Migración

Tránsito migrante y tráfico de personas en México

México se ha convertido en un inmenso espacio de tránsito y tráfico de personas; esto último, paradójicamente estimulado por las crudas políticas migratorias, que al final resultan ineficaces y dañinas. En realidad, el resultado es un gran negocio para las organizaciones de traficantes...
martes, 15 de marzo de 2022 · 10:41

CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Durante los últimos años la migración se convirtió en una problemática de primer nivel social y público en México. Se posicionó como asunto de gran relevancia para las relaciones de nuestro país con Estados Unidos y con los países del norte de Centroamérica. A pesar de los discursos sobre derechos humanos y políticas de desarrollo, en la práctica los gobiernos de la región han consolidado políticas migratorias caracterizadas por la contención y la exclusión. A partir de 2017 y hasta la fecha, esta inercia ha adquirido formas cada vez más severas, como es la militarización de las funciones de control migratorio.

No obstante, lejos de detenerse, los flujos de migrantes y refugiados no han cesado. Por el contrario, la cantidad de personas en tránsito es la más alta de la historia, procedente de países distintos al nuestro. Por consecuencia, México se ha convertido en un inmenso espacio de tránsito y tráfico de personas; esto último, paradójicamente estimulado por las crudas políticas migratorias, que al final resultan ineficaces y dañinas. En realidad, el resultado es un gran negocio para las organizaciones de traficantes y sus redes de complicidad, que operan con una facilidad extraordinaria.

La cantidad de personas que cotidianamente arriban a la frontera sur de Estados Unidos y que son captadas por la patrulla fronteriza nos revela la escala que tienen los flujos de tránsito por México. Su evolución mensual detalla las impresionantes dimensiones. Por ejemplo, durante octubre de 2017 fueron “encontradas” cerca de 35 mil personas, de todas las nacionalidades, intentando ingresar a Estados Unidos. Cuatro años después, en octubre de 2021, la cifra ascendió a más de 164 mil (durante julio habían sido 213 mil). Es impactante el contraste de números, que a su manera describen las muchas crisis del planeta –económicas, políticas, ambientales, sociales– que impulsan a miles de personas a buscar alternativas de vida en otras latitudes.

La parte mexicana de esta migración siempre ha sido proporcionalmente importante. Que no se nos olvide. Pero se había mantenido en números relativamente reducidos desde 2008, hasta que recientemente comenzaron a cambiar las cosas. En octubre de 2017 la Patrulla Fronteriza detuvo a más de 17 mil mexicanos; en contraste, para octubre de 2021 el número incrementó a cerca de 66 mil. Es decir, nuestras recientes crisis también se encuentran reflejadas en el incremento de la movilidad de mexicanos hacia el vecino del norte.

La imagen pública que predomina en México sobre la migración nos hace verla como asunto que no nos alude. Ya no es más así. Hemos vuelto a intensificar nuestra emigración, siguiendo una tendencia que seguramente perdurará en los próximos años debido a deterioros que se han agudizado: los económicos –que motivan la búsqueda de alternativas laborales en Estados Unidos– y los de seguridad pública, que generan oleadas de desplazamientos que finalmente se convierten en flujos de refugiados. Es decir, lo que ayer estaba mal hoy es peor.

Efectivamente, el imaginario público comprende a la migración como si fuera asunto de los países vecinos de Centroamérica… lo cual es cierto, pero se exagera (citando una frase de moda). Si bien son importantes los flujos centroamericanos, el principal crecimiento de la movilidad de tránsito no procede de esta región. Considerando la estadística de enero de 2022, los “encuentros” de la Patrulla Fronteriza de Estados Unidos muestran que de El Salvador procedieron 5 mil 783 personas; de Guatemala, 13 mil 793; y de Honduras, 11 mil 838. Estos números significan que el verdadero crecimiento de los flujos está en otro lado: en la parte mexicana, que en el mismo mes alcanzó la cifra de 59 mil 846 personas y, sobre todo, en lo clasificado como “otros países” que integró un total de 62 mil 681 personas.

Una posible lectura de los datos anteriores, relacionada con la política de contención migratoria mexicana, sugeriría que esta política está dirigida especialmente contra el flujo centroamericano. El panorama es distinto frente a personas originarias de “otros países”. De alguna manera, la política migratoria es menos cruda e ineficaz para este grupo, si tomamos por referencia su espectacular crecimiento. Vale decir: ante la movilidad centroamericana la contención es más contundente, si bien con un grado amplio de ineficacia. Para la procedente de “otros países” –integrado por docenas de nacionalidades– las restricciones son mínimas o prácticamente inexistentes.

Durante octubre de 2017 la cantidad de personas procedentes de “otros países” detenidas por la Patrulla Fronteriza ascendió a solamente 2 mil 436. Cuatro años después, en octubre de 2021, la cifra se había multiplicado muchas veces: ascendió a 47 mil 640. En diciembre de 2021 fueron 79 mil 678 y en enero de 2022 se detuvo a 62 mil 681 personas. Cabe precisar que el crecimiento de este flujo migrante se intensificó a partir de julio de 2020 y no se ha reducido.

Así, es evidente que el rol de México como país de tránsito se ha acentuado y nos ha convertido en plataforma exitosa para el tránsito irregular “no tradicional”, es decir, no el centroamericano ni mexicano. Es verdad que una parte de los nuevos flujos es caribeña, procedente de Haití y de Cuba; pero no solamente.

La actual diversidad de orígenes se extiende hacia América del Sur: Ecuador, Brasil y Venezuela, particularmente. Integra además a Nicaragua como flujo emergente desde Centroamérica. Tiene un importante eje asiático con China, India y Bangladesh, principalmente. Desde África, los orígenes se extienden a la República Democrática del Congo, Angola y Ghana, entre los mayores. Y así, una diversidad adicional de nacionalidades que forman un abanico impresionante, que cruza por el territorio mexicano sin mayores dificultades a juzgar por la evolución expansiva de sus cantidades.

Hace pocos días, a la Ciudad de Mexicali arribó una docena de personas procedentes de Nepal y de Bangladesh, que son países a los cuales México les requiere visa para ingresar. Según el reporte de un medio local, portaban un “amparo federal”, fueron trasladados a un albergue por los agentes del INM y aparentemente no tuvieron mayor impedimento para hacer su solicitud de refugio ante las autoridades migratorias de Estados Unidos. Esta civilizada experiencia refleja elementos destacables. De entrada, es notoria la integración de un mismo grupo de personas con nacionalidades tan disímiles y alejadas. También fue especial su arribo conjunto a Mexicali y el trato deferente por las autoridades migratorias mexicanas; además, nada menor, tuvieron capacidad para acceder a un amparo federal. ¿Cómo puede hacerse todo esto? Evidentemente, la logística necesaria para que ocurriera la anterior experiencia es de la mayor complejidad y puede suponerse que fue económicamente costosa. Sin pretender generalizar, el caso de Mexicali apunta a posibles razones del éxito que tiene la migración procedente de “otros países” en su tránsito por México. Desde la perspectiva de las organizaciones de tráfico –que tienen una probabilidad alta de ser actor principal– se trata de migrantes que económicamente pueden significar recursos mayores (eventualmente, muy superiores) en comparación con los obtenidos del tradicional, y nada menor, flujo centroamericano o caribeño. La expansión de la movilidad procedente de “otros países”, todo parece sugerirlo, nada tiene de circunstancial y es probable que tenga una fuerte vinculación con redes de tráfico de personas. l

*Profesor PUED/UNAM, excomisionado del INM

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