Tonatiuh Guillén López
Cumbre de países expulsores
Los gobiernos de los países expulsores guardaron silencio ante las faltas propias, las políticas y las relativas a capacidades institucionales, para ofrecer mínimas condiciones de bienestar social a sus poblaciones. No hubo el reconocimiento de responsabilidades ni espacio para la menor “mea culpa".Ciudad de México (Proceso).-- El pasado 22 de octubre se reunieron en Palenque, Chiapas, líderes de Estado de los principales países expulsores de población de América Latina. Los ahí reunidos, considerando sus respectivas movilidades humanas en dirección hacia los Estados Unidos, integran casi el total del flujo que arriba a la frontera sur de este país, intentando el cruce irregular o solicitando refugio.
Durante los años 2022 y en el transcurso del 2023, la cantidad de ¨encuentros¨ con extranjeros que la autoridad migratoria estadounidense registró con ese término superó todas las estadísticas previas. Son tiempos de enormes cantidades de personas en movimiento, forzado en la mayoría de los casos.
La parte latinoamericana de esta enorme movilidad abarca casi el total de los arribos irregulares a la frontera de los Estados Unidos: el 87%, considerando los datos de septiembre de 2023. Es decir, los países representados en la reunión de Palenque --más Nicaragua, que no asistió-- forman la diáspora dominante que se origina desde América del Sur (la parte norte) hasta México.
A pesar del silencio y no reconocimiento del gobierno mexicano sobre nuestra problemática, entre los años 2022 y 2023 aportamos casi el 36% de la “cuota latinoamericana” de arribos irregulares a la frontera de los Estados Unidos, cifra que está muy por encima de Venezuela (10.6%), Guatemala (10.5%), Honduras (9.8%) y de Cuba (9.4%), que son los de mayor escala migratoria.
Dicho coloquialmente, somos el “mal ejemplo” de la experiencia regional y, por consiguiente, la situación migratoria mexicana debió ser tema central de la reunión, pero no fue así. Lo cierto es que tenemos un mínimo piso para dar recomendaciones a los demás países latinoamericanos sobre el tema.
Por otra parte, el perfil social de los recientes flujos latinoamericanos se caracteriza por tratarse de movimientos forzados, desplazamientos obligados por distintos factores, convirtiéndose en poblaciones y personas titulares de derechos específicos: los del refugio, asilo, protección internacional, no devolución y evidentemente los relativos a la asistencia humanitaria urgente.
En el evento de Palenque fue notoria la ausencia de esta perspectiva, que hubiera obligado a activar decididamente los convenios internacionales en materia de refugio y las leyes nacionales en la materia. Debió ser esta problemática el asunto central del evento de Palenque y no otros, como los acuerdos finales de la reunión que se ubicaron a años luz de la realidad concreta.
En el caso de México, las poblaciones en tránsito y la misma población mexicana que ha sido desplazada de sus lugares de origen debieran ser causa suficiente para el replanteamiento de la perspectiva en función de los principios de protección internacional y, paralelamente, de recuperación del estado de derecho y del entorno social en las regiones de desplazamiento.
Evidentemente, condiciones parecidas padecen los demás países latinoamericanos expulsores, por lo cual los mecanismos de protección internacional y no devolución debieran ser primordiales. Lejos de lo anterior, los Acuerdos de Palenque se dedicaron a temas como las relaciones de Estados Unidos con Cuba y Venezuela, junto con otros planteamientos que tiene en común su tono abstracto, temáticas amplias con relación no directa con las grandes movilizaciones humanas que experimenta la región.
Los gobiernos de los países expulsores, adicionalmente, guardaron silencio frente a las faltas propias, políticas y las relativas a capacidades institucionales para ofrecer mínimas condiciones de bienestar social a sus poblaciones. No hubo el reconocimiento de responsabilidades, ni espacio para la menor mea culpa. Venezuela remitió las causas de la migración a las sanciones económicas impuestas por Estados Unidos; Cuba, como hace en todo evento, remite explicaciones al bloqueo estadounidense. México, por su parte, ni siquiera reconoce que tenga una problemática social de migración y de refugio de población mexicana. Y así, por el estilo, los demás gobiernos latinoamericanos. En esencia, no hay faltas propias, no hay que reformar algo interno, no hay discusión sobre Estado, instituciones y factores de emigración.
En esas condiciones, como es del todo previsible, los Acuerdos de Palenque y, de otro lado, la situación concreta de miles de personas en tránsito por la región latinoamericana son realidades distantes, carentes de vasos comunicantes.
A pocos kilómetros de la reunión, en la ciudad de Tapachula, cientos y cientos de refugiados se encuentran en situación de calle, rogando por lo más esencial de asistencia humanitaria y, sobre todo, por lo fundamental del derecho internacional y mexicano: protección. Ni antes, ni después del vistoso encuentro de líderes latinoamericanos su situación va a cambiar. Es más probable que las condiciones empeoren, sobre todo porque la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (COMAR) está convertida en un embudo, en un burocrático ¨tapón de Darién¨ debido a que el gobierno de AMLO la ha mantenido con recursos microscópicos. Así, imposible que prospere alguna alternativa humana y jurídicamente correcta.
La crisis de refugiados que experimenta la región -es pertinente hacer ese énfasis- no encontró en el encuentro de Palenque una voz que la representara o que al menos planteara sus condiciones de urgencia humanitaria. Por lo menos debió hacerse un acuerdo genérico de protección para la población haitiana (sin necesidad de filas, para que nos quede claro), que evidentemente es la nacionalidad más vulnerable y carente de opciones de retorno a su país.
Debieron abrirse puertas de inclusión social y económicas, incluso temporales, que hicieran valer efectivamente la solidaridad y hermandad latinoamericanas. Particularmente para este caso no basta, como ofrecieron algunos gobiernos, realizar visitas a la isla haitiana; tampoco es suficiente prometer un nuevo encuentro latinoamericano que tendrá sede en Colombia el próximo año. Al final, en este tipo de reuniones, no solamente hay un problema de tiempos, sino sobre todo de enfoque, de comprensión efectiva de la situación real. Desde ese piso, rodeado de nubes, es imposible ver la marea que inunda a las poblaciones latinoamericanas.
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Profesor del PUED/UNAM. Excomisionado del INM