Olga Pellicer
Trump antes y ahora
A primera vista es difícil augurar la repetición de una relación con Trump como la que se tuvo en los años de AMLO o de Peña Nieto. Los personajes que Trump está eligiendo para conducir temas sensibles auguran momentos muy difíciles.El triunfo avasallador de Donald Trump que ha cubierto de rojo el territorio de Estados Unidos y obtenido la mayoría en la Cámara de Representantes y del Senado representa un importante punto de transición para la política de ese país y del mundo. Correrá mucha tinta sobre las múltiples explicaciones que pueden darse a un fenómeno que, si bien proviene esencialmente del interior de Estados Unidos, se ubica en los movimientos hacia la derecha que están presentes en numerosos países del mundo occidental, principalmente en Europa.
Los múltiples pronunciamientos que hizo Trump en su campaña y las medidas que está tomando al designar a sus principales colaboradores confirman la necesidad de tomar en cuenta la decisión y la fuerza renovada con que intenta realizar sus propósitos. Dado que ya hubo un primer periodo de Trump en la Casa Blanca hay experiencias que conviene recordar e identificar las diferencias, si las hay, entre el Trump de antes y el de ahora.
Durante su primer periodo Trump coincidió con dos presidentes mexicanos: Enrique Peña Nieto y, a partir de julio de 2018, con Andrés Manuel López Obrador. México ocupó un lugar importante en sus eslogans de campaña en 2015. Imposible olvidar sus mítines prometiendo un muro “que pagarán los mexicanos”.
En aquel entonces, para México los grandes temas de la agenda con el vecino del norte fueron: lograr un diálogo cordial entre los presidentes (lo cual nunca se alcanzó con Peña Nieto), bajar el tono a la demanda de un muro que en realidad nunca se hizo y nunca lo pagaron los mexicanos, asegurar la sobrevivencia del TLCAN y tener un entendimiento respecto de las corrientes migratorias que comenzaron a llegar en caravanas a EU.
De la parte mexicana, la renegociación del TLCAN correspondió al secretario de Relaciones Exteriores, Luis Videgaray, y al secretario de Economía, Ildefonso Guajardo. Fue una negociación muy profesional que llevó a la firma del T-MEC, poco antes de terminar el sexenio de Peña Nieto. El tratado se ratificó meses después por la necesidad de incorporar medidas en materia laboral que interesaban, sobre todo, a los representantes del Partido Demócrata de Estados Unidos.
El asunto migratorio resultó más complicado. Fue el secretario de Relaciones Exteriores de AMLO, Marcelo Ebrard, el encargado de detener el cierre de la frontera que Trump amenazaba realizar el día de la toma de posesión de López Obrador. Lo que se debió aceptar a cambio fue el programa “Quédate en México”, cuyos costos para la estabilidad fronteriza y para sentar precedentes para negociaciones futuras fueron muy altos.
La decisión de llevar una relación cordial con Trump tuvo un lugar prioritario en la estrategia de López Obrador para la relación bilateral. Cuando en mayo de 2019 vino la amenaza de aplicar aranceles escalonados de 5% hasta un 25% a las exportaciones mexicanas, AMLO no vaciló; miles de elementos de la recién creada Guardia Nacional fueron enviados a las fronteras norte y sur de nuestro país, bajando de inmediato el número de migrantes que eran detenidos en la frontera con Estados Unidos.
Está abierta la discusión sobre si no hubiese sido más conveniente aguantar los aranceles, dado que éstos perjudicaban esencialmente a los consumidores estadunidenses. Esperar que surgieran del interior mismo de EU las presiones para cambiar los términos de la negociación era una estrategia acertada. No ocurrió, dejando pendiente la tarea de reflexionar sobre la mejor manera de lograr formas de entendimiento más provechosas para ambas partes.
López Obrador mantuvo su amistad hacia Trump como evidenció su tardía felicitación a Biden, luego de las elecciones de noviembre de 2020.
A su vez, aquel se abstuvo de criticarlo y se sigue refiriendo a él como su “buen amigo”. ¿Podría repetirse ese esquema con el gobierno de Claudia Sheinbaum?
Advirtamos para empezar que la situación mundial, bilateral y al interior de los dos países ha cambiado profundamente. Trump llega con un poder más grande que en 2016. Claudia inicia su sexenio cuando su imagen y poder político todavía están en construcción. Las reformas constitucionales heredadas de su antecesor y mentor han creado grandes incertidumbres al interior y el exterior de México. La situación económica es precaria, la relación con Estados Unidos atraviesa momentos de tensión.
A primera vista es difícil augurar la repetición de una relación con Trump como la que se tuvo en los años de AMLO o de Peña Nieto. Por el contrario, los personajes que Trump está eligiendo para conducir temas tan sensibles para la relación con México, como la migración, la seguridad o la aplicación de aranceles, auguran momentos muy difíciles.
Sin embargo, puede aplicarse en este caso la afirmación que geografía es destino y, pese a todos los augurios negativos, el hecho es que la interdependencia económica que amarra a México y Estados Unidos ha seguido su curso y es tan fuerte que romperla tendría un costo altísimo para ambos países y, en general ,para el desarrollo y bienestar de la región de América del Norte.
Podemos prever situaciones ríspidas, alarmantes, ajenas a lo que podría calificarse de buena vecindad. Pero es igualmente probable que se superen diferencias y, dominados por la geografía, México y Estados Unidos, mantengan el sinuoso camino hacia la convivencia que hoy se ve amenazada.
Mucho dependerá de los márgenes de maniobra que existan para una diplomacia pragmática, hábil y con miras de largo plazo.
Reflexionar sobre ella no sólo es tarea de los encargados de las políticas públicas en la materia, sino de los académicos, analistas y empresarios de ambos lados de la frontera. Forjar y asegurar dicha diplomacia es un imperativo para México y la defensa de su soberanía.