Proceso

Que 20 años sí es mucho

Escribir en Proceso ha sido, valga la redundancia, un proceso muy enriquecedor para mí, pues varias lectoras/es que me siguen me han cuestionado y obligado a afinar mis reflexiones.
jueves, 15 de septiembre de 2022 · 12:07

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).–Empecé a colaborar en Proceso hace casi 20 años, en el número 1364 del 22 de diciembre de 2002, a raíz de un debate que entablaron Carlos Monsiváis y Javier Sicilia (justo en el número anterior de Proceso, el 1363) en relación con la disputa entre representantes de las mujeres indígenas en la Primera Cumbre de Mujeres Indígenas de las Américas y ciertos obispos.

Entre los debates y pronunciamientos de dicha Cumbre, que se llevó a cabo en Oaxaca, hubo uno que irritó en especial a los eclesiásticos: el relativo a los derechos sexuales y reproductivos. Así, el 2 de diciembre de ese año cuatro obispos (los de Oaxaca, Jalapa, Matehuala y Autlán) enviaron una carta condenando sus conclusiones y denunciando que “la Cumbre pretenda imponer el concepto de derechos sexuales y reproductivos que implican programas de control poblacional que atentan contra el valor de la maternidad y de la vida”.

Monsiváis se interesó en el caso y escribió al respecto, citando en extenso la postura de las representantes mexicanas en dicha Cumbre (a partir de un artículo de la periodista Rosa Rojas publicado en La Jornada el 5 de diciembre de 2002). Consignó que ellas reafirmaban su “irrenunciable derecho a la libre determinación”, consideraban un acto racista el desconocimiento de sus derechos y señalaban que es a ellas a quienes corresponde discutir y reflexionar sobre lo que se llama usos y costumbres que atentan contra su dignidad y sus derechos humanos.

Javier Sicilia reaccionó al artículo de Monsiváis, y aunque el poeta admitía la terrible discriminación y opresión de las mujeres indígenas, expresaba su preocupación por que “la reducción de la familia, los controles de natalidad, el ingreso de la mujer en la vida económica… aunque aparentemente han liberado a la mujer, la han encadenado, al igual que al hombre, a la opresión económica”. Sicilia retomaba el pensamiento de Iván Illich, en especial su concepción de lo que llama el “género vernáculo”, con la consiguiente “complementariedad entre mujeres y hombres”.

Monsiváis, que consideraba a Illich “un utopista arraigado en la fe”, discrepaba de esa visión utópica, y con su acostumbrado filo criticó a Sicilia. A su vez, éste dijo que “la liberación femenina en las sociedades económicas –que acríticamente parece elogiar Monsiváis en su artículo– no es más que la completa ruptura del género que sustituye la armonía primigenia por el seísmo económico y su imperio sobre lo humano”. Monsiváis se deslindó diciendo: “No parezco elogiar a la liberación femenina… en rigor, elogio la liberación de las mujeres y las ventajas teóricas y prácticas aportadas por los feminismos”.

Con su ironía típica, Monsiváis reviró diciendo: “¿Pero no conviene ya admitirles uno que otro progreso a las mujeres, y considerar que muchísimas, ya casi la mayoría, se han liberado de una legión de prejuicios y están desarrollando aptitudes nuevas, con frecuencia formidables?” Y, adelantándose a lo que hoy se podría criticar como machoexplicar, Monsiváis cerró su alegato diciendo que dejaba la palabra a las mujeres acerca de ese tema.

El término machoexplicar, un neologismo que ya ha quedado registrado en el diccionario Oxford como mansplaining,­ surge a raíz del libro Los hombres me explican cosas (2014), de la escritora Rebecca Solnit, que relata la “condescendencia machista” o “condescendencia masculina” que vivió (¡y que está muy generalizada!).

Cuando la Fundación del Español Urgente (Fundéu), institución creada en 2005 en Madrid para velar por el buen uso del idioma español, fue consultada sobre la mejor traducción posible al español de mansplaining, contestó: “explicación paternalista”. Sin embargo, posteriormente la Fundéu aceptó el neologismo “machoexplicación”. Con su consabida lucidez, Monsiváis vio que su alegato podía interpretarse como una machoexplicación y cerró su artículo diciendo que “en lo tocante al ‘rescate del género’ dejo la palabra a las lectoras”.

Y así fue que Julio Scherer García, el apreciado don Julio, me invitó a escribir en esta querida revista y mi primer artículo fue, precisamente, acerca del debate entre Monsiváis y Sicilia sobre el tema de los derechos sexuales y reproductivos que generó la disputa entre las representantes de la Primera Cumbre de las Mujeres Indígenas y los obispos.

Desde que Proceso me abrió la puerta, en estos casi 20 años he publicado 478 artículos, contando éste, muchísimos de ellos justamente en torno a los derechos sexuales y reproductivos, que dieron pie a ese debate Monsiváis-Sicilia y que todavía no son una realidad para todas las mujeres de nuestro país.

Escribir en Proceso ha sido, valga la redundancia, un proceso muy enriquecedor para mí, pues varias lectoras/es que me siguen me han cuestionado y obligado a afinar mis reflexiones. El tango dice que “20 años no es nada”, pero discrepo: también 20 años pueden ser mucho, y para mí ha llegado el momento de tomar un respiro.

Dejo esta casa que me acogió y me dio la posibilidad de entrar en contacto con lectoras/es en todo el país; esta casa donde aprendí a pulir mis argumentos, y donde descubrí, gracias al valiente trabajo de mis compañeros periodistas y editorialistas, un México rico y desgarrador. Y la dejo muy agradecida. No es un adiós, solamente un hasta pronto. Gracias, muchas gracias, al equipo que edita Proceso, a mis compañeras/os periodistas y a mis lectoras/es.

Análisis publicado el 11 de septiembre en la edición 2393 de la revista Proceso, cuya edición digital puede adquirir en este enlace.

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