Egipto

No todos los egipcios han sido derrotados

La coincidencia mayor entre ambos es que en la novela de Al Aswani las manifestaciones de la plaza Tahrir en 2011 son el escenario donde Abdel Fattah se reunía con otros jóvenes luchando por la libertad, por los derechos humanos que impedía el régimen de Hosni Mubarak.
jueves, 14 de julio de 2022 · 09:07

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).–Egipto es un gran país por su aportación a la civilización, por sus impactos culturales y por sus recientes propuestas políticas progresistas. Ha sido la casa de escritores notables, como el muy afamado Alaa Al Aswani, y de militantes como su tocayo Alaa Abdel Fattah. Coinciden en sus ideas progresistas; el primero las ha expresado en sus excelentes novelas y en particular en la República era esto (Anagrama, 2021), la más política que le ha valido ser censurada y no se puede leer en su país. El segundo, con su militancia política desde la Primavera Árabe, en la que difundió información para agrupar a los jóvenes; ser bloguero le ha llevado en diferentes ocasiones a la prisión, donde se encuentra ahora. La coincidencia mayor entre ambos es que en la novela de Al Aswani las manifestaciones de la plaza Tahrir en 2011 son el escenario donde Abdel Fattah se reunía con otros jóvenes luchando por la libertad, por los derechos humanos que impedía el régimen de Hosni Mubarak, el presidente que fue derrocado por ese movimiento. Sin buena fortuna para el país porque siguió más de lo mismo.

“Los egipcios se dejaron influir por los medios de comunicación porque quisieron hacerlo. Así la mayoría de los egipcios está satisfecha con la represión y está de acuerdo con la corrupción de la que forman parte”, afirma Asma, la joven que ama al luchador Mazen que se niega a abandonar la lucha, tal como ha sucedido al joven Alaa Abdel Fattah, quien al momento de escribir este artículo llevaba 90 días en huelga de hambre en protesta contra las condiciones que padecen los reos en Tora, la prisión de alta seguridad considerada la peor de todas en el país. Las dificultades que sufre son ocultadas por las autoridades, pese a haber conseguido la nacionalidad británica en abril, por lo que ahora Inglaterra trabaja por su liberación. Previamente estuvo detenido en otras prisiones donde ha pasado buena parte de sus apenas 40 años de vida. Ahora sólo le permiten dejar la oscuridad de su celda 30 minutos al día, pese a que la ley egipcia autoriza dos horas. Fue condenado a cinco años de prisión por supuestamente “haber difundido información falsa que pone en riesgo la seguridad del país”, tal como se afirma en otras naciones.

Por eso los personajes de la novela discuten si la tortura es un pecado para el islam o la permite al ordenar latigazos, lapidación, amputación de extremidades, y porque “hay un castigo en la sharía llamado taazir, en virtud del cual el gobernante tiene derecho a detener a cualquier persona y torturarla si la considera peligrosa para la sociedad”. Difícil entonces rebelarse en una sociedad con esos valores. Y aunque se dice que Egipto no es Holanda, personajes como Aala Abdel luchan por los derechos humanos.

Su figura es reconocida desde el levantamiento de la plaza de Tahir en 2011 y fue arrestado dos años después luego del golpe de Estado y la toma del poder del presidente actual Abdel Fattah al-Sisi, quien continúo con las formas autoritarias y de represión sistemática al igual que sus antecesores, si se acepta que, según las organizaciones de derechos humanos, hay 60 mil prisioneros políticos en las cárceles egipcias. Entre ellos Zaid el-Eleime, junto con otros varios conocidos militantes de oposición.

En 2014 Alaa Abdel Fattah fue condenado a cinco años de prisión por haberse manifestado contra el enjuiciamiento de civiles en tribunales militares. Liberado en 2019, fue arrestado seis meses después por difundir en las redes sociales una publicación denunciando las condiciones que sufrían los reos en las prisiones.

La plaza Tahir como emblema ha debido resistir a las remodelaciones urbanas en El Cairo con el fin de desfigurar su entorno y lo que representa como símbolo del cambio. Alaa Al Aswani escribe por uno de sus personajes:

“Los miles de personas que se han congregado en la plaza Tahir y en todas las plazas de Egipto, son el pueblo egipcio real, ese del que todos hablan en su nombre y nadie conoce. Hemos empezado la batalla por el cambio y venceremos, pero la victoria no será fácil. El régimen defenderá su existencia con uñas y dientes y no tendrá escrúpulos para cometer cualquier clase de crimen”.

En respuesta a la gravedad de las denuncias, el presidente Al-Sisi presentó en septiembre del año pasado su “estrategia nacional de los derechos humanos que considera que la educación, la salud y la electricidad son más necesarias que el derecho de reunión”. Coincide con la prohibición a Arab Network for Human Rights de mantener su registro bajo ese nombre debido a su denuncia de las persecuciones y violaciones de los derechos, por lo que luego de 18 años de existencia, su nombre será borrado para ser una más de las ONG. Es difícil que el hecho impida que continúe las denuncias por la detención de abogados, universitarios, periodistas, activistas por ejercer sus derechos de libertad de expresión, de reunión y de asociación pacífica.

Nadie olvida lo que fueron esas jornadas que dieron sentido en Egipto a lo que se llamó la Primavera Árabe, cuando los egipcios, como muchos árabes en otros países, aspiraron a sentirse ciudadanos capaces de expresar su pensamiento para abandonar el lastre de lo más negativo de una cultura que dio lustre al mundo. Jornadas en las que todos se involucraron. Por eso es tan importante el mosaico de personajes que dibuja La República era esto, un torbellino que arrastró a diferentes clases sociales y religiosidades, incluso en el interior de las familias, como la rica estudiante de medicina hija del jefe de los servicios secretos, enamorada de un obrero que aspiraba a ser revolucionario desde años atrás. La pareja de mediana edad decidida a apoyar la revolución cuando presencian la brutal represión con saldo sangriento de jóvenes ilusos que esperaban todo, menos la muerte. Sobrevive Alaa Abdel Fattah y hay que apoyarlo en la lucha por su utopía libertaria. 

Este análisis forma parte del número 2384 de la edición impresa de Proceso, publicado el 10 de julio de 2022, cuya edición digital puede adquirir en este enlace.

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