CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).–Desde comienzos de la guerra de Ucrania la OTAN ha tenido una importante transformación. Muy lejos quedaron los días cuando el entonces presidente Donald Trump interpeló a los socios europeos por su fuerte dependencia de la ayuda militar estadunidense y la carencia de un verdadero compromiso con la Organización. La rápida muestra de unidad europea para rechazar la invasión rusa del territorio ucraniano fue sólo el comienzo de una serie de decisiones que han modificado rápidamente la imagen un tanto decadente y apática que se tenía de la OTAN.

Dentro de los primeros signos de una nueva época se encuentra la decisión alemana de dar un giro a su política militar, aumentando significativamente su gasto en armamentos y desconociendo uno de sus principios tradicionales en materia de otorgamiento de ayuda militar a países en situación de conflicto. Alemania tiene ahora el mayor presupuesto militar de Europa y es uno de los mayores proveedores de capacitación y equipo militar a Ucrania.

Un momento importante para el renacimiento de la OTAN fue la cumbre celebrada en Madrid a finales de junio del presente año, en la que se decidió, entre otros puntos, la adhesión de Suecia y Finlandia a la organización. Para ello fue necesario superar el escollo presentado por el presidente Erdogan, de Turquía, quien frenaba la adhesión (la decisión debe ser unánime) debido al refugio que brinda Suecia a los llamados terroristas del Kurdistán. Un arreglo diplomático negociado en la sombra con Estados Unidos cambió el panorama, al haberse logrado la venta de equipo militar estadunidense a Turquía, que no se había logrado concretar.

La adhesión de Suecia y Finlandia supone un cambio muy grande en el flanco militar de la OTAN en la región del báltico. Los países colindantes de Rusia poseen ahora mayor capacidad militar al tener como aliados a dos países conocidos por sus muy disciplinados y profesionales efectivos militares.

Paradójicamente, aquello que tanto temía Putin y lo llevó a la invasión de Ucrania, la expansión de la OTAN hacia sus fronteras, es justamente lo que ha acontecido, modificando sustancialmente sus posibilidades de acción en aquella parte del mundo.

A lo anterior cabe añadir la importancia de los nuevos conceptos que fueron incorporados a la declaración final de Madrid. Por primera vez en el ideario de la OTAN, China aparece como un “desafío estratégico cuyas ambiciones y políticas coercitivas son contrarios a los intereses, seguridad y valores de la Alianza”. Un hecho llamativo fue la asistencia a la cumbre de los dirigentes del Pacífico: Australia, Nueva Zelanda, Corea del Sur y Japón. Tal presencia coincide con la visión del Reino Unido para quien es deseable “una OTAN más global”, que proporcione seguridad a la zona del Indo-Pacífico.

¿Qué significa esa OTAN fortalecida para la seguridad internacional en su conjunto y para la estabilidad económica y política del mundo hacia el final de la tercera década el siglo XXI?

Empecemos por señalar que se comete un error cuando se ve la seguridad europea como el eje central para garantizar la seguridad internacional. Cierto que en Europa se originaron la dos guerras mundiales que sacudieron la primera mitad del siglo XX; cierto también que en su defensa se gestaron lo que después serían los dos grandes adversarios de la segunda parte de ese siglo: Estados Unidos y la Unión Soviética, ésta última hoy desa­parecida y sustituida, sólo en parte, por Rusia.

Empero, el mundo del siglo XXI tiene otros actores y otras condiciones. La más evidente, desde luego, es el surgimiento de China, cuyo poderío militar, tecnológico y de recursos humanos es imposible no tomar en cuenta. Calificarla de un “desafío estratégico” no abona a favor de un futuro con menores enfrentamientos bélicos a nivel mundial.

Si bien ha tomado fuerza el deseo europeo de reducir su dependencia de Estados Unidos y comportarse de acuerdo con sus propios intereses, el hecho es que el motor central para revitalizar a la OTAN tiene como pieza principal a Estados Unidos. Así lo confirman las enormes cantidades de dinero que está invirtiendo y el dominio mediático de las causas que justifican la acción militar en Ucrania. La disputa por la hegemonía mundial con China está en el horizonte.

Ahora bien, los costos de una guerra prolongada de la OTAN defendiendo a Ucrania son muy altos. Las sociedades europeas altamente polarizadas no tolerarán fácilmente un invierno sin el aprovisionamiento del gas natural que proviene de Rusia. Los países de África, América Latina y el sur de Asia están siendo muy afectados económicamente por una guerra que, a pesar de la propaganda occidental, no consideran suya. Aunque el tema se evita en los medios de comunicación, el peligro del uso de armas nucleares por parte de Rusia está presente, lo que podría resultar en una catástrofe humanitaria de grandes proporciones.

En resumen, el fortalecimiento de la OTAN es sólo un elemento dentro de la diversidad de problemas que hacen urgente la reformulación del orden mundial. Desafortunadamente no existe la brújula para navegar en esa dirección; el panorama es muy brumoso y difícil saber si el mundo avanza hacia marcos regulatorios que hagan posible defender la paz o, por el contrario, se ahonda en situaciones de alto riesgo que pueden llevar a retrocesos civilizatorios de años o siglos.

Por todos esos motivos, la OTAN más armada, más incierta, con posibilidades de lograr consensos o adentrarse en mayores divisiones internas y externas, puede ser, al mismo tiempo, factor de seguridad o amenaza para la paz. 

Este análisis forma parte del número 2384 de la edición impresa de Proceso, publicado el 10 de julio de 2022, cuya edición digital puede adquirir en este enlace.