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Guerra y masculinidad

Al igual que Virginia Woolf en su tiempo, hoy tenemos necesidad de expresar nuestro profundo desacuerdo político y existencial contra la guerra. Ella transmitió su pacifismo de forma elocuente con su escritura, respaldó la demanda de alentar discusiones públicas sobre la civilización y la barbarie.
martes, 29 de marzo de 2022 · 17:51

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).– Es indudable que existe un fuerte vínculo entre la guerra y la masculinidad, dado que el lugar de poder capaz de decretar una guerra lo siguen ocupando casi en su totalidad varones.

La guerra es una enfermedad patriarcal, decidida a usar la fuerza y la agresión por encima de la política, que es una forma civilizada de gestionar el conflicto.

El panorama es sobrecogedor y es necesario ir más allá de una explicación acerca de la conducta de esos hombres poderosos que tienen en sus manos el destino de millones de personas. Hay que analizar la paradoja que se da entre el fervor de ciertos gobernantes por la guerra y su cruenta realidad: la mayoría de las veces los soldados necesitan ser arrastrados al campo de batalla por la fuerza; una vez ahí se les tiene que disciplinar, aplicar lavados de cerebro en forma constante, incluso drogar, y después se les tiene que premiar y honrar. En unas guerras se mata a larga distancia, con misiles o bombas, y en otras los enfrentamientos son cuerpo a cuerpo; a veces los soldados eliminan a personas desconocidas, de otra nacionalidad, a las que fácilmente pueden ver como “enemigos”, pero otras veces masacran a vecinos, incluso a parientes. Muchos soldados y civiles quedan traumados de por vida y hay personas que extrañan la solidaridad y sociabilidad que también existe en momentos de guerra. Y aunque el protagonismo bélico de las mujeres ha ido creciendo con el tiempo, todavía la impresión generalizada es la de que la guerra es un asunto de hombres.

La guerra es un infierno y más que pensarla como algo inherente a tener cromosomas XY, hay que comprenderla como una tragedia humana provocada por intereses económicos y nutrida por diferencias ideológicas. Sin embargo, para muchas feministas la guerra es una muestra más de la irracionalidad machista. Ese pensamiento lo desarrolló y complejizó Virginia Woolf, quien vivió las dos guerras mundiales del siglo XX. Esta escritora inglesa participó en el movimiento pacifista y recibió la hostilidad de amplios sectores de la población por defender a quienes eran objetores por razones políticas más que por razones religiosas. Concretó su postura antibélica en el largo ensayo Tres guineas, publicado en 1938, donde analizó la discriminación de las mujeres a partir de la falta de oportunidades educativas, de los obstáculos en las profesiones y de su ausencia en los lugares de toma de decisión. Su crítica a la sociedad inglesa se centró en la manera en que las clases educadas perpetran y aceptan la barbarie cotidiana, que ella calificó de “hitlerismo inconsciente”, y vinculó las actitudes patriarcales cotidianas en Inglaterra al horror del nazismo de Hitler. Pero no por centrarse en ese fascismo cotidiano dejó de considerar la guerra como un despliegue masculino idiota, violento, odioso, innoble y malo, según escribió en sus cartas y diarios.

Además de dar testimonio acerca de las injusticias intelectuales y políticas que vivían las mujeres y de denunciar la forma en que la mayoría de los hombres trataba a la mayoría de las mujeres (el “fascismo cotidiano”), Woolf exhibió los abominables aspectos de la autoridad política patriarcal, incluso se burló de sus aspectos ridículos, como los frívolos uniformes militares con medallas y bandas, los fastuosos trajes de seda de los obispos con sus crucifijos enjoyados y las absurdas capas de armiño y pelucas postizas de los jueces. Hizo una denuncia radical de esa sociedad imperialista, clasista y guerrera, situándose como “la hija de un hombre culto que no le dio la misma educación que a sus hermanos varones”, y se asumió como outsider, al margen del poder y los privilegios masculinos.

Su perspectiva sobre cómo acabar con la guerra fue la de plantear la necesidad de la reeducación social y de nuevas leyes junto con un proceso de cooperación social y económica capaz de transformar la sociedad. Pero, y esto es crucial, también criticó la complicidad de muchas mujeres en la promoción de los sentimientos nacionalistas y bélicos, y se desmarcó de la opción femenina de “llorar o unirse contra la guerra”.

Al igual que Virginia Woolf en su tiempo, hoy tenemos necesidad de expresar nuestro profundo desacuerdo político y existencial contra la guerra. Ella transmitió su pacifismo de forma elocuente con su escritura, respaldó la demanda de alentar discusiones públicas sobre la civilización y la barbarie y rechazó abiertamente el militarismo, cuestionando simultáneamente el entusiasmo femenino ante las pomposas celebraciones militares.

A 84 años de su publicación ¿qué nos aporta hoy la lectura de Tres guineas? Tal vez lo más agudo de ese texto es su visión acerca de lo que ella nombró “el fascismo cotidiano”. Es totalmente vigente su señalamiento de cómo los regímenes patriarcales, que tienden a marcar divisiones entre los hombres y las mujeres, lo alimentan, sutil y brutalmente a la vez. Y algo que en especial nos cuestiona a las feministas es que Virginia Woolf no sólo estableció una analogía entre la tiranía del Estado patriarcal y la tiranía del Estado fascista, sino que, sobre todo, argumentó que no hay tiranía sin complicidad de las mujeres.

Este análisis forma parte del número 2369 de la edición impresa de Proceso, publicado el 27 de marzo de 2022, cuya edición digital puede adquirir en este enlace

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