Internacional

Irán y el supremacismo de Israel

Ucrania, antes de ser invadida por Rusia, estaba lista para unirse a Occidente y, por su parte, Israel, antes de los ataques de Hamás, estaba pronto a unirse a Oriente.
domingo, 13 de julio de 2025 · 07:00

Donald Trump envalentonado por ser presidente de Estados Unidos que detenta el armamento más poderoso, después de haber destruido supuestamente los laboratorios de procesamiento de uranio en Irán, arremete y expresa que “sin ninguna duda” podrá bombardear de nuevo a ese país si reemprende el enriquecimiento de uranio con fines militares.

Lo trágico de su afirmación es que durante los 12 días de guerra abierta entre Irán e Israel, éste cobró la vida de más de mil personas, entre las que destacan 132 mujeres y 38 niños; también la Organización de Activistas de Derechos Humanos en Estados Unidos calculó entre los muertos a 435 militares, varios de ellos con sus familias, por lo que el saldo restante es de civiles. Como se ha afirmado, en la campaña Israel bombardeó los tres blancos militares en Natanz, Isfahan y Fordow, supuestamente para acabar con instalaciones militares a punto de construir la bomba atómica.

Como se sabe, Estados Unidos se unió a la ofensiva israelí luego de montar la distracción de que discutía con la República islámica a propósito de regular su programa nuclear. Y no obstante, observadores detectaron la salida de aviones de territorio estadunidense en tránsito hacia sus bases militares en Medio Oriente varios días previos a las acciones del 21 y 22 de junio. Incluso varios días previos se detectó la salida de Estados Unidos de los aparatosos bombarderos B2, capaces de cargar con la bomba GBU-57 de más de 13 toneladas, la única rompebúnkers. Los alardes tecnológicos de esta guerra ya habían sido mostrados por Israel con el uso de inteligencia artificial, al emplazar en el mismo territorio iraní los misiles para atacar Teherán, trasladados en camiones que con una orden puede activar.

Irán penetró el cielo de Bat Yam, Israel. Foto: Ohad Zwigenberg / AP.

El 24 de junio el presidente de Estados Unidos impuso un alto al fuego, aunque insistió para hacer mayor la humillación: “No ofrecí nada a Irán, porque dejamos inservibles sus instalaciones”. Pero Rafael Grossi, director de la Agencia Internacional de Energía Atómica, recordó que entre sus objetivos estaba el de fomentar el uso pacífico de la energía nuclear que Irán argumenta como su finalidad, como lo hacen otros países menos vigilados.

Por eso es pertinente la pregunta de quién confiere el derecho de poseer armas nucleares a países como Estados Unidos, India, Pakistán, Corea, incluso Israel que, por cierto, desarrolló su programa nuclear clandestinamente en el desierto del Negev y nunca ha permitido la inspección de la agencia encargada, por lo que realmente se desconoce cuántas cabezas nucleares tiene. La negativa, está visto, no es para todos, pero la mayoría de personas respetables la establece para Irán sin argumento alguno.

La insistencia en destruir los lugares de transformación de uranio en energía recuerda aquella mentira montada por el entonces presidente de Estados Unidos George W. Bush que usó el pretexto de la posesión de armas de destrucción masiva para ir en contra de Sadam Hussein en Irak en 2003, provocando una guerra que saldó con más de 183 mil civiles muertos. Una cifra mucho mayor a la de muertes causada por la bomba atómica sobre Hiroshima.

Hasta el prestigiado periodista Thomas Fiedman, en una análisis brillante en The New York Times sobre lo que significaron los ataques a Irán como parte de una lucha global, insiste en que no debe permitirse a Irán desarrollar la energía nuclear. Comienza por explicar la invasión de Rusia a Ucrania en 2022 con el “único objetivo de borrar su democracia” y los ataques de Hamás a Israel en 2023 para bloquear el desarrollo para alcanzar la convivencia con los árabes. Encuentra dos fuerzas que llama de inclusión y resistencia.

De un lado “los países y líderes que ven que el mundo y sus naciones se benefician de más comercio, más cooperación contra las amenazas globales y una gobernanza más decente...”, y del otro, según él, están los líderes y países cuyos conflictos les permiten mantener a “su gente abajo, a sus ejércitos fuertes y su fácil robo de sus tesoros”. Esa disyuntiva para el escritor que hizo época con sus reportajes reunidos en su libro De Beirut a Jerusalem (1989), cuando como reportero se acercó a la guerra que inició en Líbano en 1975. Con su trabajo en las coberturas en Líbano, en Israel y por sus comentarios sobre el impacto global de la amenaza terrorista, obtuvo el premio Pulitzer en tres ocasiones.

De su argumentación sobre las fuerzas de inclusión y de resistencia llega a la conclusión de que Ucrania, antes de ser invadida por Rusia, estaba lista para unirse a Occidente y, por su parte, Israel, antes de los ataques de Hamás, estaba pronto a unirse a Oriente. Claro, mediante el apoyo de Estados Unidos, que lograría que Arabia Saudita y Emiratos Árabes abrieran el camino de la conciliación y probablemente el de la creación del Estado palestino, aunque con esto último no se compromete.

Eso sí, con toda su formación de estadunidense en su ideología pide a Trump que otorgue apoyo militar, económico y diplomático a Ucrania, para resistir a Rusia, tanto como está haciendo para que Israel derrote a Hamás y a Irán porque, concluye, Putin y los ayatolas quieren lo mismo. Menciona que Estados Unidos e Israel luchan con sus ejércitos mientras que Irán, Líbano, Siria, Yemen e Irak lo hacen con células terroristas. De donde se desprende que, según él, si se vale hacer la guerra con ejércitos constituidos, pero no con otras formas organizativas que no necesariamente son terroristas.

Pese a todo, afirma parafraseando al columnista israelí Yedioth Ahoronpth: “Me resistiré sin disculpas a la agenda anexionista de Netanyahu, su negativa a considerar un Estado palestino en condiciones seguras y su intento de derrocar a la Corte Suprema de Israel [...] y lo elogiaré [...] por enfrentarse al terrible régimen iraní, como si Israel no estuviera en las garras de sus propios supremacistas judíos liderados por Bibi, que amenaza a un Medio Oriente más inclusivo a su manera”.

De Trump, concluye, está involucrado con un peligroso proyecto autocrático en su propia casa. La inteligencia de Friedman con todo su razonamiento no logra desligarse de su cultura, que considera habita el país más democrático del mundo y con mayor capacidad para mostrar el rumbo a un mundo desorientado.

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