Karolina Gilas
Masculinidad, sexismo y el auge de la derecha radical
En Estados Unidos, el fenómeno es similar: estudios muestran que el sexismo hostil ha sido un predictor significativo —y creciente— del voto por Donald Trump.CIUDAD DE MÉXICO (apro).-Los resultados electorales del 2024 han confirmado una tendencia que las y los expertos llevaban años estudiando: el creciente apoyo a partidos y líderes de derecha radical populista. Pero más allá de las explicaciones habituales sobre crisis económica, migración o "valores tradicionales", existe una conexión menos visible pero igualmente importante: la relación entre masculinidad, sexismo y el voto por estos partidos.
Investigaciones recientes, como la de Eva Anduiza y Guillem Rico, han encontrado que no es simplemente ser hombre lo que predice el apoyo a estos movimientos políticos. Es la combinación de una fuerte identificación con características tradicionalmente consideradas "masculinas" y actitudes sexistas lo que realmente inclina la balanza electoral.
¿Cómo funciona esta dinámica? Cuando una persona —usualmente un hombre— se identifica fuertemente con rasgos como la dominancia, la competitividad o el control, es más probable que perciba los avances en igualdad de género como una amenaza. Esta percepción no surge de la nada: es alimentada por narrativas que presentan cualquier ganancia en derechos de las mujeres como una pérdida para los hombres.
El sexismo moderno juega aquí un papel crucial como mediador. Ya no se trata del viejo sexismo hostil que declaraba abiertamente la inferioridad de las mujeres. El sexismo contemporáneo es más sutil: se manifiesta en la negación de la discriminación persistente, el resentimiento hacia demandas feministas, bajo el argumento de que ya no hay discriminación que corregir, y la oposición a medidas que buscan la igualdad sustantiva, considerándolas favores injustos o incluso discriminación contra los hombres. Esta forma de sexismo es particularmente efectiva, porque es más aceptable socialmente que el sexismo hostil tradicional y conecta directamente con los discursos políticos de la derecha radical. Puede pensarse que ofrece una base ideológica que legitima agendas conservadoras bajo una apariencia de “neutralidad” o “justicia para todos”.
Los datos son reveladores. En países tan diversos como Estados Unidos, Francia, España o Brasil encontramos el mismo patrón: hombres con alta identificación masculina y actitudes sexistas tienen una probabilidad significativamente mayor de apoyar a candidatos y partidos de derecha radical populista. Las investigaciones muestran que inclusive la mitad del efecto total de la masculinidad sobre el apoyo a partidos de derecha radical se explica por actitudes sexistas, y este efecto se mantiene incluso cuando se controlan otros factores como nivel educativo, ingreso o ideología política general, como lo han evidenciado Anduiza y Rico para el caso de VOX en España.
En Estados Unidos, el fenómeno es similar: estudios muestran que el sexismo hostil ha sido un predictor significativo —y creciente— del voto por Donald Trump. Una encuesta reciente de YouGov mostró que, entre los hombres negros, aquellos que muestran mayores niveles de sexismo hostil han incrementado significativamente su apoyo a Trump en 2024, llegando a un aumento de hasta 20 puntos porcentuales comparado con la elección de 2020. No es sorprendente que, de las tres apuestas presidenciales de Donald Trump, su única derrota fue a manos de otro hombre blanco.
Sin embargo, el fenómeno no es exclusivo de los hombres. Algunas mujeres también exhiben este patrón de comportamiento electoral, aunque en menor medida. Esto sugiere que no estamos ante un simple conflicto entre géneros, sino ante una dinámica más compleja que involucra identidades y actitudes hacia la igualdad.
Además, varios de los partidos de derecha radical populista están ahora liderados por mujeres. Marine Le Pen en Francia, Giorgia Meloni en Italia o Alice Weidel en Alemania son ejemplos notables. Sin embargo, el tener lideresas no ha modificado la base ideológica ni las políticas de sus partidos. De hecho, estos liderazgos femeninos operan bajo lo que los académicos llaman "ambivalencia calculada": utilizan su género para moderar la imagen del partido mientras mantienen posiciones que, en la práctica, frenan el avance hacia la igualdad o, inclusive, perpetúan las desigualdades.
La evidencia sugiere que estamos ante un círculo vicioso: la percepción de amenaza a la masculinidad tradicional aumenta las actitudes sexistas que, a su vez, incrementan la receptividad a mensajes políticos que prometen defender roles de género tradicionales. Esta dinámica opera de manera efectiva en múltiples niveles. A nivel individual, ofrece una explicación simple para malestares complejos: no es la desigualdad económica o la falta de oportunidades, es el “feminismo” el que amenaza el orden natural. A nivel social, proporciona un sentido de pertenencia y propósito: la “defensa” de roles de género tradicionales se convierte en una causa política. Y a nivel electoral, estos sentimientos y creencias encuentran expresión en el apoyo a fuerzas políticas que prometen restaurar un orden idealizado.
Entender estas conexiones es fundamental para comprender la política contemporánea. No se trata simplemente de preferencias políticas o económicas, sino de cómo las identidades de género y las actitudes hacia la igualdad están moldeando el panorama electoral global. Esto es particularmente relevante para los partidos progresistas, que necesitan entender que no basta con promover políticas igualitarias; deben también abordar las ansiedades identitarias que alimentan el apoyo a las derechas radicales. Al final, la relación entre el sexismo y el populismo de derecha no es sólo una cuestión de preferencias electorales, sino un reflejo de tensiones profundas sobre el cambio social y el lugar que ocupan hombres y mujeres en él.