Opinión
Bioanclajes migrantes en la era de Trump
Desde su primera administración y hasta la fecha, el presidente Trump ha implementado una política migratoria inhumana. Ante esto, los bioanclajes migrantes resurgen de manera imprescindible.¿Sabe que el presidente Donald Trump está deportando a mucha gente? Le pregunté a Elisa, una mujer de Guatemala, de 60 años de edad, a quien conocí a inicios del 2018 en un albergue en Matamoros. “Sí, escuché, y que va a cerrar la frontera”, me respondió. “Pero tengo mucha fe en Dios de que nos irá bien y que al presidente se le ablandará su corazón”. Elisa viajaba con su nieta: una adolescente con un tumor en la cabeza que requería tratamiento. “Tengo fe en que si cruzamos ella recibirá atención médica y se recuperará”, agregó. Días después la nieta de Elisa enfermó y como sus medicamentos eran costosos, pidieron apoyo a Médicos Sin Fronteras, incluso otras personas migrantes cooperaron.
La historia de Elisa era desgarradora: en Guatemala vivía en condiciones de extrema pobreza (habitaba una choza rural y sobrevivía vendiendo leña), pasó por una desgracia familiar (su hija fue abandonada por el esposo y después murió, por eso estaba a cargo de su nieta). Durante el tránsito a la frontera norte de México, abuela y nieta sufrieron muchas penurias. Ellas no fueron las únicas: en aquel año y más el siguiente, cientos o miles de personas de Centro y Sudamérica llegaron en caravanas a esta región para solicitar asilo en los Estados Unidos. En el trayecto las extorsiones de autoridades migratorias mexicanas, de la Guardia Nacional, sin contar el peligro por el crimen organizado.
Sin embargo, el corazón del presidente Trump no se ablandó, como Elisa esperaba. Su era inició en el verano del 2017, con su política de tolerancia cero ante la inmigración. La separación familiar fue el principio: padres de familia, que con sus hijos o hijas cruzaron la frontera de forma irregular, fueron separados de éstos y perdieron la custodia. Se estima que para finales de 2019 más de 5,500 niños y niñas, incluidos bebés, fueron separados. Luego siguió el fenómeno de “los niños enjaulados”: mientras sus padres eran procesados, los menores eran enviados a centros de detención que algunos congresistas demócratas como Peter Welch, definieron como jaulas o prisiones.
Al sur de la frontera las caravanas de migrantes continuaron. En ciudades como Matamoros se formó un campamento que llegó a concentrar alrededor de 2,000 personas que vivieron en condiciones infrahumanas. En enero de 2019 el presidente Trump implementó los Protocolos de Protección a Migrantes (MPP), forzando a los solicitantes de asilo a esperar en México mientras sus casos eran procesados. La desesperación y la muerte llegaron: un reportaje de la Agencia EFE señaló que 300 personas migrantes murieron ahogadas, en el río Bravo, entre octubre de 2018 y septiembre de 2019. Después llegó la pandemia por Covid-19 y la frontera se cerró con el Título 42.
El contorno inhumano de las políticas migratorias de Trump, basadas en la crueldad utilizada como mecanismo de disuasión, fue más que evidente. Los analistas políticos, académicos y comunicadores hablaron de la violencia fronteriza, de necropolíticas migratorias, de espectáculos o de sacrificios de frontera. Sin embargo, muy pocos se preguntaron por qué, a pesar de este paisaje inhumano y peligroso, las personas migrantes continuaban en el camino, permanecían en espera en ciudades fronterizas o se atrevían a cruzar la frontera. Mi respuesta es que se debió al reforzamiento de bioanclajes migrantes.
Se trata de un concepto germinal que hace referencia a las formas en que las personas en movilidad se aferran a la vida a pesar de la violencia o de las adversidades estructurales y cotidianas. Los bioanclajes se construyen a través del despliegue de sentimientos positivos y prácticas de vida. Ejemplos de los primeros son el amor, la fe y la esperanza (como el amor de Elisa por su nieta, la fe en Dios o en el corazón de Trump y la esperanza de conseguir el asilo) y de las segundas son la solidaridad (como la tejida entre migrantes durante el camino o de organizaciones que apoyan en campamentos) y la hospitalidad (en albergues, familias o comunidades receptoras).
En la secuela de la era de Trump en 2025, los bioanclajes migrantes han resurgido. Además de incrementar aranceles, Trump comenzó con la detención y deportación masiva de personas. La estrategia utilizada por el Servicio de Inmigración y de Aduanas (ICE) de los Estados Unidos es más que conocida: redadas en las que los agentes, con armas de alto calibre y a veces usando pasamontañas, detienen de forma violenta a personas migrantes en espacios públicos y privados. Un caso ilustrativo es el de una madre venezolana, quien al ser detenida por agentes de ICE clama por sus hijos que están en la escuela y los vecinos se solidarizan con ella.
Otros casos son, por ejemplo, las muestras de amor de una familia mexicana, cuya hija fue detenida por ICE, pero a pesar de ello mantuvieron la esperanza y movilizaron recursos legales y comunitarios hasta conseguir su liberación; o el caso de una madre brasileña y su bebé, en Massachusetts, a quienes ICE intentó arrestar en la calle de un vecindario, pero al gritar, familiares, vecinos y activistas se unieron en una muestra de apoyo comunitario y de esperanza. O bien, los innumerables casos de Los Ángeles, donde las protestas ciudadanas y las declaraciones de autoridades contra las redadas –como la de la alcaldesa Karen Bass– son una muestra de la solidaridad y la hospitalidad colectiva que emergen ante la vulneración de personas migrantes.
Como se observa, desde su primera administración y hasta la fecha, el presidente Trump ha implementado una política migratoria inhumana. Ante esto, los bioanclajes migrantes resurgen de manera imprescindible, pero no sólo eso, también toman un nuevo matiz al pasar de formas individuales en que las personas se aferran a la vida a pesar de la agresión de las políticas migratorias, a formas colectivas para hacer frente a dichas políticas, echando mano de sentimientos comunitarios, de recursos legales, pero también de prácticas de solidaridad, hospitalidad y resistencia barrial, étnica y política.
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*El Colegio de la Frontera Norte