o en la caída del consumo de los productores de materias primas.
Un ejemplo: desde Miami, destino estadunidense predilecto de los brasileños para hacer turismo de compras, Thais Lima nota esos cambios a diario. Esta brasileña –fundadora y directora de la agencia turística Eagle Tours & Transportation– dice que ya no hay rastro en la ciudad del brasileño que, con una moneda nacional cercana a la paridad con el dólar en 2011 y unos precios nacionales absurdamente altos por las barreras arancelarias a la importación de manufacturas, “consumía y hacía compras de forma absolutamente absurda” en sus viajes.
“He visto familias con hasta 120 mil dólares en efectivo para gastos y compras. Ahora ya no existe ese frenesí, y los que antes regresaban con muchas maletas llenas de compras, ahora lo hacen con apenas una”, explica en entrevista telefónica.
“Estamos sintiendo la desaceleración del mercado desde finales de marzo”, señala Lima, quien atribuye “la disminución de hasta 50%” en la cifra de negocios a la inestabilidad y la crisis política del gigante sudamericano, además de a las dificultades económicas de un Brasil que en la última década le apostó fuerte –quizá demasiado– a la exportación de minerales y agroalimentos (todos ellos de forma primaria o casi) hacia su mayor socio comercial: China.
Esa tendencia descrita por Lima se expresa bien en los datos del Banco Central de Brasil, que en 2013 y 2014 reportaba mes a mes nuevos récords de gasto de los brasileños en el exterior, signo de un país en bonanza y de una moneda fuerte, además de un sistema impositivo que hace, por ejemplo, que Brasil venda el iPhone más caro del planeta.
Pero ahora los datos arrojan una profunda frenada. En el primer semestre de 2015, los brasileños desembolsaron en el exterior 6 mil 996 millones de dólares en compras, una cifra considerable, pero 21% menos que en el mismo periodo de 2014.
A la sombra del Dragón
Con la salvedad de Venezuela, que se encuentra en pleno deterioro por la errática política económica del régimen de Nicolás Maduro, Brasil es el país que más sufre el paulatino letargo de la economía china, que este año debe crecer 6.8%, según las últimas estimaciones del Fondo Monetario Internacional, menos de la mitad del 14.2% de 2007.
En un contexto de crisis institucional por el escándalo de corrupción en la estatal Petrobras –cuyos tentáculos amenazan ahora con impactar incluso al expresidente Luiz Inacio Lula da Silva y han situado el rechazo de Dilma Rousseff en un histórico 71%, según encuesta publicada el jueves 6–, Brasil percibe con ansiedad las malas noticias que provienen del socio asiático.
“Dependiente de China como un país colonial depende de la metrópoli. Brasil tiene motivos especiales para asustarse cuando la economía china lanza alguna señal de alarma”, señaló un editorial del 28 de julio del diario Estado de Sao Paulo, el cual criticaba que apenas 15% de los bienes que el país exporta a China son manufacturados o semimanufacturados.
En un tono menos alarmista pero igualmente crítico, el brasileño José Graziano da Silva, director general de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, lo resumía así el 30 de junio: “El problema es que Brasil concentró demasiado sus exportaciones en China. Creamos una dependencia de exportación de materias primas para el mercado chino. Brasil cometió el error de desindustrializarse”, dijo en entrevista con el diario Valor.
La historia se repite
Aunque Brasil será el país que menos crezca en la región, tras Venezuela, la situación del gigante sudamericano no es ni de lejos única.
“A pesar del mejor desempeño que mostrarían las economías de Chile y Perú, producto de la recuperación de su demanda interna, en 2015 el PIB de América del Sur experimentará una contracción (-0,4%). Esta caída de la actividad económica sería incluso mayor que la registrada en esta subregión durante la crisis mundial de 2009”, señala el informe Estudio económico de América Latina y el Caribe. Desafíos para impulsar el ciclo de inversión con miras a reactivar el crecimiento, el más reciente de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe.
De alguna forma, la región paga ahora la sobredependencia de un mercado –el chino– insaciable de materias primas, pero que desde hace ya varios años daba signos evidentes de sobredimensión o, como es el caso del sector de la construcción, de existencia de una burbuja inmobiliaria. Un fenómeno, este último, con paralelismos respecto a las bruscas caídas recientes de la bolsa de Shanghái.
Los chinos, por falta de opciones de inversión debido a los controles de capital que impone el gobierno, tuvieron durante años apenas dos opciones claras donde invertir su dinero: la bolsa local o el ladrillo. Con capital procedente de una de las tasas de ahorro más elevadas del planeta –los chinos guardan en promedio 40% de lo que ingresan–, esos sectores florecieron extraordinariamente durante años… Hasta que llegaron las turbulencias, sobre todo la inmobiliaria.
Era evidente que había una burbuja cuando aparecían, de la nada, ciudades llenas de rascacielos deshabitados o se construían a toda velocidad y sin descanso nocturno centros comerciales –incluso en el corazón de Beijing, como demuestra el reciente caso del Soho Galaxy de Chaoyangmen– que después estaban desiertos de clientes.
El fin del ciclo de frenética construcción china tiene un impacto evidente para potencias productivas de cobre, como Perú y Chile, pioneros en la región en sus tratados de libre comercio con el país asiático, así como para productores gigantes de mineral de hierro, como Brasil.
“La caída del precio de los metales, influida en buena medida por la menor demanda de China, ha tenido drásticos efectos en la economía peruana en general, resultado de la recesión de la industria minera”, explica en entrevista telefónica el profesor peruano de economía Víctor Torres, de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
“La historia se repite, porque los países de América Latina ya han pasado por esta situación: dependemos de nuestras materias primas, pero cuando la coyuntura internacional nos beneficia, no aprovechamos ese periodo de las ‘vacas gordas’. Creo que Perú no ha aprendido de su historia y ha vuelto a perder una gran oportunidad para utilizar su periodo de bonanza para financiar un desarrollo sostenible de largo plazo”, dice el experto en el sector minero quien, en este escenario, prevé que se agudizarán los conflictos socioambientales en el país.
No es sólo que la demanda de China –consume la mitad del cobre del planeta– se haya encogido y ningún otro país –ni siquiera India– pueda adquirir a corto o mediano plazo ese remanente. Lo más sangrante para los países productores es que la oferta –estimulada por el ciclo de altos precios– es actualmente muy superior a la demanda y mantiene las cotizaciones hundidas, casi 50% menos que en 2011 en el caso del cobre, derrumbando los equilibrios comerciales.
Perú, por ejemplo, suma ya dos años de déficit comercial con China y se prepara para un nuevo ejercicio de balanza deficitaria; Chile, más diversificado en su canasta exportadora, mantiene el saldo a su favor –750 millones de dólares en el primer trimestre, según datos del Banco Central–, pero se aleja del superávit de 7 mil millones de 2011.
Este escenario de precios mínimos en las materias primas contribuye a hundir las monedas locales respecto al dólar, con una caída de cerca de 50% en Brasil y mínimos en una década en Chile o Perú, mientras las bolsas son presa de la volatilidad por la huida de inversionistas extranjeros hacia mercados que consideran más seguros, como el de Estados Unidos.
El petróleo es el exponente más visible de esta nueva tendencia, con un barril que pasó de 100 dólares a los actuales 45 en la bolsa de Nueva York en apenas 13 meses.
Quizá China no sea la única razón de ello –la emergencia de nuevos grandes productores, como Estados Unidos, supone un aumento exponencial de la oferta–, pero no cabe duda que la desaceleración del mayor consumidor de energía del planeta es un elemento fundamental.
En Macaé, “la capital petrolera” de Brasil por ser la base de operaciones de las exploraciones en alta mar de los yacimientos brasileños, el impacto de este nuevo escenario de petróleo barato se deja sentir por todos los rincones. La ciudad, desde donde salen los buques que explotan el crudo de la Cuenca de Campos, creció un colosal 600% entre 2003 y 2013.
Pero ahora esa bonanza se ha parado en seco y los sindicatos cifran en 20 mil los empleos directos perdidos el último año, un tercio de la fuerza laboral que vive del petróleo en la ciudad.
La contracción se siente también en el consumo, como explican a Proceso numerosos comerciantes en la avenida Rui Barbosa, la principal arteria comercial de la ciudad.
“El negocio está horrible”, señala Diane, una empleada de una tienda de ropa que, pese a los descuentos de 50%, no logra frenar la caída de los ingresos por las ventas. “Hemos pasado de ventas por 34 mil reales mensuales (unos 10 mil dólares) a 26 mil”, explica.
Antonio Martius Gondim, presidente de la Asociación Comercial e Industrial de Macaé, coincide: “Aquí gira todo en torno al petróleo. Y cuando hay una gran contracción, como la de ahora, eso se nota en toda la cadena económica”.
Los comerciantes calculan la caída de la actividad en torno a 30%, con algunos sectores, como el inmobiliario, especialmente dañados por el colapso en la demanda de departamentos de lujo, pues muchas empresas han reducido sus enviados a la zona. Y todo ello en un escenario de incertidumbre, pues nadie sabe si los precios de las mercancías han alcanzado su piso o todavía seguirán bajando. O si la locomotora china volverá a bajar la velocidad de su crecimiento.