Karolina Gilas

El retorno de los fantasmas

Treinta años después de la reunificación, muchos alemanes del este aún se sienten ciudadanos de segunda. La dominación económica, política y cultural de Alemania Occidental ha alimentado un sentimiento de victimización que la extrema derecha explota hábilmente.
domingo, 22 de septiembre de 2024 · 07:00

El 1 de septiembre último Turingia y Sajonia, dos estados del este de Alemania, acudieron a las urnas para elegir a sus gobiernos locales. Los resultados de sus elecciones han encendido las alarmas: el partido de extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD) logró su mayor victoria electoral desde la Segunda Guerra Mundial.

En Turingia, un estado en el corazón de Alemania, la AfD obtuvo casi 33% de los votos convirtiéndose en la fuerza política más votada. En Sajonia, cuna de la Revolución Pacífica que contribuyó a la caída del Muro de Berlín, la AfD quedó en segundo lugar, con más de 30% de apoyo. Este estado fronterizo con Polonia y la República Checa, que fue parte de la Alemania Oriental comunista, ha sido un terreno fértil para el descontento y la nostalgia post-reunificación.

Los resultados son preocupantes, y el contexto agrava aún más la situación. La AfD no es un partido conservador común y corriente. En ambos estados, las autoridades de inteligencia lo han clasificado como una organización extremista que busca socavar la democracia alemana, por su retórica xenófoba, sus vínculos con grupos neonazis y sus intentos de reescribir la historia del Holocausto. Su líder en Turingia, Björn Höcke, ha sido condenado dos veces por usar deliberadamente retórica nazi. 

El simbolismo de la fecha no puede pasarse por alto: el 1 de septiembre, cuando Turingia y Sajonia acudieron a las urnas, marcó el 85 aniversario del inicio de la Segunda Guerra Mundial con la invasión nazi de Polonia en 1939. También fue en septiembre de 1930 cuando los nazis obtuvieron por primera vez un porcentaje significativo de votos (21%) en una elección en Turingia. Que la AfD haya triunfado en este estado con más de 30% de los votos, exactamente 94 años después, es una coincidencia histórica que ha estremecido a Alemania –y a gran parte de Europa–. 

¿Cómo hemos llegado a este punto? Las causas, como siempre, son complejas y múltiples. Treinta años después de la reunificación, muchos alemanes del este aún se sienten ciudadanos de segunda clase. La dominación económica, política y cultural de Alemania Occidental ha alimentado un sentimiento de victimización que la extrema derecha explota hábilmente. Las crisis migratorias, tanto la de 2015 como los flujos más recientes, han generado temores, aunque infundados, sobre la “pérdida de la identidad alemana”.

La invasión rusa en Ucrania. Simpatia en Alemania del este. Foto: Servicio de Prensa de Defensa de Rusia, vía AP 

El descontento hacia el gobierno actual también es un factor importante en este contexto. La coalición del canciller Olaf Scholz es muy impopular, especialmente en el este. Se la percibe como dividida, distante y obsesionada con regulaciones, en un momento en que la economía alemana atraviesa dificultades. Además, la guerra en Ucrania ha revivido viejas tensiones. Muchos alemanes del este, que crecieron en la órbita soviética, tienen una visión más favorable de Rusia y critican el apoyo alemán a Ucrania. Esta división refleja las cicatrices aún no sanadas de la separación durante la Guerra Fría: mientras el oeste experimentó un rápido crecimiento económico, el este sufrió un doloroso proceso de desindustrialización tras la reunificación.

Cabe destacar que la AfD no es el único partido extremista en ascenso. La Alianza Sahra Wagenknecht (BSW), un movimiento populista de izquierda, pro-ruso y antiamericano, quedó en tercer lugar en ambos estados. Fundado por Sahra Wagenknecht, exintegrante del partido Die Linke(La Izquierda), el BSW combina políticas económicas de izquierda con posiciones conservadoras en temas sociales y de inmigración. Su éxito en estas elecciones subraya la complejidad del panorama político actual en Alemania, especialmente en los estados del este. Entre la AfD y el BSW suman casi la mitad de los votos en Turingia y Sajonia.

Este fenómeno no es exclusivo de Alemania, ya que en toda Europa los partidos de extrema derecha están en pleno auge. Gobiernan o apoyan gobiernos en Italia, Finlandia, Suecia y otros países. Este verano, en Francia, el Reagrupamiento Nacional de Marine Le Pen ganó las elecciones parlamentarias. Días después de las elecciones alemanas, el 5 de septiembre, presidente francés Emmanuel Macron, en un intento por contrarrestar el avance de la extrema derecha, ha nombrado a Michel Barnier, un veterano político conservador, como nuevo primer ministro. Este movimiento, que representa un viraje hacia posiciones más duras en inmigración y seguridad, junto con los resultados en Alemania, sugiere una tendencia más amplia: los gobiernos centristas están adoptando posturas más conservadoras en un intento de frenar el avance de la extrema derecha. Sin embargo, esta estrategia podría resultar contraproducente, legitimando aún más las posiciones extremistas en lugar de contenerlas.

El avance de los extremos en Alemania, la economía más grande de Europa y tradicional motor de la integración europea, tendrá implicaciones que van mucho más allá de sus fronteras. Entre las consecuencias más inmediatas destaca la posibilidad de un debilitamiento en el apoyo a Ucrania. 

Partidos como la AfD y el BSW son abiertamente pro-rusos y se oponen a la ayuda militar a Kiev. En materia de política climática, el escepticismo de la AfD frente al cambio climático podría frenar las ambiciosas políticas verdes de Alemania y la UE. 

También es previsible una línea más dura en políticas migratorias, que potencialmente desafiaría acuerdos de la UE sobre asilo y refugiados. Aunque no son abiertamente anti-UE como otros partidos de extrema derecha, la AfD y el BSW son euroescépticos. Su ascenso podría complicar futuros proyectos de integración europea, en un momento en que la unidad del bloque es más necesaria que nunca frente a desafíos globales.

Pese a los resultados alarmantes, Alemania sigue siendo, en general, una democracia sólida con instituciones fuertes. Los partidos tradicionales se han negado a formar coaliciones con la AfD, lo que limitará su poder real, al menos por el momento. Sin embargo, el centro político alemán se está reduciendo. La coalición gobernante de Scholz, formada por socialdemócratas, verdes y liberales, sufrió pérdidas masivas. En Turingia, los tres partidos juntos apenas superaron 10% de los votos, evidenciando la creciente desconexión entre estos partidos y el electorado, especialmente en los estados del este.

Scholz. Coalición con pérdidas. Foto: Fabian Sommer/DPA vía AP 

Las elecciones en Turingia y Sajonia son una llamada de atención para Alemania y Europa. El próximo año habrá elecciones federales en Alemania, y el panorama no es alentador para los partidos tradicionales. La AfD se ubica en segundo lugar en las encuestas nacionales, con alrededor de 20% de intención de voto. 

La atención ahora se centra en las elecciones del estado de Brandemburgo, programadas para el 22 de septiembre próximo. Los resultados en Turingia y Sajonia sugieren que AfD y BSW podrían tener un desempeño fuerte también allí, lo que podría consolidar aún más el cambio en el paisaje político del este de Alemania.

El desafío para la democracia alemana es claro: ¿cómo responder al descontento sin caer en la trampa de adoptar el discurso de los extremos? Los partidos tradicionales necesitan reconectar con un electorado desencantado, responder a sus inquietudes legítimas, y, a la vez, reafirmar los principios democráticos que están en la base de la estabilidad política. La respuesta a este reto podría marcar no sólo el futuro de Alemania, sino el del proyecto europeo en su conjunto.

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